Alguien quiere mi magia?

¿Alguien quiere mi magia?

Ese veinticuatro de diciembre por la tarde, Gabriel cuidaba al pequeño hijo de su amiga mientras ella hacía las compras tardías para Navidad. El pequeño de ocho años miraba la tele bajo la supervisión de Gabriel. Una publicidad de la famosa marca de refresco de cola hizo su aparición y al terminar, Mirko preguntó.

―Tío Gabriel, ¿crees en la magia de la Navidad?

―Por supuesto que creo. ―Todavía no entendía por qué el niño se empecinaba en encontrar un vínculo familiar entre ellos, siendo que no lo había―. Pero no puedo imaginar que venga en forma de bebida.

Mirko soltó una carcajada.

―Mamá siempre dice que tienes alma de viejo y es cierto ¿Cómo piensas que es la magia de la Navidad?

―Si tienes ganas de despegar la vista de la tele, te lo cuento. Para hablar solo, mejor no digo nada.

Vio como Mirko sonreía, tomaba el mando de la tele, la apagaba y se sentaba a su lado en el sofá.

―Soy todo oídos.

Gabriel le sonrió y comenzó su relato.

 

Hace muchísimo tiempo atrás, en el sitio donde hoy se levanta esta ciudad, hubo un pequeño pueblo. La gente que allí vivía sabía que estaba prohibido practicar cualquier acto de brujería, por eso, mantenían en secreto a la hechicera que moraba en un claro en el bosque.

Todo el mundo acudía a ella cuando necesitaba algo. Si la cosecha no iba bien, ella hacía su magia y milagrosamente, tenían la mejor cosecha en décadas. Si una mujer no podía tener hijos, ella preparaba una pócima y allí estaba la mujer, nueve meses después, con un bebé en los brazos. Y así, todo el mundo sabía de la existencia de la hechicera, pero nadie la delataba a las autoridades porque sabían que, en caso de descubrirla, la matarían.

En una oportunidad, se presentó ante la hechicera una viuda con su único hijo. El niño había enfermado gravemente y el médico de pueblo le había dicho que ya nada podía hacer por él. Su muerte se aproximaba.

―¿Alguien quiere mi magia? ―preguntó la hechicera de manera extravagante al ver a la mujer con el pequeño.

La madre le contó los síntomas que presentaba su niño y la hechicera, luego de observarlo con detenimiento, preparó una mezcla de hierbas, le enseñó a la madre cómo suministrarlas y a los pocos días, el niño mejoró considerablemente.

Días más tarde, la viuda volvió con una canasta de frutas como muestra de agradecimiento. La hechicera las aceptó y cuando la mujer ya abandonaba la choza con su pequeño caminando detrás, la bruja susurró.

―Prepara a la madre, porque el niño no sufrirá, pero no puedo detener a la muerte que viene por él. ¿Escuchaste?

La mujer era tan poderosa, que no solo podía mejorar cosechas, curar la infertilidad o las enfermedades, sino que ver a la muerte aproximarse, y hasta veía a los ángeles que, en la Tierra, protegen a los humanos.

El ángel se giró para mirarla, asintió con la cabeza y se marchó junto a su protegido.

A la semana siguiente, la madre volvió con su pequeño. Una nueva enfermedad lo estaba atormentando. Otra vez, la hechicera lo estudió y con una nueva mezcla de hierbas lo curó. La madre se despidió con su pequeño y la bruja susurró.

―Que no se acerque al agua.

―Gracias ―respondió el guardián.

Todas las semanas, la viuda visitaba a la hechicera esperando recibir la ayuda necesaria para mantener a su hijo vivo. Y todas las semanas, la hechicera susurraba recomendaciones al ángel guardián. La muerte rondaba en busca del pequeño y si no lo alcanzaba con alguna enfermedad, lo alcanzaría en algún accidente.

Y así, en su afán por mantener al niño con vida, la hechicera y el ángel se enamoraron. Un amor imposible, porque él estaba destinado a proteger a los humanos y ella, no dejaba de ser una bruja.

Una noche, el niño se desvaneció y ante la mirada horrorizada de la madre, comenzó a contorsionarse en el suelo, mientras una espuma blanca salía de su boca. La madre corrió en busca de ayuda, pero cuando volvió a su choza, al niño ya le había pasado el episodio y se encontraba bien. Asustada, la mujer creyó que era producto de la brujería y, con miedo por la vida de su hijo, se dirigió a las autoridades y denunció a la bruja del bosque.

El ángel abandonó por primera vez su lugar junto al pequeño y fue a avisar a la hechicera.

―¿Quién quiere mi magia? ―preguntó al igual que siempre lo hacía cuando sintió que alguien abría la puerta.

―Huye, la madre del niño te ha denunciado y ahora, una turba se encamina hacia ti.

―No iré a ninguna parte. Burlé a la muerte y ahora es ella quien se ensaña conmigo. Si alguien muere esta noche, el niño vivirá. Considero que vale la pena.

―Vete, por favor ―suplicó él mientras la abrazaba por primera vez―. Si pudiera, iría contigo, pero no puedo.

―Dejaría de amarte si abandonaras al niño por mí.

―Entonces, vete y te prometo que te encontraré.

―No, seré yo quien te encuentre. La magia no muere conmigo. Espérame y una noche mágica volveré a ti.




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