¿alguien podrá recordarme? (borrador)

Distancia de un metro entre el flan y el té

Isabelle en esa ocasión me dijo que podía volver a su hogar el sábado, ya que durante los días entre semana recibía clases en casa y comúnmente había mucho movimiento en su hogar.

Las primeras veces que fui a su hermosa mansión, lo único que me limitaba a hacer era a observar todos esos costosos muebles y anticuados cuadros que adornaban las habitaciones.

No hablaba mucho con ella, para ser exactos, las pocas veces que le dirigí la palabra era para responder sus preguntas, cabe destacar que solo daba dos clases de respuesta, ya se imaginarán cuáles.

Después de reencontrarnos en el transcurso de un mes, Isabelle optó por tocar el piano para rellenar el silencio entre los dos. Tengo que admitir que era agradable escucharla tocar el piano. La embellecía.

"Mi padre llegará más tarde a casa hoy,", dijo Isabelle sin dejar de teclear y prosiguió: "puedes quedarte en casa un poco más de tiempo y comer aquí. Mary preparó un flan especial como postre y me encantaría que lo probaras".

Isabelle era muy considerada conmigo, a veces me hacía creer que su amabilidad era falsa. Creí que ahora era mi turno para hacer preguntas; si ella respondía lo que yo quería, sin reaccionar de mala forma, cabía la posibilidad de que su amabilidad fuera tan pura como el té que siempre me invitaba al llegar.

"¿Por qué eres tan amable conmigo?", murmuré.

Isabelle no detuvo la melodía del piano, cerró sus ojos y sonrió.

"Eres mi único amigo.", respondió.

Sabiendo un poco de la personalidad de Isabelle, era esperada esa respuesta, sin embargo, yo quería saber más de esa frase.

"¿Por qué soy tu amigo?", pregunté.

"Nadie hablaría con un fenómeno como yo. Creí que no volverías al jardín después de haberme visto, pero no fue así. Cuando volviste a mi jardín únicamente te limitaste a observar mi hogar, sin esperar nada a cambio, ni siquiera tomaste algo sin mi permiso.

Eres callado y respetuoso, Hansen. No te importa quién soy, ni cómo me veo, tampoco preguntas cuál será la canción que tocará mi piano cuando volvamos a encontrarnos".

¿Eso era tener una amistad? Jamás pensé en ella como una amiga, simplemente era una señorita de peculiar apariencia, pero de hermoso y dudoso corazón con la que me encontraba los fines de semana. Se supone que ahora era mi turno de regresar el elogio, pero ni siquiera sabía cómo comenzarlo.

"¿Por qué preguntas eso, Hansen?", Isabelle agregó.

"No sé qué decir al respecto...", respondí.

Isabelle me dedicó una corta y tierna risita, posteriormente preguntó: "¿Tú me consideras tu amiga?"

Asentí con la cabeza y me acerqué al piano de Isabelle. Recuerdo que ella siempre me ordenó estar alejado un metro. En ese entonces no comprendía porqué debía estar un metro distanciado de ella, hasta que me aventuré a preguntar.

"¿Por qué tengo que estar un metro distanciado?"

Isabelle detuvo la melodía de su piano y cambió las partituras, así comenzando a tocar una melodía más melancólica que la anterior.

"No quiero contagiarte.", Isabelle balbuceó.

Supuse que se refería a su horrible imagen. Ser huérfano no me hacía ser feo, no quería terminar como ella y si me distanciaba en este momento de ella el metro deseado, entonces demostraría que no era su amigo.

"¿Contagiarme de qué?", pregunté.

"¿Recuerdas tu nombre?", Isabelle respondió con una pregunta y prosiguió: "La unión que tengo con mi padre no es muy buena que digamos. Él dedica casi todo su tiempo al trabajo y cuando está libre, se dedica a tocar el violín para mi difunta madre. Ella murió hace algunos años atrás, no tengo un recuerdo claro de su funeral y un año más más tarde comencé a tener lesiones cutáneas en mis brazos y se extendieron por todo mi cuerpo. Mi padre sabe lo que tengo, pero se mantuvo firme a la idea de que era alérgica a las rosas del jardín. Una mañana no pude levantarme de la cama por cierto tiempo, ya que porque mis piernas no respondían y mi padre llamó a un doctor. Ese día mi cuerpo conoció a las vendas y yo te conocí a ti". Isabelle sonrió embusteramente.

Desposé un largo suspiro y coloqué mi mano sobre su hombro. La culpabilidad de haber hurtado su merienda tuvo su tardía llegada. Sí que fui malo con ella.

"¿Vas a dejarme después de esta conversación, Hansen?", preguntó Isabelle, sin borrar de su pútrido rostro esa triste sonrisa.

"Una enfermedad como la tuya es tan insignificante al lado de nuestra amistad. Temo que tendré que desobedecer tu orden; estar enferma no significa tratarte como a un fenómeno".

Su único ojo visible se llenó de lágrimas y apartó sus manos de las teclas del piano, después se lanzó a mis brazos y lloró por un largo rato. Las caricias que daba sobre su cabello rojizo fueron su consuelo.

Esa noche, según Isabelle, fue la mejor merienda que pudo haber probado en toda su vida.

 




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