Era una niña, era una niña feliz. A pesar de no ser adinerada lo tenía todo. Monique era hija única, sus padres eran unos humildes campesinos que vivían del cultivo de algodón, fresas y la cría de ganado.
Una mañana, Monique recibió una triste noticia en la escuela. Rompió en llanto y corrió velozmente hasta la puerta de la escuela, allí se detuvo y la directora la tomó en sus brazos para tranquilizarla. A pesar de eso no logró hacerlo, fue una escena tan triste que todos allí presentes no pudieron contener las lágrimas.
Toda la alegría de Monique se fue de repente cuando volvió a ver a sus padres cada uno en un cajón. Ella sabía que esa era la última vez que los vería. Monique quedó en manos de Regina y Patricio, quienes fueron elegidos por el juez para hacerse cargo de la niña hasta ser mayor de edad.
Esta pareja de esposos no tenía antecedentes por maltrato infantil, pero con Monique las cosas cambiarían.
Los primeros meses la trataban de maravilla, hasta que un día, ese buen trato desapareció como un pequeño chorrito de agua en un drenaje gigantesco.
Un día Monique se encontraba en el jardín delantero de la casa escribiendo una carta. Después de varios meses por fin se volvió a ver una sonrisa en su rostro. Regina se acercó bruscamente y le arrebató la carta a la niña de sus manos.
Regina: ¿Qué estás haciendo, niñita?
Monique: Escribo una carta a San Nicolás, con un mensaje para mis padres.
Regina: mocosa, tienes diez años. Es hora de que entiendas que el panzón de barba blanca y traje rojo no existe. Ahora ponte de pie y ve a limpiar tu habitación.
Monique: pero Regina
Regina: pero nada. Ahora ve... Tienes treinta minutos.
Monique, llena de tristeza obedeció la orden de Regina, pasados los treinta minutos, Regina y Patricio llegaron hasta la habitación y la encontraron en la ventana. La llamaron y luego le dijeron que tenía varias cosas que hacer. La lista era larga:
● Lavar los platos
● Hacer la cama
● Organizar la sala de estar
● Bañar al gato
● Recoger la basura entre otros.
A medida que Monique crecía, más duras eran las tareas que le tocaba hacer. Se levantaba a
a las cuatro y treinta de la madrugada a preparar su desayuno y el de sus tutores, limpiar su habitación y alistarse para la escuela. Regina y Patricio se levantaban a las ocho y quince de la mañana y no hacían nada. Sólo veía la tele hasta las doce del día que Patricio salía a trabajar.
Regina se quedaba en casa y almorzaba a la hora que Monique volvía de la escuela, o sea, a las tres de la tarde. En realidad, la escuela era hasta la una, pero Monique caminaba hasta la biblioteca para poder estudiar. Esa era su agenda diaria hasta terminar sus estudios. A los diecisiete años, recibió su diploma, sus tutores no asistieron a la ceremonia, lo hizo la rectora de la escuela primaria y su esposo. A pesar de ello, Monique se sentía feliz.
Su tristeza volvería una vez más cuando despertó su deseo de estudiar diseño y quería cumplir ese sueño. Desde niña siempre quiso ser diseñadora de modas, y anhelaba con toda su alma que algún día se hiciera realidad, pero había un pequeño problema que la atormentaba, sus tutores jamás la apoyarían.
Una noche, sentada en el jardín delantero como de costumbre, miraba al cielo como si hablara con sus padres. Al dejar caer una lágrima, empuñó un poco de arena y decía llena de odio por qué no la llevaron con ellos. Patricio, quien a pesar de todo era un poco más considerado, se acercó y conversó con ella unos minutos.
Patricio: ¿aún no has superado la muerte de tus padres?
Monique: ¿qué clase de pregunta es esa?
Patricio: han pasado siete años.
Monique: lo dice quien tiene a sus padres vivos. No he recibido amor desde entonces, casi no siento afecto por los demás, a ustedes no los veo como mis padres, soy como un cometa... Roca por fuera, hielo por dentro.
Patricio: sabes que puedes vernos como tus padres, Monique.
Monique: ¿cómo? ¿cuándo? Ustedes me tienen como sirvienta, no fueron a mi graduación... Nunca me dieron un obsequio de navidad o de cumpleaños.
Patricio: entiendo tu situación, pero...
Monique: ¿entender? No es solo entender, es vivir y sentir.
En medio de la conversación, se escuchó la voz de Regina diciendo: "Monique, tengo hambre. Ven y prepara la cena, deja de actuar como una holgazana".
Monique, de pie, miró con odio a Patricio y luego a Regina. Sin pronunciar una sola palabra, caminó hasta la cocina y como de costumbre obedeció la orden de Regina. En medio del llanto, Monique preparaba la cena, mientras tanto en la sala de estar la pareja discutía de tal forma que la joven no los escuchara.
Patricio: Regina, creo que hemos hecho mal con esa niña por mucho tiempo. No para de llorar y solo necesita amor, alguien que la apoye.
Regina: ¿luego de siete años te pones sentimental? ¿A mí qué me importa Monique? No es más que una holgazana.
Patricio: ¿en serio? Ella hace todo...
Regina: ¿pues qué más quieres? Si va a estar aquí debe hacer los quehaceres. No va a andar de vaga y ganándose la comida y un techo para dormir por su carita de niña inocente.
Patricio: ¿qué es lo que quieres de ella?
Regina: que se vaya de aquí.
Patricio: ¿segura? Si Monique se va te tocará hacer todo a ti.
Monique, escuchó la última parte de la discusión tras la puerta, luego de eso se le ocurrió una brillante idea. Esa misma noche, la joven huérfana escaparía de ese infierno y de alguna forma cumpliría su sueño de estudiar.