Algo bonito

Capítulo 23

Estaba jodidamente enamorado de Santana.

―Enamorado de mi amiga ―susurré con miles de emociones mientras el Volvo cobraba vida.

Parpadeé antes de pisar el acelerador y no despegué mis ojos del frente.

Quería tantas respuestas.

¿En qué momento había pasado? ¿Cómo pude enamorarme de ella? ¿Es que acaso mi mente no sabía la diferencia de amistad y amor?

Algo se trisó dentro de mí. Y entonces recordé todas aquellas veces en las que sentí miedo de perder la amistad de Santana.

Ella me quería como amigo y solo como amigo.

Yo debería quererla así también, pero no.

Fragmentos del pasado vinieron a mis pensamientos. Días en que Santana era la única niña entre mi grupo de amigos, todas las veces que la peleé por ser tan delicada y sensible, las noches en que ambos jugábamos a contar las estrellas sin importar que no pudiésemos, incluso los momentos en que los dos sabíamos que éramos amigos pero aun así nos abrazábamos como si fuésemos más que eso.

Me había enamorado de la chica que jamás pensé que me enamoraría.

Santana Reed Lloyd había robado mi corazón como una villana. Aunque claro, dudaba mucho que ella hubiese planeado tal robo; sin pretenderlo, sin pedírmelo, sin envidiármelo, Santana había llegado al centro de mi corazón y lo había arrebatado en un pausado y casi imperceptible movimiento.

De todas formas, yo no tenía intención de reclamarle nada. Al fin y al cabo, yo también era un ladrón. Solo que aún no tenía su corazón.

―¿Y por qué pretendo que ella sienta lo mismo? ―bufé para mí mismo.

Santana apreciaba mucho nuestra amistad.

¿Y yo la arruinaría? Al diablo con eso, pensé.

Estaba enamorado de ella y haría lo que estuviese a mi alcance para que me correspondiera, incluso reescribir Como enero y diciembre para que Santana albergase la idea de amigos convirtiéndose en algo más.

Después de media hora dando vueltas detuve la marcha, exactamente en el lugar a donde tendría que haber ido desde el principio, y bajé del auto.

Muchos arbustos, una verja y un corto camino de piedras me recibieron.

Caminé hasta la puerta trasera mientras me debatía internamente qué decir. Cogí las llaves que escondían bajo la maseta con flores púrpura y la hundí en el cerrojo. Me congelé allí cuando una frase voló por mis pensamientos.

«Amigos para siempre».

No, no, no.

Tenía que olvidarme de la idea de decirle mis sentimientos. Ella no lo entendería, ella...

―Se lo diré ―musité interrumpiendo mis propios pensamientos―. Si ella no lo entiende, entonces seguiremos siendo amigos.

Giré la llave y la puerta se abrió.

¿Y si Santana no quería seguir siendo mi amiga después de mi confesión?

―Maldición ―gruñí retrocediendo un paso y saliendo de la casa.

Cerré la puerta y dejé la llave en el lugar que había estado. Fue entonces que, mientras mi corazón decía que cogiera la llave de nuevo y mi mente lo contrariaba, oí voces acercándose. Segundos antes de darme la vuelta oí la familiar voz de Teresa, la madre de Santana, hablarme.

―Chris, ¡qué sorpresa!―exclamó llegando junto a su marido por detrás de mí.

Ambos vestían ropa formal, trajes oscuros y elegantes, y cada uno sostenía a un mellizo dormido en brazos. Adam palmeó mi espalda con afecto mientras su esposa buscaba algo en la cartera.

―¿Todo bien, Peter? ―me preguntó mirándome con detenimiento.

―Sí, yo... sí ―balbuceé.

La señora Lloyd sacó un par de llaves de su bolso de cuero negro con falsos diamantes incrustados y abrió la puerta mientras yo seguía allí, inmóvil.

―¿Estabas llegando? ―indagó él.

―Uh, yo... no. Justo estaba yéndome ―dije atragantado―. Adiós, señora y señor Lloyd ―me despedí con mis manos sudadas sacudiéndolas al aire.

Diablos, les había mentido. Yo había sido un cobarde.

Llegué junto a mi auto y golpeé el capó con un fuerte golpe.

―No puedo decírselo ―dije batallando con mis pensamientos.

Había recorrido cuatro calles cuando mi móvil comenzó a sonar. Disminuí la velocidad y aparqué antes de cogerlo.

¿Chris?

El solo escucharla hizo que mi corazón repiqueteara con fuerza dentro de mi pecho. ¿Desde cuándo oírla me hacía sentir era tan malditamente indefenso?

―Santana ―apenas susurré.

¿Estás bien? Mis papás me dijeron que estabas fuera de casa y no entraste. ¿Sucede algo?

Diablos.

―Sí, no... Sí. En realidad, no ―dije finalmente.

Un silencio incómodo se instauró en la línea.

Chris, ¿algo anda mal?

―No, solo... ―estoy enamorado de ti, omití.

¿Quieres que vaya a tu casa? No te oyes... bien ―alargó. Antes de dejarme decir algo, volvió a hablar―. Iré en unos minutos, ¿de acuerdo? Solo déjame avisarles a mis papás ―añadió.

Su preocupación, por algún motivo, me hizo sentir feliz.

Fui un idiota feliz.

―Mejor quédate ahí. Yo iré a buscarte ―me oí decir.

Volví a encender el Volvo y, mientras escuchaba una de las canciones preferidas de Santana, conduje en su dirección.

Tal como lo sospeché, ella estaba esperándome afuera de su casa, con el mismo estilo de ropa que siempre había usado y con una mueca de preocupación tiñendo sus facciones.

Bajé el volumen a Fuego contra hielo y la miré mientras subía a mi lado.

Por primera vez en los diecisiete años que llevaba viéndola, le sonreí sabiendo que ella era dueña de mi corazón. Ella tenía mi puto corazón.

Su ceño se frunció, pero el sonrojo triunfó. A pesar de mi idiotez, creí saber por qué.

¿Ella también recordaba nuestros besos como yo?

Santana bajó la mirada.

―Te ves raro ―dijo entonces con algo de timidez, definitivamente evitando un tema de conversación que tarde o temprano saldría a la luz.




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