La ropa que llevaba puesta era incómoda. La colonia lo estaba asfixiando. Sentía ganas de vomitar y que las piernas se le caerían en el momento en que decidiera dar un solo paso. No podía creer que estaba ahí, mucho menos que no podía moverse. Su garganta se le había secado repentinamente y sus ojos no dejaban de mirar embobado su largo y brillante cabello. Su bien formada cadera femenina. Sus finos labios al tararear una canción. ¿En qué momento se había convertido en... alguien diferente?
Tomó aire por la boca y exhaló lentamente, alzando la cabeza al cielo al apoyarse en la pared con congoja, incluso con nostalgia. Sintió entonces que algo estaba mal, y estaba mal porque no se atrevía a hablarle frente a frente. Gilbert nunca había sido un joven que le temiera a lo desconocido. Pero justo en ese momento se sentía tan perdido, apenado.
Nunca antes se había atrevido a pedir un consejo, y no porque no lo necesitara, sino porque jamás había sido capaz de hablar de sus emociones abiertamente. Eso era algo que constantemente se alejaba de él, igual que la pluma de un ave al viajar con el viento. Pero aquella situación lo tenía en un estado tan complicado, que incluso su hermano menor, quien jamás se había visto en la necesidad de aconsejarle, se percató de ello.
"—¿Por que no solo la invitas a pasear?" Le había dicho, pero Gilbert temblaba cuando describían a Elizabeta como a una mujer. Invitarla a salir lo veía incluso mas lejano que hablar de sus emociones. Era evidente que esa persona no era la misma que antes, cuando eran amigos. Era alguien completamente diferente y eso solo lo confundía. Por un tiempo iba a molestarle, pero con los días comenzó a adoptar cierto nivel de pena y perdió el interés.
Llevaba ya tres intentos fallidos por siquiera hablarle, y con ese día, oficialmente eran cuatro. Meneó la cabeza de un lado a otro, decepcionado, y dio media vuelta para retirarse. Comenzaba a creer que sería mejor si dejara de ir todas las semanas a verla limpiar el jardín de su jefe. Nunca sería capaz de hablarle.
Y así, Gilbert caminó cabizbajo, arrastrando los pies mientras se reprimía mentalmente por esa actitud, y entonces se tropezó con sus propios pies y cayó en un rosal. Sintió entonces cómo las múltiples espinas se ensartaban en su piel y soltó un grito de dolor, haciendo que los pájaros que atestaban las copas de los árboles, huyeran asustados. Trató de levantarse él mismo, pero las ramas del rosal lo jalaban. La paciencia se le estaba agotando. Él mismo cortaría esa planta en cuanto estuviera libre.
—¡¿Gilbert?! —y en ese momento de verdad deseó estar muerto. Escuchar esa voz lo paralizó por completo, sus ojos se abrieron mucho más al percatarse de que esa persona de su juventud, finalmente había volteado a verlo.
Pensó en susurrar su nombre, pero tan pronto como movió los labios las palabras se esfumaron junto a su aliento. La piel se le erizó, quería escapar. A partir de ese momento, su mente había quedado en blanco.
[ ... ]
—Pero vaya que eres lento. ¿Acaso no viste el tamaño de ese gran rosal? ¡Tonto! —se burló Elizabeta mientras que le limpiaba con cuidado las heridas a Gilbert cuando logró sacarlo del rosal. Lo había llevado a una pequeña banca para poder tratarlo, estaba preocupada por el—. La próxima vez podrías tratar de caerte en las margaritas. Al menos así no mancharías todo de sangre.
El contrario no dijo nada. Simplemente guardó silencio, ni siquiera la volteó a ver. La joven ladeó un poco extrañada la cabeza, y después, esbozó una sonrisa maliciosa. Puso entonces su mano en una de sus heridas de la mejilla, haciendo presión, pero el varón simplemente lo soportó. Después, ella misma elevó su puño y lo golpeo en la pierna con suma fuerza, haciendo que el contrario por fin le dedicara atención.
—¡¿Qué demonios sucede contigo?! —exclamó iracundo mientras la tomaba del brazo.
—¡¿Conmigo?! —cuestionó—. ¡¿Qué es lo que pasa contigo?! ¡He estado insultándote desde que crucé palabra alguna contigo y tú insistes en ignorarme! —respondió fiera, ignorando por completo el agarre de su contrario.
—¡¿Y qué se supone que quieres que diga?! ¡¿estás mal de la cabeza o... ?! —y entonces se percató de la forma en que le sujetaba el brazo, con algo de fuerza y brusquedad. Ese instante fue como si hubiera presionado un botón de reinicio; su semblante quedó en blanco, su corazón pareció perderse en la marea alta de su mar interno, con algo de torpeza y lentitud, le soltó el brazo.
—¿Lo ves? ¡de eso estoy hablando! Actúas como si fuera corrosiva, o como si no entendieras el idioma en el que hablo —se quejó ofendida de esa actitud—. ¿Qué pasó, Gilbert? Estás actuando extraño.
Él estuvo a punto de responder. Justo cuando iba a soltar cualquier vociferación improvisada, cerró la boca y frunció el entrecejo.
—¡¿Eso qué significa?! —exclamó ya un poco frustrada.
—¡No lo sé! ¡¿Qué se supone que haga?!
De los labios de Elizabeta salió una enérgica y burlona risotada, mientras que Gilbert solo enrojeció levemente por aquella reacción. Su corazón comenzó a acelerarse por lo nervioso que estaba, y de su frente comenzó a generar un poco de sudor.
—Dios, ¿acaso estás enfermo? —cuestionó la joven cuando por fin dejó de reír—. No seas tan rarito, ¿si? No soy un bárbaro.
—Para ti es tan fácil decirlo —respondió con algo de irritación.
—¿Y por qué de repente te es tan difícil estar conmigo, ah? Solíamos ser amigos.
—Es diferente ahora.
—¿Por qué? ¿acaso te asusta que mi jefe te eche a patadas? —rio burlesca nuevamente.
—¡Claro que no! Tu jefe no es nadie para temer, no es un oponente para mí —respondió con un poco de orgullo asomándose en su voz.
—¿Entonces qué sucede, Gil? —preguntó en un tono suave, tratando de transmitirle un poco de confianza—. Escucha, se que han pasado varias cosas, pero aunque nunca lo haya dicho antes, en verdad, en verdad me importas —susurró con gentileza, posando con cuidado su mano sobre la de su viejo amigo, y entonces el varón sintió que entró en pánico. No sabía cómo reaccionar, incluso el echo de que ella hablara tan suavemente le hacía sentir raro.