Me desperté de repente por el molesto sonido del despertador que tenía al lado de mi cama, colocado en una pequeña mesa de noche. Inspeccione la habitación con los ojos entrecerrados, sintiendo como el sueño aun dominaba mis sentidos.
El resplandor del sol que usualmente se hacía paso por la ventana corrediza me anunciaba que era muy de mañana como para estar levantada.
Levante mi rostro de la almohada y me sentí desorientada. ¿Por qué la alarma se había activado? No tenía sentido que la programara para un Domingo, no si se supone que son los días en los cuales descanso, si es posible, hasta las once del mediodía. El trabajo me hacía sentir exhausta. Estar sentada por mucho tiempo te deja una tensión muy molesta en los hombros. Así que, descansaba las horas que sentía que eran suficientes para recuperar energías.
Bufe por lo bajo.
Decidida a no darle importancia y, sin desacomodarme por completo de mi posición, gire mi torso hacia la izquierda e hice un esfuerzo sobrenatural de estirar mi brazo, para finalmente, alcanzar el botón de apagado.
Lance un suspiro lleno de alivio.
El fastidioso sonido se detuvo y el silencio volvió a invadir mi habitación. Sentí una oleada de tranquilidad cuando la paz gobernó a mí alrededor. Acomode la suave sabana de algodón que me daba tanta comodidad sobre mi cuerpo y cerré los ojos. Di respiraciones breves y calmadas. Poco a poco, sentí como mi cuerpo estaba punto de caer en el limbo de la inconciencia, pero de pronto, a lo lejos, una voz muy familiar inundo mis oídos, interrumpiendo mí intento de dormir.
—Isabella, despierta —Era mi madre, y aunque no lograba verla por completo, estoy casi segura de que se encontraba con su rostro asomado entre la pequeña ranura de la puerta que ella misma había creado.
El sonido de la puerta crujiendo lentamente me aviso que entraría. Mantuve los ojos cerrados una vez más, fingiendo estar sumergida en mi quinto sueño. Deduje que se había sentado al filo del colchón ya que sentí como se hundió bajo el peso de alguien.
—Hija —dijo en un susurro casi inaudible. Su mano se posó sobre una de mis mejillas y comenzó a dar pequeñas palmaditas—. No sé por qué finges estar dormida si sabes que conmigo no funciona. Vamos, levántate. Necesito que me ayudes a preparar todo.
Gruñí llena de frustración.
Levante mi torso perezosamente con los ojos entrecerrados. Los dorados rayos de sol me cegaban, y mire a mi progenitora, quien me recibió con una pequeña sonrisa formándose en la comisura de sus labios mientras me devolvía la mirada.
Gire mi cabeza hacia la izquierda y enfoque la vista en el reloj de la habitación.
Mi mandíbula cayó al suelo, dando por hecho mis sospechas.
— ¡Pero apenas son las ocho de la mañana! —proteste haciendo un ademan con los brazos llena de indignación—. Se supone que debías dejarme dormir unas cuantas horas más, ¡es el unido día en que puedo decidir a qué horas despertarme, mama!—Exclame llevándome mi mano hacia la boca, cubriéndola, para luego bostezar. Mi vista se nublo con unas lágrimas debido a la acción—. ¿No crees que es demasiado temprano? Yo diría que sí.
— ¿Terminaste? —pregunto irónica, alzando sus delgadas cejas, mientras su expresión cambiaba completamente de una sonriente, a una seria.
La imite, observándola sin expresión alguna y, luego, deje caer mi cuerpo sobre la cama e hundí parte de mi rostro en la almohada.
—Solo necesito unos quince minutos más… —le dije en un murmuro (pero en realidad, estaba hablándome a mí misma) mientras encontraba la posición más cómoda.
Hoy era uno de esos días en los cuales mi cama me imploraba que me quedara más tiempo sobre ella. Y era una tentación no hacerlo. ¿Quién se podría resistir? Se sentía tan acogedora y tan cálida, que lo último que deseaba era poner un pie fuera de ella. Solo quería abrazarme a las sabanas por unos cuantos minutos más hasta que mi cuerpo me avisara que el descanso ya fue suficiente y, que ya era hora de ponerme en marcha.
La ruidosa voz de mi madre volvió a apoderarse del lugar.
— ¡Isabella, por favor, ayúdame y despierta de una vez! —Había olvidado por completo lo bulliciosa que podría llegar a ser mi madre cuando lo quiere—. ¿Cuántas veces tienes el placer de que tu madre te levante un fin de semana? —Hablo dispuesta a crear un argumento para convencerme. Debía admitir que era excelente cuando lo hacía. Debió ser abogada—. ¡Son pocas las ocasiones! —Escuche que dio un corto suspiro y siguió hablando, sin embargo, su tono de voz descendió bastante—. Por favor, solo será por esta vez.
Di un suspiro y abrí los ojos, rindiéndome. En cierta parte, mi madre estaba en lo correcto y, por esa razón, no podía refutar lo que había dicho. No siempre corro con la suerte —o como ella lo llamaba: placer— de que sea ella quien me despierta todos los días por la mañana. Especialmente los fines de semana. Esos tiempos son pasados y se acabaron hace mucho tiempo, sin embargo, debía sentirme agradecida de que ella estuviera de vuelta aunque sea por un tiempo indefinido, pero la tendría a mi lado y trataría de recuperar el tiempo perdido.
“Recuperar el tiempo perdido. ¿Realmente se podía recuperar el tiempo perdido?” Me pregunte a mí misma, teniendo como respuesta un claro e indudable “no”.