Algo más que un te quiero

Algo más que un te quiero

Nate y Rosie llevaban casados a penas medio año. Se conocieron a finales del 
bachillerato; ella era toda una artista para la pintura, licenciada en arte plástica con apenas veinticinco años de edad. Él era un buen empresario, todo educado y cariñoso. Ambos estaban muy enamorados como solo lo pueden hacer dos personas que, sin que entendamos qué tienen de especial, tenemos la certeza de que son los más afortunados en el mundo.

Pero pasó el tiempo, tuvieron dos hijos y Rosie le comenzó a dedicarle menos tiempo a su vocación, atendiendo gran parte a los niños y las actividades domésticas como se espera que toda buena madre haga, mientras tanto, Nate se volvió más y más frío, distante, absorto por completo a su trabajo.

Ambos se encontraban demasiado ocupados para dedicarse tiempo entre ellos y esto le pesaba el corazón a esta mujer que, con mucho frecuencia, se sorprendía a sí misma perdida en sus propias divagaciones, añorando esos instantes cuando él la trataba como todo un enamorado. 

 

Pero solo se trataban de pensamientos, la realidad era distinta: sin flores, sin ningún romántico paseo en la playa, ni siquiera una palabra cariñosa. Nate se había vuelto frívolo e incluso, ella intuía que su presencia, en vez de complacerlo lo irritaba.

Y así transcurrieron varios años.

Un buen día, Rosie cayó terriblemente enferma. Se hicieron análisis y los médicos confirmaron la horrible noticia: Su corazón desfallecía con cada momento, volviéndose más débil y si 
no conseguían un donante, muy pronto moriría.

Una vez internada en el hospital, Nate y los niños no dejaron de visitarla de manera continua, casi a diario, llevándole obsequios para mantenerla contenta. Pero ella solo pudo enfocarse en el cambio de actitud repentina que él ahora le dedicaba, el cómo volvía a tratarla como en el pasado, cuando era cariñoso y cortés.

Y esto, en vez de alegrarla solo le enfureció.

“¿Tuvo que suceder esto para que se volviera a fijar en mí?”, pensaba Rosie con profundo rencor.

Una tarde donde él llegó a visitarla sin los niños, trajo un gran ramo de rosas rojas y los chocolates que a ella tanto le encantaban. Pero Rosie recibió a Nate con voz cortante y dura. Él no pareció percibirlo o tal vez solo hizo caso omiso. Dejó los dos regalos en su regazo y le colocó un tierno beso en la frente. Nate lo hizo todo sin borrar la hermosa la sonrisa que tenía plasmada en el rostro.

—¿Qué es esto? —exigió Rosie sin poder contener la dureza de su voz.

—Para la mujer más especial que conozco —le contestó él con voz repleta dulzura.

—No conozco a esa mujer —dijo ella arrugando el ceño, y con ojos que empezaron a escocer añadió—: Si yo fuera ella, tú nunca hubieras sido frío todo este tiempo cuando me encontraba buena, nunca hubieras dejado de ser ese hombre con el que me casé, aquel que me hablaba y trataba con dulzura.

La sonrisa de Nate se desvaneció, luego permaneció en un silencio serio. Por fin, acercó sus labios a los de ella, besándola con delicadeza.

—Te quiero —le susurró tenuemente cuando se apartó sin apartar sus ojos de los suyos.

Ella frunció los labios en una fina línea.

—Si de verdad me quisieras, me lo hubieras dicho antes, y no ahora en el que ambos sabemos que estoy a un paso de morir. Un te quiero solo es una frase, y eso no me sirve de nada ahora.

Se dio cuenta demasiado tarde que dos lágrimas se derramaron por sus mejillas. Nate se mantuvo callado, y al cabo de varios minutos sin que ni uno de los dos se atreviera a romper el silencio, él se levantó y salió sin decir una palabra. Fue entonces cuando ella pudo romper en llanto, consciente de lo duras que habían sonado sus palabras.

Pasaron varias horas y justo antes de que anocheciera por completo, vino a ella el 
doctor que la atendía.

—Buenas noticias, hemos encontrado un donante y justo ahora la llevaremos a 
cirugía —anunció con una amplia sonrisa, pero en sus ojos Rosie percibió un 
atisbo de tristeza. Ignoró la pulsada de advertencia y aceptó para empezar el procedimiento.

Horas más tarde, al abrir los ojos, percibió el latir rítmico y fuerte su nuevo corazón.

No obstante, cuando el médico y las enfermeras llegaron a verla, intuyó que algo andaba mal, porque ese día, Rosie no había recibió ni una visita.

—Señorita, esto es para usted —le dijo una de las enfermeras entregándole un sobre en tono color rosa.

Rosie abrió el papel y dentro, encontró la dedicada caligrafía de Nate.

"27 de Mayo de 1997

Querida Rosi, seguramente no tienes ni idea de por qué inicio con una fecha del pasado, es posible creas que haya sido un día cualquiera, tal vez estabas en tu taller ingeniándotelas para recrear algunas de tus pinturas y dibujos, manchada de pies a cabeza, con las manos y el cabello llenos de varios puntitos de colores, soportando dolores de espalda por la postura; y yo, metido en un nuevo proyecto del trabajo o cualquiera de esas cosas que te he platicado. Si eso crees que sucedió ese día, discúlpame si te saco de ese error. Ese día, estaba de camino al trabajo, como siempre. Me despedí de ti con un beso sabor a café caliente y pan tostado. Justo antes de entrar al edificio donde ejercía, un compañero, al verme, se acercó a mí y posando una mano en mi hombro soltó un triste “lo siento”. No comprendí en ese momento sus palabras, pero no me dio ocasión de preguntarle al respecto. Al entrar, varios otros compañeros me dedicaron miradas cargadas de la misma tristeza y algunos, ni siquiera me miraban. Cogí valor y me atreví a acercarme al que tenía más cerca y le pregunté incierto:

—¿Qué sucede?

Mi compañero se mostró incómodo pero claramente desconcertado, creí que no me contestaría pero entonces, bajó la cabeza y murmuró:

—Todos saben lo de tu esposa.

Y así fue, que entré en pánico.



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En el texto hay: matrimonio, carta, romance

Editado: 28.12.2019

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