Algo tan bonito como tus ojos

1| Mejores amigos


Todos alguna vez en la vida hemos caminado refunfuñando mientras nos dirigimos al colegio, ya sea por alguna tarea no hecha, por no poder dormir más de lo deseado, quizás porque el bus no pasó rápido y tuvimos que caminar hasta que aparezca uno o hacer trasbordo, o tal vez porque nuestro compañero de camino no nos acompañaba en cierta ocasión; y la razón para mí estrés y malestar era la última.

Viviane, mi mejor amiga desde los doce años, había decidido ir temprano a clases para poder hablar con sus amigas. Le importó más hablar sobre el nuevo novio de Roxanne que ir conmigo al colegio.

Estúpida Roxanne y su nuevo novio sacado de revista. 

Agradecí a Dios el haber llegado a tiempo a clases y a penas ingresé al salón me senté junto a Gibrán, mi mejor amigo. Ignoré deliberadamente a Viviane y ella solo se me quedó observando puesto que mi actitud era demasiado obvia para todos y más aún cuando ella se sentaba delante mío.

— Deyner, ¿Me estás ignorando? — preguntó desde su asiento con el torso en mi dirección.

La miré fijamente y noté que su cabello estaba oscuro, es decir, ahora su cabello era color negro y no el castaño usual. La miré sorprendido por el cambio que denotaba y más aún cuando éste hacia que resalten sus ojos color miel. Se veía hermosa y me había quedado sin palabras.

Ella alzó una ceja esperando una respuesta de mi parte y me obligué a hablar — No. ¿Terminaste de hablar con Roxanne? — pregunté con ironía. — Seguro a ella le dijiste primero sobre tu cambio de look.

El profesor de Inglés ingresó al aula interrumpiendo nuestra conversación, pero aún así ella me respondió por lo bajito — No seas resentido, fue una decisión de último momento y solo quería impresionar a todos, incluyéndote. — respondió sin dejar de mirar al frente.

Sonreí ante la última palabra y no respondí palabra alguna.

No era secreto que estaba enamorado de Vivi, como le decía de cariño, desde que la conocí y tampoco lo era el hecho de que ella no me veía de la misma forma. Lejos de sentirme rechazado, me mantenía esperanzado. 
Mamá me había enseñado que la esperanza era lo último que se perdía, así que me mantenía firme en mis sentimientos hasta ese entonces.

El tiempo de clase pasó volando y cuando me di cuenta ya estábamos en la última hora recibiendo clases de Matemáticas. Me encontraba cursando el último año de colegio, por consiguiente las materias eran avanzadas con el fin de prepararnos para la universidad.

Lo que no contábamos cada estudiante era que en ese momento el profesor llegué con un folio lleno de hojas y eso solo significaba una cosa.

— Deyner, tienes que ayudarme. — susurró Vivi mirándome con una mueca de terror.

Sonreí divertido. Ella odiaba las matemáticas y nunca, ni esforzándose podría pasar un exámen sin mi ayuda. 
El profesor lo sabía y se dió por vencido cuando el mismo se había ofrecido a darle tutorías después de clases.

Hay personas que simplemente odian las matemáticas tanto, que tienden a no comprender más de lo necesario.

El profesor decía que el nivel de conocimientos que tenía mi amiga era el suficiente para postular a cualquiera carrera, a excepción de las que tienen como base los números, y esto no era impedimento alguno para ella puesto que su sueño era estudiar Fotografía y tener su propio estudio.

Sin embargo, el Estado había agregado tres módulos de matemática financiera a nuestro parcial con el fin de poder emprender un negocio en tal caso de no postular a una carrera universitaria. Y si, eran estos módulos el sufrimiento diario de Viviane.

— Tranquila, para eso me siento atrás tuyo. — respondí riendo.

— Y a mi lado. — completó Gibrán.

Negué tratando de mostrarme decepcionado pero no me salió. Era obvio que entre los tres yo era el más aplicado y por ende les ayudaba en la tareas y exámenes.

— Muy bien, jóvenes. Lección sorpresa. — habló alzando sobre su cabeza las hojas que tenía en manos — Es sobre la última clase que vimos. Retenciones.

Sonreí victorioso por conocer el tema de memoria. Mi fuerte eran las matemáticas y me sentía orgulloso de haber heredado ese detalle de mi papá.

Una vez que nos entregaron las hojas, tarde diez minutos en resolver las cuatro preguntas y me hice a un lado para que mi compañero pueda copiar las respuestas. En todo momento miraba al profesor con cuidado. Luego intercambié las hojas con Viví de forma rápida, para esto era de vital importancia que nos sentemos junto a la pared, de esa manera ella me pasaba la hoja de ella, vacía por supuesto, y yo la mía. 
No era difícil imitar su caligrafía. Ya eran años de lo mismo que hasta podría falsificar su firma fácilmente.

El tiempo terminó y entregamos nuestras lecciones felizmente.

Al salir de clases recibí un fuerte abrazo de Viviane y sonreí por aquello. Estaba más que acostumbrado a sus abrazos pero siempre los sentía reconfortantes.

— Te amo tanto, lo sabías, ¿Cierto? — habló la pelinegra.

— Sí, Vivi. Yo también lo hago. — respondí.

— Ya bésense — intervino Gibrán abrazándonos a ambos por detrás.

Viví viró los ojos y yo solo me sentí nervioso. Mi mejor amigo sonrió de forma cómplice. El sabía lo que yo sentía por la chica a mi lado y a diferencia de mi, él creía que ella nunca me iba a ver de la forma en que yo quería. El lo aseguraba diciendo que sería demasiado cliché y que dos personas que se conocen desde hace mucho y no son más que amigos, ni lo serán nunca.

Yo solo esperaba que él se equivocara.

— Para agradecerte por lo que hiciste, este fin de semana nos vamos de fiesta. ¿Qué te parece, ojos bonitos? — preguntó Viviane.

Ella tenía esa costumbre de llamarme de esa manera y me gustaba. Me gustaba que encontrara a mis ojos atractivos y bonitos.  Aunque yo preferiría los de ella por encima de cualquier otros, incluso que los míos y es que siendo sincero, los míos eran simples y de un común color café oscuro, a excepción de las pestañas largas y abundantes heredadas de mi mamá.




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