—¿Estás bien?
—¿Qué?
—Lo que escuchaste. ¿Te sientes bien?
—Eh... Sí, sí. ¿Por qué... preguntas?
—Es que vienes del almuerzo un poco distraída.
—Oh, eso... Solo estoy cansada. Ayer estudie mucho.
—Ah... Por si acaso tú...
—Estoy un poco cansada, mejor luego hablamos, Jimena.
—Está bien.
Nunca culparía a Jimena todo lo que me hizo o a Mario... Creo que todos tienen sus razones para amar u odiar a alguien. La vida no se trata de caerles bien a todos, se trata de pasarla bien con la mierda al lado.
—Lisa, ¿te irás a casa ahora?
—Me quedaré un rato más, Mario. Tengo que limpiar la pizarra.
—Eso... ¿Por qué mejor yo lo hago?
—¿Qué? ¿Estás... seguro?
—Sí, claro. Solo vete.
—Oh, gracias, Mario —Me acerqué a mi pupitre y recogí mi mochila, me la puse y salí del salón.
No sabía que se podía amar y odiar a una persona a la vez. Mario era un chico genial, no lo puedo negar aun ahora. Siempre tenía algo que contar o mostrar. Cada vez que decía algo... era genial.
—Estaba un poco raro Mario —bajé las escaleras, fui a lavarme las manos.
Me puse al lado de él sin mirar a nadie, pensé en lo que Mario había hecho.
—Dios mío, Martina estaba loca —decía mientras se lavaba las manos.
Volteé a mirarlo.
Joel volteó también.
—Hola.
—Ah, hola. —Seguí lavándome mis manos—. ¿Y qué tal?
—Bien. ¿Y tú?
—También estoy bien.
—Qué bueno.
—Qué bueno por ti también.
—Está bien. Me tengo que ir. Hasta luego. —Comenzó a alejarse rápido.
—Sí... Hasta después —Corrí detrás de él.
Joel volteó.
— Oye... —Lo miré— ... Tú... ¿Podemos ir juntos?
—¿Qué?
Mi valentía en ese momento había superado mis expectativas. Nunca pensé decirle eso a alguien.
Tal vez solo pensé en que sería irse con alguien como él o con él. Aunque no nos hablábamos desde el incidente, quería estar a su lado. No sé si se sentía incómodo por lo de ese día o pensaba que yo no quería saber más de él, pero cualquiera de las dos, era falso.
—No te acostumbres a irte conmigo.
—Ni tú conmigo. Normalmente regreso a casa con mi amigo, pero...
—Ah, sí. Ese... Sebastián. El alto y guapo chico por el que todas mueren.
—Sí... El mismo.
—Ese hombre es raro. No lo digo de mala manera, es solo que... eres la única chica que deja que se le acerque. Es como si...
Vi a Sebastián sentado en una banca.
—Oh, ¡Sebastián! —Moví los brazos para llamar su atención, volteé a ver a Joel—. Mira, lo siento, pero debo de hacer algo. Tal vez otro día podamos ir los tres a... realmente no lo sé. Solo lo digo para no quedar mal.
—Está bien, solo vete. Seguro y nos volvemos a ver.
—Sí... No creo. Bueno, adiós. —Corrí hacia Sebas.
—Es linda.
Escuché decir a Joel. No estaba segura a quien iba dirigido, no volteé a ver porque no quería parecer interesada.
Puse mis zapatos juntos a los de Sebastián.
—¿Qué haces aquí? —dije.
Sebastián hizo caso omiso.
—¡Oye! —grité, pero parecía que nadie lo había escuchado.
Sebastián me miró.
—¿Qué?
—Lo siento.
—¿Eh?
—Lo siento, eso. Lo siento mucho. Sé que no debí mencionar a tu familia, sé lo que pasaste con ellos. Yo...
—No te preocupes, Lisa. No estoy enojado contigo. Solo quería pensar. Tal vez tengas razón, podemos ir a ver el lugar, pero no ahora. Y deja de hablar de eso por un tiempo.
—Bueno... —Me senté a su lado—. Hoy me acompañó hasta aquí... Joel.
—¿Mi compañero?
—Sí, ese.
—Está bien. —Se recostó hacia atrás y se tapó los ojos con las manos, miró al cielo—. ¿Aún sigues pensando que él fue el que te envió la carta?
—Sí... —murmuré.
—Entonces, ¿por qué no le escribes una tú en respuesta?
—¿Cómo?
—Ya sabes... Escribe la respuesta a la carta de él.
«Una respuesta para él», pensé y miré hacia el suelo.
Cuando regresé a mi casa, abrí la carta de Joel, la tenía en el cajón de mi escritorio. Traté de igualar la carta de Joel, pero no me gustó. Busqué en internet como hacer una linda carta, sin embargo, aunque trataba de hacerla igual no me salía. Decidí escribir lo que sentía y doblar el papel.
—Mario...
—¿Qué pasa?
—Voy a salir al recreo, ¿está bien?
—Ah... sí, sí. Me traes un jugo, por favor.
—Ah, sí. El de durazno, ¿no?
—Gracias.
—¿Por... qué?
—Por todo —Empecé a caminar, pero parecía que iba muy rápido y lento a la vez.
Cuando escribí la respuesta a Joel pensé en muchas cosas. Una de esas fue como iba a terminar con Mario, realmente no quería hacerlo, pero sabía que era lo correcto. Nunca tuvimos el "clic" que nunca busqué.
—Hola.
—Ah... ¿Qué haces aquí?
—Quería contarte algo.
Me pregunté si estaba bien decírselo.
—Oye. —Tomó mi mano—. ¿Qué pasa? —Me miró.
Saqué mi brazo.
—No, nada. Nos vemos luego.
Corrí hacía la azotea del colegio pensando en que debería hacer.
«¿Está bien hacerlo?, ¿Realmente fue él quien lo escribió? ¿Gusta de mí? En primer lugar, ¿por qué lo haría? ¿Se equivocó de destino? ¿Está acaso jugando conmigo?», me pregunté con la carta en la mano.
—Oye, tranquila, nena. Solo será algo rápido.
—Estoy tranquila, eres tú el nervioso. Ja, ja.
Era la voz de Joel.
—¿Crees que tengo opción?
—Claro que no. Solo bésame. No te detendré.
Me asomé con las manos en la pared que estaban sudadas.
—Lo iba a hacer de todos modos —Joel la besó.
—Sabes que es lo que me gusta de ti.
—¿Qué? Dime —dijo Joel mientras la besaba.
—Lo que tienes ahí. Abajo.
—Oh... Tranquila. —La agarró de la cintura y la apegó hacia su cuerpo—. Hazlo.
#30807 en Novela romántica
#5090 en Chick lit
problemas y amor, amores de secundaria, confusiones escolares
Editado: 10.06.2022