Algoritmo Del Amor.

Capítulo 12 – La grieta invisible

El amanecer no me trajo paz. Al contrario, cada rayo de sol parecía una daga atravesando la niebla que cubría mis pensamientos. La noche había sido interminable; pasé horas girando en la cama, atrapada entre el deseo de creerle y la necesidad de huir de él.

No sabía qué me dolía más: la verdad que me había revelado o la mentira que había sostenido durante tanto tiempo. Y, sin embargo, lo que más me aterraba era que, a pesar de todo, todavía lo quería.

Me levanté con pasos pesados, como si arrastrara cadenas invisibles. La ciudad despertaba afuera, indiferente a mi tormenta interna. El sonido de los coches, las voces lejanas, el bullicio cotidiano… todo seguía igual, como si el mundo no se hubiera quebrado la noche anterior. Pero yo ya no era la misma.

Él estaba en la cocina cuando lo vi. Su silueta recta, impecable, contrastaba con mi reflejo desaliñado en el vidrio de la ventana. Preparaba café, como si nada hubiera ocurrido, como si la rutina pudiera borrar la grieta que se había abierto entre nosotros.

—Dormiste algo —preguntó sin girarse, aunque su voz delataba el cansancio de alguien que tampoco había conciliado el sueño.

Lo miré en silencio durante unos segundos, preguntándome cómo alguien podía parecer tan entero cuando yo me sentía hecha pedazos.

—Dormir es imposible cuando tienes en la cabeza un eco constante que te recuerda que tu vida podría ser una mentira —respondí, con un tono más frío de lo que esperaba.

Finalmente se giró. Su mirada se clavó en la mía y, por un instante, juraría que lo vi vulnerable, casi derrotado.

—No quiero que pienses que fuiste un experimento —dijo con firmeza—. Lo que sentimos es real. No importa cómo empezó.

Me mordí el labio, conteniendo la oleada de emociones que amenazaba con desbordarse.

—¿Y cómo quieres que lo crea? —pregunté, alzando la voz—. ¿Cómo puedo confiar en ti después de saber que alguien decidió nuestras coincidencias, nuestras conversaciones, incluso nuestro primer encuentro?

El silencio que siguió fue espeso, casi insoportable.

Se acercó lentamente, dejando la taza de café sobre la mesa.

—Porque, aunque todo estuviera diseñado para ponernos frente a frente, nadie pudo programar lo que pasó después. Nadie pudo escribir tus risas espontáneas, tus silencios incómodos, tus enojos. Nadie pudo anticipar que yo… —hizo una pausa, como si le costara decirlo— …que yo iba a enamorarme de ti.

Su confesión me atravesó. Quise creerle, con todo mi ser, porque en su voz no había cálculo, no había algoritmo: solo vulnerabilidad. Y aun así, la herida seguía abierta, supurando dudas que no podía ignorar.

Me di cuenta de que el problema no era únicamente él. Era yo. Yo y mi miedo a entregarme a algo que podía ser manipulado. Yo y mi necesidad de aferrarme a una libertad que quizás nunca había tenido.

Respiré hondo y aparté la mirada.

—Necesito espacio —susurré, apenas audible.

Lo vi endurecerse, como si esas dos palabras fueran un cuchillo directo al pecho. Pero no me contradijo. Solo asintió, aceptando mi decisión con la misma serenidad con la que alguien acepta una condena inevitable.

Tomé mis cosas y salí sin mirar atrás. El aire fresco de la calle me golpeó de inmediato, como un recordatorio brutal de que estaba sola en esto. Caminé sin rumbo, sin destino, dejando que mis pies eligieran por mí.

La ciudad bullía a mi alrededor: vendedores ambulantes, parejas riendo, niños corriendo hacia la escuela. Todo tan normal, tan ajeno a la tormenta que me devoraba por dentro.

Y fue entonces, en medio de la multitud, cuando lo sentí: una mirada fija sobre mí. No era paranoia. Lo supe de inmediato. Giré la cabeza y lo vi. Un hombre trajeado, con un auricular casi invisible, que me observaba sin disimulo.

El corazón me dio un vuelco. Todo lo que Liam había dicho se arremolinó en mi mente. No era solo un error del algoritmo. No era solo un experimento. Era algo más grande, más oscuro, que ahora parecía extender sus tentáculos hacia mí.

Aceleré el paso, intentando perderme entre la gente, pero el miedo me había calado hasta los huesos. Ya no era una duda: estaba siendo vigilada.

Y en ese instante comprendí que mi historia con Liam era apenas la superficie de algo mucho más profundo.

Algo del cual tal vez ya no pudiera escapar.




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