Aliados por Tres Años

1º.Yo me Opongo

Si alguien me hubiera dicho hace un mes que un sábado iba a terminar con flores volando, un novio inconsciente y una novia riéndose mientras el cura la casaba conmigo… habría pedido palomitas.

Pero bueno, así son las cosas cuando tu mejor amiga y tú deciden darle una lección a un imbécil con traje.

La iglesia olía a rosas caras, incienso y culpa. Todo decorado con cintas color crema y caras sonrientes que no sabían que estaban a punto de presenciar el escándalo del año.

Laura se casaba con David Pérez —sí, Pérez, con todo el glamour que eso implica—, un tipo tan falso que si le rascabas el bronceado salía plástico reciclado.

Yo estaba sentado en la segunda fila, fingiendo que no me estaba muriendo de risa por dentro.

El plan era simple: esperar el “si alguien se opone”, levantarme, arruinar el momento, y exponer al idiota delante de todos.

Fácil. Efectivo. Y elegante, porque lo íbamos a hacer con clase… más o menos.

Laura me había llamado tres semanas antes, con su tono de conspiradora profesional.

—Necesito tu ayuda, Xavier.

—Eso suena a desastre.

—David me engaña.

—Lo sospechaba.

—Pero quiero que lo descubra todo el mundo.

—Ah, eso ya suena divertido.

—Perfecto, porque lo harás conmigo.

Y así, sin mayor preámbulo, terminé aquí.

El cura empezó con la típica letanía matrimonial:

—Queridos hermanos, estamos reunidos hoy para celebrar la unión de Laura Montenegro y David Pérez…

Mientras hablaba, yo repasaba mentalmente mis líneas, como si fuera una obra de teatro.

Había practicado en el espejo: “Yo me opongo”, con la entonación perfecta, entre heroica y sarcástica.

Laura me había dicho:

—Nada de dramas, ¿sí?

Y yo le respondí:

—Prometo solo un 80% de drama.

La puerta se abrió y ahí entró ella, hermosa, altiva, con esa mirada que decía “lo tengo todo bajo control”.

Llevaba un vestido blanco con encaje y una sonrisa que podría desarmar ejércitos.

Nadie —excepto yo— sospechaba que estaba a punto de arruinar su propia boda.

David la esperaba en el altar, radiante y tan nervioso que parecía haber tragado un ventilador encendido.

El tipo creía que su vida estaba resuelta.

Que se casaba con la dulce, inocente Laura Montenegro, heredera, inteligente, adorable… y completamente ciega a sus engaños.

Pobrecito.

El cura llegó a la parte más jugosa.

—Si alguien tiene algo que decir, que hable ahora o calle para siempre.

Yo me puse de pie.

—¡Yo me opongo!

Silencio absoluto.

Las cabezas se giraron como si alguien hubiera lanzado una bomba en medio del salón.

El tipo del violín dejó de tocar, el fotógrafo dejó de disparar, y hasta la abuela de David soltó un “¡Jesús bendito!”.

Laura, con el rostro perfectamente compuesto, se llevó una mano al pecho fingiendo sorpresa.

—¿Xavier? —dijo con voz teatral—. ¿Qué estás haciendo?

Yo me aclaré la garganta y levanté la mano con solemnidad.

—Lo siento, Laura, pero no puedo dejar que te cases con este… individuo.

Y ahí, justo en ese momento glorioso, dos tipos más —amigos míos, parte del plan— se levantaron detrás de mí.

—¡Yo también me opongo! —gritó uno.

—¡Y yo! —dijo el otro, con entusiasmo digno de una telenovela mexicana.

El murmullo se expandió entre los invitados como fuego.

Laura fingió indignación.

—Chicos, no hagan esto, por favor…

David nos miraba, blanco como la pared, intentando entender qué demonios pasaba.

Yo avancé con paso seguro, sacando el teléfono del bolsillo interior del saco.

—Antes de que el amor eterno quede oficialmente estampado en papeles legales —dije—, creo que todos deberíamos ver esto.

Toqué la pantalla y mostré la foto: David, en calzoncillos, abrazando a una rubia en lo que claramente no era una oficina ni un retiro espiritual.

La expresión de Laura cambió de “no lo hagas” a “gracias por el espectáculo”.

Su actuación era impecable.

—David —dijo con calma—, ¿quieres explicar esto?

El tipo tartamudeó.

—Eso… eso no es lo que parece.

Yo bufé.

—Claro, porque “semidesnudo con otra mujer” es lo típico cuando uno juega ajedrez.

Los invitados empezaron a murmurar. La madre de David se tapó la cara, y alguien del fondo exclamó:

—¡Qué vergüenza!

Laura levantó su ramo.

—¿Sabes qué, David? —dijo con voz clara—. Estuve a punto de casarme contigo… pero me alegra que Xavier interrumpiera.

Y zas.

Le dio un ramozo en la cara.

Después otro.

Y otro más.

Las flores volaban por el aire como proyectiles perfumados.

David intentó protegerse con las manos.

—¡Laura, por favor!

—¡Nada de Laura, por favor! —gritó, y el último golpe fue tan fuerte que el ramo se desintegró.

Yo, como buen amigo, di un paso al frente, sonreí y le di un derechazo al idiota mientras sostenía mi telefono con la izquierda.

Solo uno, limpio y rápido.

Nada personal.

El público jadeó.

David cayó al piso con más elegancia de la esperada.

Sus familiares corrieron a levantarlo, murmurando algo sobre “llamar a la policía”.

Laura respiraba agitada, con el velo torcido y los pétalos pegados al cabello.

—Eso fue… liberador.

—Te lo dije. —Le sonreí—. La venganza es un deporte de contacto.

Los invitados estaban en shock.

El cura parecía debatirse entre exorcizarnos o aplaudir.

Entonces me volví hacia él, todavía sonriendo.

—Padre, ¿ya que está aquí… por qué no nos casa a nosotros?

El hombre parpadeó.

—¿Perdón?

Yo sonreí.

—Sí, total, el alquiler de la iglesia está pago, la decoración está preciosa, y los invitados ya están sentados. Sería una pena desperdiciar el evento.

El cura nos miró a ambos, suspiró profundamente, y murmuró algo como “estos jóvenes modernos…”




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.