Algoritmo Del Amor.

Capítulo 18 – Ecos en el Interior, sombras en el exterior

El zumbido de la Torre de Datos se convirtió en el único sonido que me acompañaba mientras avanzaba. No era un simple ruido eléctrico, sino un murmullo profundo, como un corazón mecánico latiendo. Cada paso que daba parecía amplificarlo en mi pecho. El aire estaba cargado de estática, como si la misma atmósfera tratara de advertirme: no perteneces aquí.

Yo sabía que era cierto. Nadie debía caminar entre estos corredores de vidrio y acero, donde las emociones eran solo algoritmos y los recuerdos se reducían a líneas de código. Pero yo lo hacía. Invisible, impredecible. La anomalía que el sistema no podía clasificar.

Avancé hasta una sala circular, iluminada por columnas de luz que parecían flotar. En ellas se proyectaban fragmentos de vidas: risas de extraños, mensajes de amor robados, discusiones privadas que nunca debieron salir de las paredes de un hogar. Ver todo eso expuesto me revolvió el estómago. Perfect Match no solo jugaba a unir corazones, los diseccionaba, los vendía, los usaba como combustible.

Me acerqué a una de las columnas y vi, con un nudo en la garganta, un recuerdo mío. Una de mis conversaciones con Liam, aquella noche en que me confesó que tenía miedo de perderme. Escuchar su voz reproducida aquí, convertida en dato frío, fue como una puñalada.

No podía detenerme. Tenía que seguir.

Al mismo tiempo, afuera, Liam se mantenía oculto en las sombras, observando desde un punto ciego de las cámaras exteriores. Yo no lo veía, pero lo sentía, como si su propia respiración estuviera sincronizada con la mía.

Él estaba con la resistencia, y aunque intentaban mantenerse en calma, todos sabían que el tiempo corría en mi contra.

—Ella ya debe haber cruzado el segundo nivel —dijo uno de ellos, revisando el mapa holográfico que proyectaba la Torre.

Liam asintió, pero no apartaba la vista del edificio. Sus ojos reflejaban la ansiedad que trataba de ocultar. Quería entrar, correr detrás de mí, pero sabía que hacerlo significaría poner en riesgo no solo mi vida, sino también el plan entero.

Mientras tanto, yo me adentraba en la sala de control intermedio. Allí, las pantallas no solo mostraban recuerdos, sino predicciones: caminos posibles de miles de relaciones. Vi rostros de personas que aún no se habían conocido, besos que aún no se habían dado, peleas que todavía no existían. Era el futuro, calculado y encadenado a la voluntad de una máquina.

Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Cuántos destinos habían sido manipulados por esta torre? ¿Cuántas historias de amor fueron abortadas antes de nacer porque no coincidían con la fórmula?

Mientras procesaba todo aquello, mi comunicador vibró suavemente. Era una señal de Liam. No podía escuchar su voz —demasiado arriesgado—, pero el patrón de luz era nuestro código secreto: confío en ti, no estás sola.

Respiré hondo y sonreí, aunque la tensión me desgarraba por dentro. Ese pequeño gesto era suficiente para recordarme que afuera alguien me esperaba, alguien por quien valía la pena enfrentar el corazón de la máquina.

De pronto, las luces de la sala titilaron. El algoritmo había detectado algo: un rastro, una sombra, un error en su sistema perfecto. Mi error.

—Maldición… —murmuré entre dientes, sintiendo cómo la adrenalina me encendía la sangre.

Tenía segundos, quizás menos, para decidir. Podía retroceder y perder la oportunidad, o avanzar y arriesgarme a que el sistema me atrapara. Cerré los ojos y recordé las palabras de Liam antes de entrar: el algoritmo no sabe qué hacer con lo que no puede calcular.

Abrí los ojos, con fuego en la mirada, y avancé directo hacia el núcleo de la sala. Si había un momento para desafiar a la Torre, era este.

Y mientras lo hacía, afuera Liam apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. No podía verme, pero en su corazón sabía que yo estaba librando una batalla que no era solo mía, sino de todos los que alguna vez habían sido reducidos a números.




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