Algo bonito

Capítulo 22

Cuando ella comenzó a distanciarse, un miedo creciente y que amenazaba con convertirse en el peor me asaltó. Antes siquiera de poder descifrarlo, me encontré atrapando su labio entre mis dientes, incapaz de dejarla ir.

Ella se apartará tarde o temprano, Christopher.

Aún cuando comprendí que solo estaba atrasando lo inminente, no dudé en probar más de Santana e, inmovilizándola con mis manos ahora a cada lado de sus caderas, volví a besarla.

A pesar de que era ella la principiante, me sentí torpe al intentar guiar el beso. No quería que Santana se sintiese incómoda, tampoco intimidada. Solo quería... ser un súper héroe.

Por un instante, me sentí como si fuera Superman sobrevolando la Metrópolis. Solo existía una diferencia: yo no tenía a Lois Lane en mis brazos, sino a la chica más linda de Castacana.

Estaba besando a mi mejor amiga.

Perdón, quise decirle por tercera vez. Pero estuve seguro que, por más veces que lo dijera, mi error jamás podría ser remendado. Robar un beso no era un gran delito, excepto cuando la víctima era tu amiga.

―Perdón por querer besarte más, S ―dije en mis pensamientos, todavía temeroso de que se creara un espacio entre nosotros.

Y arrastrando mi mano hasta su nuca, dejando que mis dedos se enredaran en su lacio cabello, empecé a rozar nuestros labios otra vez, con detenimiento, lento y sin ansias, hasta que mi paciencia me desbordó y moví la lengua hacia sus labios.

Sentí el momento exacto en que Santana comprendió mi intención, no porque su cuerpo se hubiese quedado estático o algo similar, sino porque sus labios temblaron al abrirse un poco más.

Hundí mi lengua en su boca, rozándole los dientes en el proceso, y en un acto totalmente hechizante, ella se encontró conmigo.

Y todo se sintió irreal.

Único.

Tan único como ella.

Dos golpes en la puerta me congelaron.

¿Están aquí?

La pregunta viniendo del otro lado me obligó a separarme de Santana, pero incluso apartado de ella no encontré voz para responder a mi mamá.

Santana parpadeó e inspiró hondo como si buscase aire.

Recién cuando noté que ella iba a abrir la boca, entre aturdida y asustada, coloqué mi dedo índice sobre sus labios y me obligué a relajar mi respiración.

Mi pecho dolía al respirar dificultosamente.

―Sí, estamos haciendo el ensayo de Castacana ―grité quizá más fuerte de lo necesario.

Agradecí que la puerta no se abriera, porque si alguien hubiese entrado y visto el rostro de mi amiga, se hubiera dado cuenta a simple vista que yo había mentido. Sus labios rosados e hinchados, su piel de un tono rojizo y el estupor en el que había caído la delataban.

¡Suerte con eso! ―escuché que gritó Dan, seguramente desde su dormitorio.

Sí, mi grito había llegado a él también.

De acuerdo. Apenas termines, Chris, ven a la cocina. Tengo algo para encargarte ―agregó mi mamá.

Después oí sus pasos escaleras abajo.

Entonces fue el momento de regresar a lo que me rodeaba y enfrentar de una vez el hecho de que yo me había convertido en el peor villano de toda la historia de la humanidad.

―El ensayo de Castacana ―siseó Santana apenas encontré sus ojos, pareciendo respirar mejor que yo―. Deberíamos hacerlo, ¿no? ―acotó con sus mejillas al rojo vivo.

¿Ella iba a hacer como si no hubiese pasado... nada?

Parpadeé.

―Trae un papel y un bolígrafo ―alargó retrocediendo un paso―. Te ayudaré.

¿Nos habíamos besado? ¿O todo había sido imaginación mía?

―¿No tienes? ―murmuró sentándose al borde de mi cama.

Retrocedí un paso.

Yo... la había besado. Ella me había correspondido. Nos habíamos besado.

Sin siquiera mirar hacia mi escritorio, estiré un brazo y encontré lo que Santana me había pedido. Papel, me dije. Y un bolígrafo.

¿Y nuestro beso qué?

Acortando los dos pasos que nos distanciaban, extendí la mano con las dos cosas, y esperé a que los agarrara. Cuando nuestros dedos se rozaron, noté cierto estremecimiento hacerse poseedor de ella.

Sin duda, el beso no había sido mi imaginación.

―Santana, yo... ―quise empezar, agarrando su temblorosa mano y sentándome a su lado.

―Si vas a decir que lo sientes, otra vez, mejor guárdatelo.

No pude pasar desapercibido el dolor en su voz.

No empeores esto, Christopher.

―Quiero más ―dije entonces.

Quizá tengo que empezar a hacerle caso a mi voz interior, pensé. Aun así, supe que no sería ese día. Definitivamente, no ese día.

―Y esta vez, no te pediré perdón ―añadí antes de reacomodarme sobre la cama y, todavía sentado, enredar mis manos en su nuca.

Apenas nuestras bocas se reencontraron, Santana alzó una mano con lentitud y rozó mi cuello. Me estremecí. Al solo sentir sus pequeños dedos apretándose en mi nuca, supe que perdería la cordura. Aunque por primera vez, quise mantenerme lúcido al besar, para así poder recordar cada momento.

No había manera de que hubiera alguien más angelical que ella.

Santana era, sin duda alguna, más que una heroína.

Era un ángel.

Maravillado por sus movimientos lentos, torpes y curiosos al mismo tiempo, bajé una mano para posarla en su espalda baja. Ella se estremeció haciendo que mi corazón se saltara un par de latidos.

Segundo después, y sabiendo que mi cabeza comenzaba a perderse ciertos detalles, parpadeé confundido. En un abrir y cerrar de ojos, Santana había quedado de espaldas en mi cama, y yo a su lado, incapaz de soltarla.

Solo detente de una vez, maldita sea.

―No quiero detenerme jamás, S ―jadeé acalorado―. Por dios, m-me encantas.

Mi mente se paralizó.

¿Yo... lo había dicho en voz alta?

Abarrotado, esperé a que mis palabras llegaran a Santana, sin embargo, ella pareció no darse cuenta. Y mi cuerpo, ya rígido y caliente como se encontraba, quiso apostar por más.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.