Algoritmo Del Amor.

Capítulo 8 – El susurro de lo inevitable

El silencio del museo todavía me perseguía, como si cada rincón de sus paredes hubiera querido contarme un secreto que no alcancé a descifrar. Sin embargo, esa noche, mientras caminaba de regreso con Liam, entendí que había cosas más fuertes que cualquier obra de arte: el peso de las emociones que ambos intentábamos ocultar.

Lo miré de reojo. Su perfil, iluminado por las luces amarillentas de la ciudad, parecía una escultura viviente. Había algo en su seriedad que me desarmaba; no era el hombre frío que todos describían, sino alguien que cargaba más de lo que podía expresar. Y yo… yo me sentía cada vez más arrastrada a su mundo.

—¿En qué piensas? —preguntó de pronto, rompiendo mi cadena de pensamientos.

Me sobresalté, como si me hubiera atrapado en un delito.

—En nada… bueno, en todo —respondí con una sonrisa nerviosa.

Él arqueó una ceja, y en su mirada se reflejó un brillo cómplice.

—Eso suena peligroso.

No supe qué contestar. Había tantas cosas que quería decirle: que su cercanía me confundía, que sus silencios me gritaban más que mil palabras, que cada gesto suyo quedaba tatuado en mi memoria. Pero permanecí callada, incapaz de confesar lo que realmente sentía.

Caminamos en silencio hasta un pequeño parque. Liam se detuvo y me tomó suavemente del brazo.

—Ven.

Me condujo hacia una banca solitaria bajo un árbol, donde la luna apenas se filtraba entre las ramas. Nos sentamos, y por un instante, solo escuchamos el murmullo lejano de la ciudad.

—¿Sabes qué me asusta más? —dijo finalmente, con una voz más baja, como si temiera que el viento pudiera robarle las palabras—. Que me veas como todos los demás.

Lo miré confundida.

—¿Cómo te ven los demás?

Respiró hondo, y noté la tensión en sus manos.

—Como un hombre al que no se puede amar. Como alguien que solo sabe destruir lo que toca.

Sus palabras me atravesaron el pecho. Era la primera vez que lo escuchaba tan vulnerable, tan humano. No era el Liam inquebrantable que aparentaba frente al mundo, sino alguien roto, temeroso de no ser suficiente.

Me incliné hacia él, y sin pensarlo, puse mi mano sobre la suya.

—No eres eso, Liam. Quizá lo que los demás ven es solo una máscara, pero yo… yo veo mucho más.

Él me observó en silencio, como si intentara descifrar si mis palabras eran reales o simples consuelos. Luego, lentamente, su expresión se suavizó.

—Tienes una forma extraña de hacerme creer en cosas que juré que no volvería a sentir —murmuró.

Mi corazón se aceleró tanto que temí que pudiera escucharlo. No sabía si era el momento correcto, si estaba preparada para lo que podía suceder, pero algo dentro de mí gritaba que no podía seguir conteniéndome.

Me acerqué un poco más, y él no se apartó. Sus ojos se clavaron en los míos, intensos, profundos, como si pudieran desnudar cada rincón de mi alma.

—Liam… —susurré, apenas audiblemente.

Él inclinó su rostro hacia el mío, y por primera vez, comprendí que había momentos que no podían explicarse, solo vivirse. En ese instante, no existían el miedo ni las dudas, solo nosotros dos y el silencio que nos envolvía como un pacto.

El mundo podía derrumbarse, pero si estaba a su lado, nada parecía tan aterrador.




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