Algo bonito

Capítulo 19

―Estás jodidamente enamorado, mírate ―rió mi hermano ampliando su grotesca sonrisa.

Yo no estaba enamorado.

Yo solo estaba enojado.

Y frustrado.

Y...

―Sí, lo estás ―aseguró ladeando la boca, dejándome solo y sin palabras en medio de la cocina.

Sin palabras. Daniel a mí. ¡Él a mí!

¿Desde cuándo pasaba eso?

¡Maldito fuese Daniel, sus estúpidas suposiciones y la jodida insinuación de Santana!

Llevé una mano a mi frente y la estrellé con fuerza. No podía seguir golpeándome a mí mismo por algo que ni siquiera sabía qué significaba. Es decir, si ella era virgen o no, era su problema. No el mío. Pero...

―¡Ah! ―gruñí mientras tomaba coraje y caminaba hacia el pie de la escalera.

Iría a mi dormitorio, enfrentaría a mi amiga y le preguntaría si era verdad lo que había insinuado. Sí, lo haría.

A toda prisa subí dos escalones, entonces me detuve y los bajé. ¿Qué le diría si me preguntaba por qué tanto interés? Mi garganta se secó.

Me siento intrigado porque soy su amigo, practiqué para mis adentros.

Una vez resuelto, volví a subir cinco escalinatas. Pero, otra vez, mis pies se estancaron y tuve la necesidad de tirar de mi pelo con fuerza.

¡Diablos! ¿Y si Santana me acusaba de mal amigo y la perdía?

Bajé dos escalones.

―Sube de una vez, Señor Indeciso ―escuché que gritó Daniel desde abajo.

Mis dientes chirriaron al chocarse entre sí.

¿Y si subía y ella me odiaba por ser tan explosivo, tan protector, tan... posesivo?

―Lo que sea que estés pensando, déjalo. Haz lo que sientes ―me apresuró mi hermano.

Sentí un sudor frío escurrirse por mi espalda y, poniendo a prueba mi valor, finalmente llegué al primer piso.

Estaba decidido a decirle a Santana que era demasiado ingenua, que no debería estar pidiéndole ayuda a Augusto para satisfacer a otra persona, que ella era perfecta tal cual era, que sus padres estarían decepcionados de la heroína de la familia si se enteraban de ello, que sus pequeños hermanos la verían como a una villana de un mala historieta, que estaba haciendo lo contrario a las románticas canciones de Lilly Grace... pero entonces entré a mi habitación, decidido a abrir mi boca, y la vi.

Sentada en mi cama y con el portarretratos roto de una foto.

Nuestra foto.

―Santana... ―mascullé casi incapaz de moverme.

―¿Sí? ―dudó alzando la mirada vidriosa.

Millones de recuerdos cruzaron por mi cabeza en un segundo y fue inusual la rapidez con que mi boca se abrió para dejar salir una idea descabellada.

―Yo te ayudaré.

Me mordí la lengua al oírme.

―¿De qué hablas? ―dudó.

Joder, ella era tan inocente.

Como siempre, Chris.

―Dile a Gus que no lo necesitas más. De ahora en más yo te ayudaré ―anuncié sin tener el coraje para retractarme.

―P-pe-pero... ―tartamudeó.

―Soy tu mejor amigo, me... corresponde ―dije en voz alta.

Y para mis adentros, intenté creer en eso.

Su boca se ladeó y rápidamente llevó ambas manos a su cara.

Allí estaba otra vez el maldito sonrojo.

―¿Me enseñarás a besar? ―le oí preguntar con su voz amortiguada por los dedos cubriéndola.

Un minuto completó pasó.

Yo sabía, desde que la había visto con mi amigo, que no dejaría que la situación fuese más allá. Augusto no era el tipo de chico que ella quería, ni al cual podía atraer, ni siquiera para practicar. Ella merecía a alguien como Steve Rogers, Bruce Banner, Tony Stark, Clark Kent... o tal vez, como Peter Parker.

Y ella no tenía que aprender cómo besar a un idiota.

¡Joder, no!

―Yo hablaré con Gus ―dije con decisión cuando mis puños se apretaron.

No esperé un asentimiento de Santana para coger mi móvil, marcar el número de mi amigo y esperar ansiosamente a que respondiera.

¿Qué hay, Parker? ―contestó después del tercer tono.

―Se acabó ―dije intentando sonar calmo.

Bien, se acabó. Pero... ¿podrías decirme qué se acabó? ―inquirió sonando divertido.

―Santana ―dije del modo más escueto que pude―. Mira, ya sé todo. ―Lo oí resoplar―. Y ya puedes irte bien al infierno, ella no te necesita más. De ahora en adelante olvídate de las malditas lecciones ―siseé apartándome para que Santana no me oyera.

Uh, yo... de acuerdo ―pareció dudar.

―Bien ―solté más que conforme con su rápida aceptación.

Pero conste que me divertí mucho ayudándola. No sabes cómo me costó que no se quedara de piedra cuando me le arrimaba ―rió un poco―. Y ni hablar cuando ponía mi mano en su cintura y...

―Joder, cállate, ¿quieres? Solo llamaba para decirte que tus clases se cancelaron.

¿Entonces no puedo ir hoy a enseñarle cómo tiene que besarme cuando estoy ansioso?

―Vete a la mierda. Y no. No te necesita ni hoy ni mañana; nunca más ―dije segundo antes de cortar.

Guardé el móvil en el bolsillo de mi pantalón y me giré hacia Santana. Ella me miraba detenidamente y, gracias al cielo, ya sin sus manos cubriéndole el rostro. Pude ver un sonrojo enmarcando sus pómulos.

―¿Qué? ―dudé encogiéndome de hombros.

Sacudió la cabeza con lentitud.

―Nada ―musitó.

¿Era impresión mía o Santana estaba avergonzada por algo?

Quizá porque la besaría, ella me besaría, nos besaríamos.

Por primera vez.

―Sabes, es tarde ―habló antes de que pudiese adelantarme un paso hacia ella―. Me tengo que ir.

Avanzó hacia la puerta pero estiré mi mano y la cogí por la muñeca.

―Espera. Creí que querías... ya sabes, lecciones ―susurré sintiendo el pulso en su muñeca latir con fuerza.

―Y-yo... Mis hermanos, tengo que... Y mis padres... ―Su rostro se convirtió en la viva imagen de una caricatura con expresión confundida―. ¿Ahora? ―dijo entre dientes.




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