El silencio en la sala era tan denso que casi podía oír el crujido de mis propios pensamientos. Todos me miraban, esperando que dijera algo, como si de mi decisión dependiera el rumbo de la historia que compartíamos. Nunca me había sentido tan pequeña y, al mismo tiempo, tan decisiva.
Respiré hondo, tratando de encontrar en mi interior una certeza que no tenía.
—No quiero seguir siendo una marioneta —dije, y mis palabras retumbaron en las paredes gastadas del refugio—. Si Perfect Match me ha controlado todo este tiempo, entonces quiero luchar. Quiero recuperar mi libertad.
El rostro de Liam se iluminó con una mezcla de alivio y orgullo, pero en los ojos de los demás solo vi cautela. Como si supieran que mi elección no era motivo de celebración, sino una sentencia.
—Entonces ya eres parte de nosotros —respondió la mujer de cabello oscuro—. Pero debes entender algo, Elara: aquí no hay héroes ni finales felices. Solo resistencia. Y resistencia significa sacrificios.
La palabra “sacrificios” me golpeó como un puño en el estómago.
Me ofrecieron una silla y un vaso de agua. Mis manos temblaban tanto que apenas podía sostenerlo. Frente a mí, sobre una mesa desgastada, había carpetas, planos y fotografías. Entre ellas distinguí un logotipo demasiado familiar: el mismo corazón digital de Perfect Match.
—¿Qué es todo esto? —pregunté, señalando los documentos.
Un hombre corpulento, con barba descuidada y mirada fría, respondió:
—Evidencias. Fragmentos de lo que realmente hacen con la gente. Cada archivo es una vida quebrada, un experimento fallido, un recuerdo manipulado.
Tomé una de las carpetas y la abrí con manos nerviosas. Dentro había imágenes de personas que parecían… vacías. Rostros inexpresivos, miradas apagadas, como si les hubieran arrancado algo esencial. Sentí un escalofrío recorriéndome la espalda.
—¿Qué les hicieron? —susurré.
—Los borraron —explicó Liam, su voz grave, casi dolida—. Cuando alguien se vuelve incontrolable, cuando sus emociones no encajan en la predicción del algoritmo, simplemente… los reescriben.
Tuve que apartar la vista. Era demasiado. Pensar que podía haber terminado como uno de ellos, atrapada en un cascarón vacío, me revolvía el estómago.
—¿Y qué esperan de mí? —pregunté al fin, alzando la mirada hacia todos ellos.
La mujer de cabello oscuro se inclinó hacia adelante.
—Esperamos que seas nuestra llave. Perfect Match nunca logró calcularte, y eso te convierte en invisible para ciertas partes del sistema. Donde nosotros somos detectados, tú podrías pasar inadvertida.
Mis labios se abrieron, pero ninguna palabra salió. Invisible. Una anomalía. Eso era yo.
—¿Quieres que me infiltre? —pregunté con incredulidad.
—No hay otra forma —dijo el hombre corpulento con firmeza—. Necesitamos entrar en su núcleo y tú eres la única que puede hacerlo.
El aire en la sala parecía haberse vuelto más pesado. Cada respiración era un recordatorio de que mi vida había dejado de ser mía.
Liam me miraba fijamente, como si intentara transmitirme fuerzas sin palabras. Y por un instante, lo odié. Porque él me había arrastrado hasta aquí, a un abismo en el que ya no había salida.
—¿Y si fallo? —pregunté en un hilo de voz.
—Entonces serás una más en sus archivos —respondió la mujer, sin un atisbo de suavidad.
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. Pero al mismo tiempo, una chispa encendió algo en mi interior. Un fuego que nunca antes había sentido. Tal vez era miedo, tal vez rabia, o tal vez la certeza de que, por primera vez, estaba a punto de tomar una decisión verdaderamente mía.
Me puse de pie, con las piernas temblorosas pero firmes.
—Está bien. Lo haré.
Un murmullo recorrió la sala, mezcla de sorpresa y aprobación. Liam sonrió apenas, pero yo no lo devolví. Porque en lo más profundo de mi ser sabía que con esas palabras acababa de sellar mi destino.
Ese fue el instante en que comprendí que mi vida ya no me pertenecía. Que había entrado en una guerra invisible donde el amor, la memoria y la libertad eran armas, y que yo, la anomalía, sería usada como su pieza más arriesgada.
Y, aun así, acepté.