Se parece a un lobo, pero no lo es...

—¿Alguien ha visto a mi amigo Dac, el dhole? —preguntó el cernícalo, posándose sobre una rama—. Lo estoy buscando desde esta mañana, pero no logro encontrarlo.

—¿Dhole? —El puercoespín alzó la cabeza para mirarlo, extrañado—. No sé qué es eso.

Un macaco, que descansaba en el árbol al lado, se irguió con curiosidad.

—Yo tampoco sé qué es.

—¿Cómo es posible que nadie lo conozca? Cada animal al que le pregunto me responde lo mismo.

—No debe de haber muchos como él por aquí. Danos alguna pista, a ver si podemos ayudarte a encontrarlo.

—Se parece a un zorro, pero es un poco más grande. O a un lobo, pero un poco más pequeño.

—¡Un lobo! —exclamó el puercoespín—. Ni lo he visto, ni espero encontrarlo. Mejor me voy, no quiero tener nada que ver con lobos.

—Pero, si no es un lobo... —El cernícalo suspiró, viendo cómo se alejaba—. Es un dhole.

—Que es como un lobo —agregó el macaco.

—Pero no es lo mismo. De hecho, Dac es único.

—¿Qué quieres decir?

—Cuando lo conocí estaba solo. Coincidimos en el pastizal persiguiendo ratones. Me contó que mientras vivía con su manada, cazaban ciervos y comían todos juntos. Pero como cada vez quedan menos ciervos, tuvieron que separarse y acercarse a las ciudades.

—¡Ah, las ciudades! Los humanos son amigables, a veces me alimentan —comentó el macaco.

—Pero no a los dholes —respondió el cernícalo con pesar, cabizbajo—. Fueron los humanos los responsables de que su manada desapareciera. Por eso está solo.

—¿Estás seguro de que no fue culpa suya? Quizás hicieron algo malo.

—¿Cómo puedes pensar eso? Los dholes vivían tranquilos hasta que llegaron los humanos y se apropiaron de la tierra, los árboles, ¡todo! —exclamó abriendo sus alas.

—No te enfades, solo preguntaba. —Se levantó, sosteniéndose hábilmente sobre la rama—. Tanto hablar me ha dado hambre. Me voy a la ciudad. Pregunta por allí, quizás alguien lo ha visto.

El cernícalo alzó el vuelo sin decir nada más, alejándose rumbo a la ciudad.