Algo tan bonito como tus ojos

3| Mi sanador

El día siguiente de mi encuentro con Jeff, desperté temprano y me alisté lo más rápido que pude con el fin de estar en casa de Viviane quince minutos antes de lo normal.

— ¡Me voy! — avisé mientras salía por la puerta principal.

Escuché a mamá despedirse de mi y emprendí mi camino a la casa la pelinegra.

Estando allí golpeé la puerta y a diferencia de la noche anterior, está vez me recibió una sonriente Ashley, quién estaba vestida con ropa de oficina.

— Hola, Deyner. Pasa. — ofreció haciéndose a un lado.

La miré extrañado y respondí con un buenos días. — ¿Y Viviane?

— Está en su cuarto, no quiere bajar. — respondió mientras recogía unos papeles que estaban encima de la mesa y luego los guardó en un bolso.

— ¿Por qué?

La señora Ashley se colocó perfume en todo su cuerpo y luego habló — Está en sus días difíciles. Dice que le duele mucho el vientre. — explicó y luego se acercó a la puerta. — Supongo que no irá a clases.

Una alarma de preocupación de activó dentro de mí — Disculpe, pero ¿Por qué le duele tanto? ¿Es normal?  

Ella sonrió y colocó su mano en la perilla de la puerta. — Sí, es normal. Ella tiene que aguantarlo. Es algo que todas las mujeres pasamos. — explicó sin darle importancia. — Me tengo que ir, cariño. Ahí en la cocina hay un caldo de pollo y un té para preparar. Le dices a Viviane.

— No se preocupe, yo me quedo. — respondí decidido.

— Muchas gracias. Eres un buen chico. Cualquier cosa me avisas. — ofreció para luego abrir la puerta y dirigirse a la carretera principal.

— ¡Cierto! — exclamé llamando su atención. Ella se volteó. — Su... El señor Jefferson va a venir temprano o...

— Está en un viaje de negocios. Salió hoy en la madrugada. — explicó y me sentí avergonzado. — No te preocupes por dejarle comida. Coman ustedes no más. Ahora sí me voy que se me hace tarde.

Sin más la vi alejarse de la casa y cerré la puerta con pestillo por si acaso algún ladrón se confunda de casa o algo. Siempre hay que ser precavido. Miré el reloj de la sala y este marcaba las siete de la mañana en punto. Ahora sí ya no había marcha atrás. A esta hora ya dieron por iniciadas las clases.

Caminé a uno de los muebles y dejé mi mochila en ellos. Me sentía con un peso menos de saber que el señor Jeff no estaba en casa y eso significaba libertad.

Subí las pequeñas escaleras que conducía a las habitaciones y me dirigí a la de Viviane. No toqué la puerta y solo entré.

En la cama cubierta con un edredón se encontraba la pelinegra dejando a la vista su cabeza.

— ¿Que haces aquí? Deberías estar en clases. — dijo con un tono de voz ronco y tembloroso, aunque notaba que estaba de mal humor.

Me acerqué a ella y me senté en un espacio libre de la cama. — Solo había que presentar un ensayo. No te preocupes por eso. Ya habrán más días para ir a clases. — sonreí.

Ella esbozó una ligera sonrisa y luego está se contrajo en una de dolor para luego abrir paso a un quejido fuerte que terminó en llanto.  La miré preocupado. Ya había pasado por esto algunas veces pero seguía sin acostumbrarme. En mi mente esto no era normal y esa inquietud me tenía mal.

— Me duele mucho. — dijo con la voz temblorosa mientras las lágrimas salían de sus ojos, los cuales se veían hinchados y cansados.

— ¿No has dormido bien? — pregunté.

— No, anoche hubo problemas. Mi mamá llegó y Jeff le dijo que yo había llegado tarde y que tome cartas en el asunto. También le dijo que yo ni siquiera había lavado los platos o limpiado la casa. Entonces mi mamá le dió la razón y... — no continuó porque otra vez le dió un cólico, como ella decía.

Me pare del lugar y saqué mi celular para investigar en Google sobre los remedios caseros. Encontré algunos resultados y sonreí victorioso.  

— Ya vengo. — dije y ella asintió.

Me dirigí a la cocina y  empecé con el primer consejo: calenté agua en una olla pequeña y una vez que ésta estuvo caliente la coloqué en un toma-todo que estaba entre la lacena y este transmitía calor.

Puse más agua en la misma olla y agregué orégano que también encontré en la lacena y dejé hervir aquello mientras iba al cuarto de Viviane.

La encontré llorando y me acerqué corriendo a ella. Le entendí la botella y ella miró con los ojos rojos — Gracias, Deyner.

— No es nada. Lo encontré en Google. — respondí.

Ella se movió despacio hasta quedar boca arriba y colocó el termo en su vientre.

— ¿Eso ayuda? — pregunté.

— Mucho. — respondió.

— ¿Enciendo el televisor y pongo algo?

Ella negó con la cabeza — No, ven acá y acuéstate conmigo.

— Espérame un ratito que iré a ver si ya hirvió un té que estoy haciendo. — me excusé y ella solo me quedo viendo extrañado.

Baje las escaleras nuevamente y efectivamente ya estaba hirviendo aquello. Cerni el preparado y lo coloqué en una taza con azúcar. Probé y no sabía tan malo como olía.

Regrese al cuarto de Viviane y le entregué el té con cuidado. Ella lo acepto gustosa y se lo terminó en menos de cinco minutos.

— Ahora si ven acá y abrázame que tengo frío. — ordenó sonriendo.

— Como usted diga, señorita.

Me quité los zapatos y me puse junto a ella. Vivi se colocó de lado sin quitar la botella de su vientre. La abrace de espaldas despacio sin querer moverla o provocar algún dolor.

Estaba seguro que si ella no estuviera enferma y yo no estaría preocupado, hubiera tenido una erección en ese momento por la posición. Pero la idea de que todo aquello no era normal, no dejaba mi cabeza.

— Vivi, ¿Y si vamos a un doctor la semana que viene?

— ¿Para?

— Por tus cólicos.

— Mamá dice que es normal. — respondió.

— ¿Y si no lo es? Es decir, ¿Alguna de tus amigas también sufre tanto como tú?

— Solo Giselle, pero ella dice que es el primer día no más. Yo en cambio tengo cólicos todos los días de la regla. — explicó.

— Entonces vamos. No perdemos nada intentándolo. — ofrecí.




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