Después de que tuviera una pequeña conversación con Elián Kuegler acerca de su admirable talento, el muchacho se marchó con un “nos vemos pronto” dejándome completamente sola en mi oficina, buscando algo que hacer.
Mi oficina, vaya, me encantaba como sonaba aquello.
A juzgar por el primer trato, el parecía una persona muy amigable, y alguien muy concentrado en su trabajo.
Arlet era la responsable de explicarme exactamente cuál era mi trabajo en la Academia, según lo que me dijeron. El caso era que ella todavía no hacia su aparición. Y llego esperándola alrededor de una hora. No tenía ninguna opción más que entretenerme con los libros que estaban guardados en el estante.
La mayoría de ellos estaban relacionados con la administración y la contabilidad de una empresa, y los otros bien me podrían funcionar como guía. Los pocos que sobraban, apartados a un lado, eran de literatura. Estaban tan maltratados. Sus hojas se desprendían y estaban sucias. Me pregunto cómo fueron capaces de descuidarlos tanto. Tome en mis manos El Retrato de Dorian Gray, un clásico, y lo hojee, a pesar de estar desgastado, sus páginas todavía eran leíbles, y el número de páginas todavía estaba en orden.
Saque del lugar el segundo libro, observe su portada, y con la misma lo volví a posicionar en su lugar. Hay una frase muy conocida, utilizada por los lectores que dice: <No juzgues a un libro por su portada>. Lo irónico es que yo lo hacía, y mucho. No me considero una lectora aficionada, pero tampoco soy una persona a la que no le gusta leer. Es todo lo contrario. Me agrada. Me gusta pasar el rato leyendo para adentrarme en la vida de seres ficticios, me resulta imposible no identificarme con sus pensamientos e ideas. Bueno, como seguía diciendo, mi problema es que la portada es muy importante para mí a la hora de escoger de la biblioteca un libro para llevármelo a casa. Si esta no me llama la atención o no la miro creada con creatividad me decido por no leer el libro e ir en busca de otro con una portada más llamativa. Es una maña muy extraña.
Alguien dio unos golpes a la puerta y me encamine a ella para abrirla. Di un suspiro. ¡Por fin! Dios me escucho. Agradecí para mis adentros. Arlet se encontraba detrás de la puerta con una sonrisa pintada en su rostro. Sonreí de vuelta.
—¡Hola Isabella! —Saludo de nuevo. Me enfoque en sus manos y traía dos pequeños envases y dos cucharas diminutas—. De verdad siento mucho la tardanza, es que andaba haciendo unas compras. Quise darte un pequeño regalo de bienvenida. Espero que te guste el helado de frambuesa, porque esto es lo que traigo.
Conocí a esta chica hace menos de tres horas pero ya sé que lo que la caracteriza es su sorprendente amabilidad al recibir a las personas.
—No se preocupe señorita. Y si me gusta el helado, es muy amable de su parte —pronuncie, haciendo un gesto con las manos. Me hice a un lado para dejarla pasar a la oficina, porque por lo que veo, ella no entraría si yo no se lo pedía o no me apartaba del camino.
Cerré la puerta tras ella esperando a que ella comenzara a explicarme con lujo de detalles lo que tendría que hacer de ahora en adelante.
—En sí, ¿Cuál es mi trabajo en la academia, señorita Evans?
─Ay vamos, ¡no seas tan formal conmigo! ─profirió Arlet, acercándose hacia el escritorio y dejando los dos envases de helado encima de él. Yo la mire extrañada por lo que había dicho─. Llámame Arlet, con toda la confianza del mundo, de todos modos de alguna manera vamos a ser compañeras de trabajo, también podríamos llegar a ser grandes amigas, ¿no crees? —Asentí, dándole la razón—. Perfecto. Y por cierto, debo informarte algo importante acerca de tu trabajo —indico, llamando mi completa atención. Ella se sentó en la silla frente al escritorio y yo en la que se encontraba tras de el—. Escucha. La Academia está pasando por un corto periodo de tiempo en el que nos faltan secretarias administrativas…
Fruncí el ceño, confundida.
—Espera… Según lo que leí en un artículo publicado en la página oficial, La Academia cuenta con el apoyo de muchas secretarias. Creí que era así.
—No es que no las tengamos, las hay. Tenemos muchísimas, como bien dice el artículo, unas diez aproximadamente —me aclaro—. Esta Amanda Collingwood, Makayla Lee, Joanne Walsh... entre otras más.
—¿Entonces…?
—El problema es que en este momento están ausentes, les dieron dos meses de vacaciones.
Mis ojos se agrandaron por la sorpresa. ¡¿Dos meses de vacaciones?! ¡¿Por qué tanto tiempo?!
—¿Por qué? ¿No crees que sea mucho tiempo? —cuestione aun sorprendida.
—Claro que lo creo, pero es lo justo. Escucha, te contare lo que paso, tienes derecho a saber ya siendo parte de la Academia. Hace tres semanas atrás exigieron que se les subiera el salario y que les dieran las vacaciones que les debían. Incluso, el asunto salió a la luz en las noticias: “Empleadas de la Academia Imperial de las artes hacen huelgas pacificas fuera del edificio”. ¿Acaso no viste pasar esto por televisión? —Negué con la cabeza—. Bueno, el punto, es que sin ellas no funcionamos tan bien —Comenzaba a entender a donde iba todo esto, pero dejaría que ella terminara de explicar—. Conclusión: necesitamos apoyo en auxiliar administrativo. ¿Crees que podrías aportar?
Me quede en silencio por unos segundos, analizando la situación. Lo que buscaban era apoyo administrativo de otros empleados mientras las secretarias estaban de vacaciones. No quería negarme a la oportunidad, teniendo en cuenta que es mi primer día. Quería que las personas se dieran cuenta que estoy dispuesta a encargarme de todo el trabajo que caigo sobre mis hombros, o el que se me ofrezca por una razón. Quiero ser servicial en la Academia. Beneficiaria a mí trabajo. Y además, solo debería ayudar con el trabajo de las secretarias por poco tiempo.