Algoritmo Del Amor.

Capítulo 9 – El eco de la verdad

El silencio se rompió con el sonido hueco de mis pasos al entrar en aquel salón inmenso. La luz que caía desde la claraboya iluminaba los cuadros antiguos como si cada pincelada contuviera secretos que yo no estaba lista para descubrir. Mi corazón latía con tal fuerza que casi podía jurar que las paredes también lo escuchaban.

—No confíes en lo primero que veas —me había dicho él la noche anterior, con esa mirada firme que me atravesaba como si pudiera leer mi alma.

Y sin embargo, ahí estaba yo, dispuesta a enfrentarme a aquello que tanto tiempo había permanecido oculto. Me temblaban las manos, pero no iba a detenerme. Había llegado demasiado lejos como para dar media vuelta.

Mis recuerdos se mezclaban con el presente. Aún podía sentir el calor de su mano en mi espalda, guiándome, protegiéndome. Su voz resonaba en mi mente: “Eres más fuerte de lo que crees”. Y aunque dudaba, una parte de mí quería creerle.

Me acerqué al centro del salón y lo vi. Un cuadro de enormes dimensiones, cubierto parcialmente por una tela oscura, se erguía como un guardián de lo prohibido. No pude evitar que un escalofrío recorriera mi cuerpo. Algo en mí sabía que detrás de esa tela no había solo pintura, sino la respuesta a todas las preguntas que me habían atormentado desde el inicio.

Con un movimiento inseguro, estiré los dedos y retiré la tela. Y entonces lo vi.

No era un retrato común. Era como mirarme en un espejo, pero con siglos de distancia. Mis facciones, mis ojos, incluso la forma en que se curvaban mis labios, estaban plasmados en aquel lienzo. Una mujer idéntica a mí, pintada en un tiempo que no me pertenecía.

Sentí que el aire abandonaba mis pulmones. Me llevé una mano al pecho, intentando controlar la marea de emociones que me ahogaba. No podía ser una coincidencia. No era posible.

—Así que ya lo sabes —la voz de él me sacó de mi trance.

Me giré de golpe y allí estaba, apoyado en el marco de la puerta, vestido de negro, con ese aire enigmático que siempre parecía rodearlo. Su mirada estaba fija en mí, pero esta vez había algo distinto: no era dureza, sino resignación.

—¿Qué significa esto? —pregunté, apenas con un hilo de voz.

Se acercó lentamente, sus pasos resonaban con calma, como si no hubiera prisa, como si ya hubiera anticipado este momento desde hacía mucho.

—Ella fue la primera. La que comenzó todo —dijo, señalando el cuadro—. Y tú… eres su reflejo, su continuación.

Quise responder, gritar, negarlo todo, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta. Mi mente buscaba lógica, explicaciones, pero mi corazón sabía que estaba frente a una verdad que había intentado ignorar.

Él extendió la mano hacia mí, y aunque dudé unos segundos, terminé por aceptarla. Sus dedos fríos se entrelazaron con los míos, transmitiéndome una extraña calma en medio del caos.

—No estás sola —susurró, tan cerca que pude sentir su aliento en mi piel—. Y ahora que lo has visto, nada volverá a ser igual.

Un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Tenía razón. El mundo que conocía había dejado de existir en el instante en que mis ojos se cruzaron con aquel retrato. La historia que me habían contado no era más que una máscara, y ahora me encontraba al borde de un abismo que me invitaba a saltar.

Cerré los ojos por un segundo, respiré hondo y, cuando los abrí, supe que ya no había marcha atrás.

—Entonces dime —dije con la voz firme, aunque por dentro temblaba—, ¿qué es lo que tengo que hacer?

Él sonrió, apenas un destello en sus labios, y su mirada se endureció de nuevo.

—Prepararte —respondió—. Porque lo que viene será la verdadera prueba.

Y en ese instante comprendí que mi vida ya no me pertenecía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.