No me quería levantar. Deseaba permanecer todo el día en mi cama. El calor de mis cobijas me daba la protección que hace años dejé de sentir. Sin ellas, todo a alrededor de mí permanecía gélido e indiferente. Pero el estúpido de mi primo iba y venía advirtiéndome que si no me salía de ahí en diez minutos, entraría y me subiría a la camioneta sin importarle que estuviese en pijama.
Al bajar a la cocina para tomarme algo, vi que se tentaba la cabeza con frecuencia, soltaba algunos quejidos y su malhumorada cara veía todo con disgusto.
—Te advertí que no tomaras tanto, mira cómo te pones.
—Ya, cierra la boca.
—¿De verdad seguirás siendo tan despilfarrador? ¿No te importa ni un poco lo que pueda suceder después?
—Si vives en el futuro no puedes estar el presente como se debe. Si a ti te importa mucho lo que va a pasar, entonces ve con una médium.
—Eres un imbécil. Solo espero que no me perjudiques a mí porque te prometo que te mato.
—¿Y ahora por qué vas a la primera clase?
—Porque tengo que entregar un proyecto. ¿Te olvidaste que tengo clases todos los días?
—Ya entendí —y le dio un trago a lo que sea que tenía en la taza—. ¿No quieres que te lleve?
—Los padres de Henry vendrán por mí. Así que vete ahora si no quieres llegar tarde.
—Ja, como si eso importara —refunfuñó mientras se giraba en la silla para no verme más.
Lo entendí a la perfección y me dirigí a la puerta. Me tuve que esperar algunos minutos en la acerca, mientras veía cómo el sol apenas comenzaba a asomarse de entre los edificios de la ciudad. Me di cuenta que las jacarandas que estaban frente a nuestra casa, estaban comenzando a tirar sus flores. La avenida se tiñó de un color lila bajito que, en contraste con el cielo nublado y frío de la ciudad, le daba un toque muy especial. Nunca me había concentrado tanto en admirar ese boulevard hasta ese momento. Levanté la mirada al cielo pero me desconcentró el claxon de un automóvil. Se estacionó frente a mí y abrieron la puerta para que pudiera subirme. Eché un último respiro frío que me hizo toser.
—Buenos días, señora —traté de ser amigable así que sonreí lo más natural posible.
—Hola, Ágata —correspondió la mujer que iba manejando y cerré la puerta del carro con cuidado de no azotarlo.
—¿Tienes listo el proyecto de Johansson? —fue lo que le dije a Henry mirándolo por el espejo retrovisor.
—Obvio, yo siempre soy muy responsable.
—Sí, claro. ¿Tanto como para olvidar que teníamos examen con Howard?
—¡Qué! —exclamó y buscó su libreta de álgebra mientras yo me partía de risa en el asiento.
—Si eres tan responsable, sabrías que será la siguiente semana.
—Ja, ja, ja, qué risa —atacó, y su madre y yo nos reíamos como si fuéramos cómplices. Por un momento, pude dejar atrás todo lo que Otto me había provocado. Pero sabía que en cuanto me bajara, todo empeoraría.
Una vez fuera de la universidad, su madre se despidió de él con un beso en la mejilla y él trató de impedirlo pero no fue lo suficientemente rápido como para hacerlo. No sabía cómo es que esa señora era tan amorosa, si su mirada siempre parece como si quisiera golpear a todos. Yo solo miré hacia otros lados para no incomodarme mientras le acomodaba la camisa.
—¿Listo, cariño? —me burlé una vez que nos alejamos de ella.
Volteamos y con una mano se despidió para después arrancar de nuevo y perderse en la concurrida avenida que estaba siendo víctima de un embotellamiento.
—No te burles. He intentado hacer que me deje de tratar así, pero creo que está convencida que siempre seré el menor.
—El consentido dirás. No he visto a un hijo menor tan acicalado por su madre que hasta le limpie la nariz.
—¿Acaso es envidia?
Me pregunto cómo es que una sola pregunta puede provocar que mi temperamento y el calor de mis mejillas suban y aumente tan rápido.
—Cierra la maldita boca.
Escuchar su risa victoriosa empeoró las cosas, sin duda. Puse los ojos en blanco mientras traté de ignorarlo. De nuevo aquellos pensamientos regresaban. ¿Envidia porque mi madre jamás hizo eso conmigo? ¿De verdad me afectó lo que dijo? Aunque quisiera aparentar que no, en lo más recóndito y oscuro de mi ser, le daba la razón. Si tan solo ella habría tenido ese trato conmigo, tal vez no estaría tan rota.
Desvié la mirada al suelo mientras caminábamos por las escaleras principales. No quería que por ningún motivo él se diera cuenta que esto me hizo daño. No me lo permitiría. Mis manos se empezaban a sentir frías y temblorosas, a la par que mis piernas se sentían algo débiles. Solo quería llegar al edificio, no pedía nada más. Cuando pasamos por la dirección, el encargado de detención salió de la oficina y se nos quedó mirando con cierto desdén y su sonrisa burlona se quedó fija en mí. Aunque eso era lo que menos me importaba, quería llegar al edificio y olvidar todo esto.
Por fin cuando arribamos, me pude concentrar más en la explicación que diría ante el grupo que toda la frustración que tenía encima. De reojo veía que Henry se tocaba la cara y el cabello, por lo que supuse, se sintió mal por su comentario.
Cuando llegó la hora de la clase, el director entró de inmediato. Parecía que se esperó parado en la pared hasta el momento en que el timbre se accionara.
—Buenos días chicos. Tengo algo importante que decirles —y se detuvo en un silencio muy angustiante.
Justo después que dijo eso, la cabellera rubia pero desarreglada del sujeto espeluznante que me detuvo ayer en las escaleras hizo acto de presencia en el aula. Ayer parecía trapecista, hoy parecía el dueño del circo. No cambia nada por más que tenga traje. Se nos quedó mirando a todos y el director asintió.
—El profesor Johansson tuvo un accidente y no podrá concluir el semestre con ustedes, como lo tenía planeado —argumentó.
Todo mundo comenzó a murmullar y a cuchichearse entre sí, provocando que el hombre al frente aclarara la garganta y dejara una carpeta en el escritorio.