Sonó la alarma.
Podía escucharla hasta en mis sueños. Estaba harta de escucharla, pero creo que todos también. Quien quisiera levantarse temprano solo para ir al colegio. Si tan hubiera estudiado en casa... No tendría que haberme levantado todos los días a la misma hora.
—¡Ay! ¡Por qué tengo que despertarme! —Abrí como pude mis ojos, los cerré. Saqué la frazada y me levanté muy lento para ver si dejaban un mensaje de que se cancelarían las clases. Bostecé y me puse de pie. Caminé hacia mi ropero, lo abrí—. Psicóloga... Que loco. —Saqué mi uniforme.
Luego de ponérmelo y estar bien despierta, bajé las escaleras, agarré una tostada y vi la nota de mi mamá que decía: "Hay comida en la nevera, comes y vas al psicólogo, trataré de llegar temprano a la casa".
No, mi mamá no la había escrito el mismo día. Esa nota era de la semana... No, era del mes pasado.
Estuve acostumbrada a esa vida y notas que prometian cosas que no se cumplian.
—Está bien, madre, no tienes que preocuparte por mí. —Baja la mirada, las lágrimas empezaron a caer de mis ojos—. ¿Qué mierda me pasa? —Respiré profundo y me sequé las lágrimas—. Yo puedo, yo puedo, sé que puedo —sonreí.
Salí de mi casa.
El sol recién salía y el aire era un poco fuerte, pero llevaba un abrigo que...
—Ey... —dijo Sebastián y soltó una sonrisa.
—Oh, hola.
Nos miramos por unos segundos y como si nuestro cuerpo se mandara solo, comenzamos a caminar.
—¿Cómo estás? —preguntó.
Me abrigaba.
—Bien... —dije nerviosa y cabizbaja—. Iré con la psicóloga luego...
—Pensé que ya lo habías dejado...
—Yo también...
Seguimos con el camino.
Parecía que todo se había vuelto extraño e incómodo.
—Lo hago porque mi papá me lo pidió. Él realmente se notaba preocupado.
—Seguro...
—Tal vez... Luego... Podrías...
—¡Lisa! —gritó Mario desde lejos.
—Creo que es mejor que me vaya —dijo Sebastián y señaló la otra ruta.
—Oh, sí. Claro. —Bajé la mirada.
—Bueno, nos vemos luego —Volteó a ver a Mario, volvió a mirarme y se despidió con la mano alzada.
Suspiré.
Llegó Mario.
—Siento haber llegado tarde.
—No te preocupes, recién salía de mi casa —dije y señalé atrás. Sonreí.
—Eso es bueno.
—Sí... ¿Vamos?
—Oh, bien.
Caminamos, volteé a ver a Sebastián.
Nos mantuvimos en silencio hasta que Mario preguntó qué haría en la tarde. No quería contarle acerca de la psicóloga. Me daba vergüenza.
Al llegar al colegio, cada uno tomo su rumbo. Mario fue a su salón, mientras que yo fui a los servicios.
Ahí estaba Joel.
—¡Oye! ¿Qué haces aquí?
—Ah, hola —dije nerviosa e incliné mi cabeza para ver si Mario ya se había ido, lo confirmé. Miré a Joel—. Recién acabo de llegar al colegio. —Sonreí, volteé a lavarme las manos. No dije nada más, terminé de lavarme las manos y cerré el grifo—. Bueno, me tengo que ir. —Señalé detrás suyo. Caminé por su lado.
Pensé que me dejaría ir, pero no.
Joel me agarró el brazo.
—¿Qué harás hoy?
—¿Hoy? —Volteé a verlo.
Llegó Sebastián. Había entrado por el portón trasero.
Puso su brazo encima de mi hombro, como un abrazo. Marcó su terreno.
—Saldremos juntos —dijo Sebastián.
—Oh, lo siento —dijo Joel mientras miraba a Sebastián. Soltó mi brazo—. Creo que me tengo que ir. Llego tarde a clases. —Volteó y corrió hacia las escaleras.
Alejé a Sebastián de mí.
—¿Qué crees que haces? —pregunté y lo miré a los ojos.
—Haz las cosas bien. —Me dio una palmada en la espalda, con eso me empujó hacia adelante y se fue.
—Él también llega tarde.
Soplé un mechón que tapaba mi visión.
Lisa puso los ojos en blanco y se dirigió al club de lectura. Se había prestado un libro que nunca terminó de leer por pereza.
Joel y Sebastián se encontraron en las escaleras.
—No debiste hacer eso.
—¿Por qué te sigues cerca a ella?
—El reto.
—¿Qué...? —Sebastián recordó aquel día—. ¿Qué? —Lo miró enojado—. ¿Qué hiciste?
—Yo no sabía que ella era Lisa. No sabía que...
—¿Qué mierda pasa por tu cabeza? ¡Sácala de esto!
—Ya traté, pero Julián dice que no puedo. La anoté en...
—Págale.
—No.
—Te daré el dinero, —Sacó dinero de sus bolsillos, justo 29 dólares. Se los puso en las manos de Joel—, solo sácala de ahí.
—No lo haré.
Sebastián lo agarró del pecho y lo tiró a la pared.
—¿Crees que esto es un chite? Sabes que ella se ilusionará, sabes que se enamorará.
Joel bajó la mirada
—O... No... ¿Acaso te gusta Lisa?
Joel lo empujó.
—No. —Joel subió las escaleras, se detuvo—. Seguiré con la apuesta, todo se hará como se dijo. No te metas en nuestros... En mis problemas. Si me entero de que pagaste para cerrar la apuesta, le diré que gustas de ella.
—Solo no juegues con ella.
Joel subió a las escaleras, se dirigió a su aula.
Se me pasó el tiempo porque me quedé con unos chicos del club de lectura. Dijeron que el profesor les había pedido que necesitaban mi resumen del libro para que más alumnos quieran leerlo. Sabía por qué el profesor lo hacía. Una vez mencionó en clase que mis resúmenes lo envolvieron e hizo que vuelva a leer esos libros. Dijo que tenía una forma de describir las cosas que parecían que amé los libros.
Y aunque los leí, ninguno me llamó mucho la atención. Primero, no era esa clase de persona que leía los libros por pasión, sino más bien porque era nota. Si no lo hacía, sé que hubiera reprobado la clase. Segundo, creo que los comics son mucho mejores que los libros. Lo siento es mi opinión. Es solo que los libros son letras y más letras y los libros que contienen imágenes son muy pocos. O bueno, los que me han hecho leer no tienen casi nada de imágenes. El libro que más imágenes tenía recuerdo que siempre fue el de biología. Lo detestaba.
#30814 en Novela romántica
#5091 en Chick lit
problemas y amor, amores de secundaria, confusiones escolares
Editado: 10.06.2022