Algo bonito

Capítulo 20

―Y el gran día llegó ―sentenció Daniel en cuanto entré a casa. Lo miré de reojo mientras dejaba las llaves en la mesita de la sala―. ¿Cuándo te diste cuenta de que estabas enamorado? ―averiguó.

Seguí caminando en dirección a la nevera para agarrar una soda.

―Oh, no te has dado cuenta aún ―se burló.

―Cállate. No estoy enamorado ―gruñí empinando la lata de soda en mi boca.

―No es malo estar enamorado, Chris.

―¡Que no estoy enamorado! ―exclamé dejando el envase sobre la mesa.

―Díselo a tu corazón ―añadió en un susurro.

―Y tú dile a tu cerebro de mosquito que yo jamás me enamoraré. Nunca. Compréndelo de una vez ―gruñí.

Le oí soltar una risa sonora mientras me alejaba.

Había ordenado mi habitación después de largos días conviviendo en lo que Daniel había llamado mierda, aunque podría describirse como pocilga. También había conseguido un marco y vidrio nuevo para la fotografía de mí y Santana. Y por último, me había propuesto terminar con la lectura de Como enero y diciembre.

―¿Christopher? ―escuché que me llamaban.

Aparté la vista del libro, quejándome por ser interrumpido, y miré hacia la puerta de mi habitación.

―¿Qué? ―grité.

―¿Qué es eso de qué, jovencito? ―preguntó mi mamá atravesando el umbral.

―Mamá ―dije sorprendido―. Lo siento, estaba concentrado leyendo. ¿Qué haces aquí? ―dudé.

Ella arrugó el ceño, dando pasos firmes hasta llegar al lado de mi cama, y se sentó a los pies de esta.

―Es viernes, hijo ―dijo como explicación, besando mi frente y pasando la mano por mi crespo cabello―. ¿Qué sucede contigo? Te ves un poco perdido ―alargó.

―Es-estoy bi-bien ―murmuré.

―¿Seguro? ―inquirió con su mirada de «yo sé todo».

―Seguro ―respondí.

Yo estaba bien. Muy bien. Mejor que nunca.

―¿Alguna novedad? Daniel insinuó algo acerca de ti. Estaba cantando algo como «Chris sucumbió a las nieblas rosadas del planeta corazón» ―comentó con una mueca torcida.

―Es un idiota, déjalo ―dije restándole importancia.

Mi mamá asintió y paseó la mirada alrededor.

―¿Tendrás visita? ―Su pregunta me dejó mudo―. ¿Vendrá alguien más tarde? ¿O mañana quizá?

―Sí. Santana vendrá mañana, supongo ―balbuceé.

―Ahora entiendo ―dijo con una mirada conocedora mientras sonreía con regocijo.

¿Qué se suponía que entendía? Se puso de pie y caminó hacia la puerta.

―Es bueno llegar y ver tu dormitorio limpio y ordenado ―afirmó―. Tendré que pedirle a Santana que venga todos los días ―acotó entre risas antes de abandonar mi cuarto.

Me quedé con la mirada fija en la puerta, tratando de comprender su comentario, hasta que me rendí y volví a coger el libro.

Media hora más tarde, mi móvil me tentó.

¿Ya ordenaste tu ropa nueva? ¿O la devolviste a la tienda?

Aún no la he tocado. Estoy haciendo puré de zapallo para Juli y Jaco. ¿Tú qué haces? ¿Terminaste el ensayo de Castacana?

Estaba leyendo y pensando en ti.

A mi mensaje le siguió un silencio que me hizo escribir otro texto.

Mi ensayo sigue en NADA. ¿Me ayudarás, cierto?

Claro. Mañana podré ayudarte. Al fin, estaré libre.

Teníamos otro plan para mañana, ¿recuerdas?

Sobre eso, Chris, creo que sería mejor no hacerlo. Estuve pensando en lo que me dijiste, sobre no cambiar por un chico, y la verdad creo que tienes razón.

¿Yo tenía razón? ¿Yo le había dicho eso? ¿Yo no la ayudaría?

Diablos, ¿qué mierda...?

Apreté el puente de mi nariz y tras lanzar el móvil encima de mis mantas, me dejé caer en la cama.

Había una parte en mí que había dicho a Santana la verdad, pero había otra parte en mí que quería la oportunidad de besarla. Como amigos, aunque sea por una única vez.

¿Estaba mal querer besarla?

No quiero hacerte sentir incómodo por el beso.

Como si ella me hubiese escuchado, me dio la excusa perfecta para tranquilizar el lado egoísta y deseoso de mi ser.

Si es por mí no te hagas problema. Siempre te ayudaré, S. Recuerda, amigos para siempre.

Está bien, entonces mañana iré a tu casa.

Hecho. ¡Nos vemos!

No esperé su respuesta para apagar el móvil y tragar el nudo que se había formado en mi garganta.

Al día siguiente besaría a mi mejor amiga.

Joder.

Era casi mediodía del día sábado cuando desperté. Tenía legañas, mi boca seca y demasiado sueño. Haberme dormido a las seis de la mañana pensando en cómo serían de suaves los labios de Santana me había jugado, sin duda, una mala pasada.

Apenas encendí mi celular, este emitió un pitido.

En media hora iré, ¿de acuerdo?

¿Media hora? Miré mis pies descalzos, mi bóxer y me fregué los ojos.

Diablos, tenía que bañarme antes de que llegara.

Estaré esperándote. Te quiero.

Cogí una toalla y corrí al baño a darme una ducha. Me cepillé los dientes, cambié, perfumé, y cuando bajé al comedor, escuché las voces de mi mamá, Daniel y Santana dentro de la cocina.

―Yo puedo ayudarla con el almuerzo, señora Parker ―decía Santana con su tono dulce de siempre.




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