Hice un intento de tragar saliva, pero me costó ya que mi boca estaba seca. El corazón me latía tan rápido que pensé que se iría a salir de mi pecho. Sentí como la sangre corría por mis venas, acelerando y encendiendo mi cuerpo. Me sentía amenazado al tenerlo frente a mí, después de tanto tiempo. La última vez que lo vi no tuve la oportunidad de hacer lo que tenía en mente.
El seguía lanzando palabras al aire; palabras sin alguna importancia para mí, no obstante, yo ya no lo escuchaba, su voz había sido bloqueada por mi mente. ¿Para que querría escucharlo? Si sé que todo lo que salía de la boca de este tipo era pura basura, y no perdería mi tiempo con él.
Lo que Arlet tuve que ver en este tipo para traerlo hasta mi tuve que ser «buenas intenciones», y ese siempre fue el problema. Por mucho que intente aparentar tenerlas, por mucho que trate de fingir humanidad, al final, no hay una pizca de buenas intenciones detrás de sus actos. Lo sabía, y lo aprendí de la peor forma posible. Mis ojos se enfocaron en su rostro y la rabia nació en mí. Yo no veía a alguien justo, era al contrario, lo único que lograba ver a través de su rostro era el daño que le había hecho a la persona más importante en mi vida.
Sentí como mi mano empuñada se levantó por inercia y, sin más, le propine un puñetazo que aterrizo directamente en su nariz. El cuerpo del idiota cayó al suelo debido a la fuerza con que había golpeado, se llevó su mano a la nariz, quejándose del dolor. Un hilito de sangre comenzó a bajar lentamente por su maxilar superior.
Sonreí lleno de satisfacción.
—De todo lo que tienes esto es lo único que en verdad mereces. No sabes las ganas que tengo de darte otro golpe, pero no lo haré, ¿y sabes porque? Porque yo no soy como tú, y jamás lo seré. Y además, no vales la pena.
Dos figuras corriendo hacia mi dirección llamaron mi atención. Ahí venia Arlet con Isabella. Arlet corrió como una demente y se detuvo estando a mi lado, me tomo del brazo llevándome de jalada hacia donde supuse que era mi auto. Eche un vistazo hacia atrás y pude ver como Isabella se acuclillaba para ayudar al desgraciado ese a levantarse del piso.
La rabia seguía intacta. La adrenalina también.
Estaba pasándola tan bien con Isabella y sé que ella también lo estaba, hasta que llego ese tipo a arruinar el ambiente. Me daba un poco de pesar que la noche terminara de esta manera, Isabella y yo apenas nos estábamos conociendo y no tuvimos el tiempo suficiente como para seguir haciéndolo. Me sentí mal por haberla hecho pasar por todo este escándalo. Ella era la única inocente en medio de los tres, no merecía ser parte de una situación que desconoce, no de este lió. Estoy casi seguro que ella no tiene ni idea de lo que acaba de ocurrir.
Mañana tendré que disculparme con ella. Era lo correcto por hacer.
Mi sangre todavía hervía de la misma rabia, era la lava que se escondió en un volcán a punto de hacer erupción. Por una parte me sentí bien porque había tenido la capacidad de mantener la cordura y no dejar que el enojo controlara mis acciones como si fuese una marioneta bajo su control.
Jamás fui alguien agresivo, es más, soy todo lo contrario a esa palabra, pero con él lo fui, porque se lo merecía, más que nadie. Y de todos modos, sé que Alessandro solo vino para provocarme.
¿Con que razón? Para hacerme enojar, para herirme. O al menos eso supuse.
El rostro de Arlet lucia afligido. Yo era muy bueno leyendo a las personas, y ella me facilitaba el trabajo. Era tan transparente.
—Sube al auto. Ahora.
Le hice caso, pues lo único que en realidad deseaba era largarme de este lugar lo más antes posible. Toque el botón de la alarma y del auto salieron dos chillidos. Me subí rápidamente al asiento de piloto y Arlet me observo irónica desde afuera con los brazos cruzados bajo su pecho.
—Estás loco si piensas que conducirás así. Solo mírate, pareces una llama —me dijo, abrió la puerta de mi lado y trato de sacarme de el a forcejeos—. Conduciré yo. Sal.
—Aquí la loca eres tú, Arlet. No te dejare manejar mi auto. No sabes hacerlo, ¿recuerdas? Te saliste del curso cuando tu instructor comenzó a hostigarte. Lo dejaste a medias. Ni siquiera tienes licencia.
Ella me fulmino con la mirada y bufo de mala gana.
—Cállate ya, sabes cómo detesto que tengas razón.
Volví a acomodarme en el asiento y ella me acompaño como copiloto. Puse en marcha el auto y le pregunte si quería que la pasara dejando por su casa. Ella se negó. Quería ir a la mía. Eso jugo en mi contra pues lo único que quería era estar solo.
No me llevo mucho tiempo llegar hacia mi apartamento, el Hotel Paris solo estaba a unos pocos kilómetros de distancia. Estacione el auto y salude con un ademan al guardia de seguridad del Apartamento. El me devolvió el saludo. Subí por el elevador con mi amiga. Ella tenía los ojos clavados en mí, sabía que estaba preocupada. Por una parte la entendía, jamás me había visto en ese plan.
Hasta hoy.
Siempre hay una primera vez para todo, ¿no?
Tire las llaves encima de la mesa fatigado. Sentía que en cualquier momento podría caer de sueño, pero tenía que aguantar un poco, no debía dejar a Arlet vagando por mi apartamento mientras yo dormía, y no era porque no confiara en ella, sino que ella se quedó con la intención de hablar conmigo.
Me acomode en el sillón y encendí el televisor, quería distraerme de todo lo que había pasado. No quería pensar más, quería que mi mente se pagara por unos instantes dejándome libre.
Ojala existiera una manera de hacerlo. Ojala nuestra mente se pudiera apagar como las luces lo hacen cuando deseamos.
—¿No piensas explicarme que sucedió allá? Habla Elián —demando.
Decidí no contestarle e ignorar sus insistentes llamados. Sabía que estaba comportándome como un niño en pleno capricho. Arlet, al darse cuenta que la ignoraba conscientemente se paró frente al televisor interrumpiendo mi vista, con el fin de que le prestara atención.