Corrí sin mirar atrás. No sabía exactamente hacia dónde, solo que debía alejarme de esa mirada que me había perforado como un cuchillo helado. Mis pasos resonaban en el pavimento mojado, acompañados por el murmullo distante de la ciudad. A cada esquina volteaba, con el corazón latiendo tan fuerte que me parecía escuchar su eco en mis oídos.
Las calles eran un laberinto. Los anuncios luminosos, los coches apresurados, la lluvia que comenzaba a caer otra vez… todo parecía confabularse para volverme más vulnerable. Quería convencerme de que era mi imaginación, que aquel hombre trajeado no tenía nada que ver conmigo, que mi mente estaba creando fantasmas a partir de las palabras de Liam. Pero no. Lo sentía en los huesos: me estaban siguiendo.
Me refugié en una cafetería pequeña, una de esas casi escondidas entre edificios viejos. El aroma a café recién molido y pan dulce me envolvió de inmediato, pero no logró calmarme. Me senté junto a la ventana, de espaldas a la calle, con las manos temblando alrededor de una taza caliente que apenas probé.
Entonces recordé sus palabras: “No eres quien crees ser.”
Esa frase martillaba mi cabeza como un tambor insistente. No podía olvidarla. No podía simplemente seguir mi vida como si nada. Si lo que él me había revelado era cierto, todo en mí —mi historia, mis elecciones, incluso mis recuerdos— podía estar marcado por manos ajenas.
La campanilla sobre la puerta sonó, y el instinto me obligó a girar. Mi corazón se detuvo un segundo. No era el hombre de antes, pero su mirada me recorrió como si también supiera quién era yo. Fingí calma, bajando los ojos hacia mi taza, mientras por dentro gritaba.
Decidí sacar mi celular. Dudé unos segundos, pero finalmente escribí a Liam:
“Necesito verte. Ahora.”
No pasó ni un minuto cuando la respuesta llegó:
“¿Dónde estás?”
Le di la dirección de la cafetería. Mis dedos temblaban mientras enviaba el mensaje, como si en esa decisión me jugara la vida entera.
Los minutos que siguieron fueron una eternidad. Miraba la puerta cada vez que sonaba la campanilla, con el estómago encogido. Hasta que finalmente apareció él.
Liam. Con su andar firme, el abrigo oscuro empapado por la lluvia y esa mirada de acero que siempre me confundía entre confianza y desconfianza. Al verlo, todo lo que sentía se mezcló: alivio, rabia, miedo… y un deseo imposible de negar.
Se sentó frente a mí sin decir palabra. Su silencio era tan pesado como el mío.
—Me están siguiendo —solté de golpe, sin preámbulos.
Él no pareció sorprendido. Sus ojos apenas se estrecharon, como si hubiera estado esperando que yo lo descubriera.
—Lo sé —respondió con calma inquietante.
Esa respuesta me enfureció.
—¿Lo sabes? ¿Y no piensas hacer nada? ¡¿Qué clase de juego es este, Liam?!
Él apoyó las manos sobre la mesa, inclinándose hacia mí. Su voz bajó a un susurro que heló mi sangre.
—No es un juego, Elara. Nunca lo fue. Ellos no te quieren observar. Te quieren controlar.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos?
Él dudó, y en esa pausa supe que la verdad era aún más grande de lo que había imaginado.
—Perfect Match —dijo finalmente—. La aplicación no solo busca emparejar personas. Es un proyecto mucho más ambicioso… y peligroso. Tú eres parte de él.
Me quedé muda. Las palabras se agolparon en mi garganta, pero ninguna salió.
—¿Parte de él? —conseguí murmurar.
—Eres la excepción al algoritmo. Eres la prueba de que lo impredecible existe. Y por eso no pueden dejarte libre.
Sentí que la realidad se quebraba bajo mis pies. El café, la lluvia, la gente alrededor riendo, charlando, ignorándonos… todo desapareció. Solo quedamos él y yo, en una mesa pequeña, revelando secretos capaces de cambiarlo todo.
Y fue ahí cuando comprendí que ya no podía escapar. Estaba demasiado dentro.
Elara, la artista bohemia, la soñadora caótica, ya no existía de la misma forma. Desde ese instante, era otra persona: alguien perseguida por una verdad que me superaba.
Lo miré directo a los ojos.
—Si estoy en peligro… —mi voz temblaba, pero no retrocedí—, no voy a huir sola. O me dices todo, o me quedo atrapada en esta jaula para siempre.
Él me sostuvo la mirada, y por primera vez vi algo en sus ojos que no esperaba: miedo.
Y supe, con absoluta certeza, que lo peor aún estaba por venir.