Alguien que merezca tu amor, un comienzo contigo

Capítulo XI

—Quiero que mañana me traigas la carta.

Me quedé estúpida. no sabía porque de la nada reaccionó así. Sabía que la carta no era para mí, pero no quería sentirme menos especial para una persona a la cual no lo era.

—¿Por qué? Dime el por qué y te la traigo.

—Es de una persona muy importante para mí.

—Si es de una "persona muy importante", ¿por qué no la tiene esa persona?

—Porque no está aquí.

Lo miré confundida, pensé que había dicho una mierda fuera de lugar. Mis manos empezaron a sudar y mi corazón a palpitar mucho... pensé que lo había arruinado.

—¡Ah! ¡Lo siento mucho! —dije entrecortado.

Joel me miró confundido.

—Está muerta, ¿cierto? Lo siento...

—¿Qué? ¿Qué te hace pensar eso? —dijo Joel más confundido que yo.

—Ah... Es que como dices que ya no está aquí...

—Que diga eso no significa que esté muerta, tienes una mala perspectiva de las cosas —dijo a secas.

—Ay... Sí. Ya me lo han dicho. —Sonreí sarcástica.

—Ah. Ahora que recuerdo. Te gusto, ¿verdad?

—Ya te dije que me equivoqué en escribir el apellido.

—No te creo. —Me miró y desvió la mirada.

—¿Por qué? —Lo miré notorio.

Joel se acercó.

—Porque cada vez que me acerco a ti... —Me miró a los ojos como retándome— ... te sonrojas.

Me sonrojé y con las manos sudadas lo empujé. Me puse de pie.

—Mira, fue una equivocación, ¿bien?

—Entonces, ¿estás enamorada o no?

—Sí.

Joel alzó la mirada.

—¿No?

Joel se puso de pie y se acercó a mí.

—Puede ser que... —dijo Joel.

Cerré los ojos.

—Eres linda.

—Gracias... —dije en voz baja.

—Puedes abrir tus ojos, no te haré nada. Pero la verdad es que...

—¿Podemos ser...?

Joel bajó las escaleras quedando en el pasadizo.

—Oye, me parece lindo que gustes de mí, pero... deja de hacerlo. —Arrugó la carta—. Deja de confundir las cosas. No nos conocemos y nunca lo haremos. —Tiró la carta.

Me mantuve quieta. ¿Qué iba a hacer?

Claro. Mi cuerpo se mantuvo quieto, mi boca no.

—¡Fue ella! ¡Fue tu novia quien me dio la carta!

Joel volteó a verme.

—¿Qué?

De ahí no recuerdo bien. Pero de un momento a otro, Joel y yo subíamos las escaleras.

—¡Suéltame! —repetía mientras Joel jalaba mi brazo.

—¡No hasta que ella lo acepte!

—¡Vamos, por favor!

Joel abrió la puerta de su aula con una patada.

—¡Martina, ven aquí ahora mismo!

—¿Lisa? —dijo Sebastián en voz baja.

Miré como pronunció mi nombre. Fue tan vergonzoso.

—¿Qué?

—¿Cómo que qué? ¿Fuiste tú quien le dio mi carta? —dijo Joel alterado.

—¿De qué hablas? —dijo Martina y me miró de mala manera—. Yo nunca la había visto... —Me miró de pies a cabeza— ... a ella.

—¡Oye! ¿Por qué mientes? ¡Dile, dile que fuiste tú quien me dio la carta! —grité molesta.

Odié que digan que era una mentirosa.

Martina desvió la mirada.

—No sé de qué me hablas. Nunca te había visto —dijo con mucha veracidad.

Sebastián se puso de pie y caminó hacia nosotros. se puso entre Joel y yo, agarró el brazo de Joel.

—Suéltala —dijo con autoridad Sebas.

—¿Qué?

—¡Qué la sueltes! ¡Le estás haciendo daño!

Joel me soltó.

Sebastián me jaló hacia él.

—¿Qué pasa? ¿Ahora te quieres hacer el héroe? —dijo Joel retándolo.

—No sé qué está pasando entre ustedes dos, pero no metas a Lisa.

—Ella... Ella fue...

—La que recibió tu carta, sí, ahora lo saben todos. ¿Y que tiene? ¿Acaso ella lo escribió? ¿Acaso te la robó? ¿Qué hizo ella? Dime ahora para aclararlo.

—Tú no tienes nada que ver aquí. Este es un problema de los tres.

Joel agarró mi brazo.

—Si está involucrada es también mi problema. Así que suéltala.

Sebastián agarró mi otro brazo.

—Suéltala, ella se metió en esto —dijo Joel y jaló mi brazo.

—Tú suéltala, ya te lo dije, si es su problema, también es mío. —Jaló mi brazo.

—¡Dile que diga la verdad! —Joel jaló mi brazo brusco.

—¡Ella no hizo nada, fuiste tú quien se la dio supuestamente! —Sebastián me jaló hacia él.

—Vamos... Chicos... —dije harta de todo.

—Si quieres que esto termine di la verdad —dijo Joel y me miró a los ojos.

—Pero... —dije.

—Ella no fue —dijo Sebastián y apretó mi brazo con mucha fuerza.

—¡Ay! ¡Basta! —Hice que dejen de agarrar mis brazos—. ¡Maldición! Son unos idiotas... —dije en voz baja, caminé hacia la puerta.

—¡Oye! ¡A donde crees que vas! —gritó Joel.

Volteé.

—¡A mi salón, ¿no es obvio?!

—Pero...

Los miré harta.

—Claro... Tienes que irte... —dijo Sebastián avergonzado.

—Sí... Ve. Tienes que estudiar —dijo Joel mientras asentía con la cabeza.

—Idiotas... —Volteé y seguí mi camino.

Aunque no...

—¿Qué haces aquí?

—Yo... —dije entrecortado.

—Vino a verme —dijo Sebastián.

—¿Qué haces aquí, Lisa?

—Quería pedirle algo a Sebas...

—¿Cuál es tu problema, amigo? Si ella quiere venir aquí, lo puede hacer. No necesita tu permiso para hacerlo, ¿o sí? —dijo Joel, hizo una mirada amenazadora a Mario. Desvió la mirada y la bajó hacia donde estaba.

Correspondía su mirada, pero rápido la bajé.

—Eres un idiota... —dijo voz baja Sebastián— ... es su novio.

—¿Mario?

—Mira, Mario, yo... —dije.

No lo sé. Este es uno de los peores recuerdos que tengo. Quisiera borrarlo, pero no se puede.

Mario me tiró una cachetada.

—¡Estoy harto! ¡Crees que no me di cuenta ese día que te fuiste con este idiota! —dijo y señaló a Joel.

—Oye... Yo... —dije avergonzada y cabizbaja.

—¡Qué te pasa! ¡Ah! ¡Por qué la tocas! —dijo Sebastián apechándolo.




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