Aliados por Tres Años

5.- 11 Años y Seis Meses Antes de la Boda -.

Hay días en los que uno siente, con una claridad casi dolorosa, que el universo tiene un sentido del humor demasiado personal. No un humor general, universal, aplicable a todos. No. Un humor diseñado exclusivamente para uno, calibrado para golpear donde duele y sonreír mientras lo hace.

Ese día, en mis dieciocho años gloriosos —sí, gloriosos porque sobrevivir a mi propia estupidez ameritaba celebración—, entendí que el universo tenía un pasatiempo favorito: burlarse directamente de mí.

Y la razón tenía nombre.

Tenía ojos café que parecían cambiar de tono según la luz.

Y tenía un lunar junto a la boca que, desde los seis años, consideraba un insulto estético a mi paz mental.

Laura.

Mi mejor amiga, mi compañera de travesuras, la persona que me conocía tan bien que podía desmontarme el ego con una sola ceja levantada.

La única que me había visto llorar, enojarme, perder, ganar, enfermarme, romperme y recomponerme. Y aun así me quería. O algo así. A veces, incluso yo dudaba de cómo seguía aguantando mis desastres personales.

Ese día llegué a su casa sin avisar. Era una costumbre tan normal que su puerta debería haber tenido un letrero que dijera “entrada libre para Xavier”. Entré, saludé a su madre, subí las escaleras, empujé la puerta de su habitación sin tocar.

—¿Laura? —pregunté, asomando la cabeza.

Silencio.

Bueno… silencio relativo. Se escuchaba un murmullo. Como una voz suave, demasiado suave, acompañada de una música que parecía sacada de un spa barato. Fruncí el ceño. Laura no escuchaba eso. Ni en un mal día. Ni por accidente.

Entonces la encontré.

Sentada en su escritorio, piernas cruzadas, el computador frente a ella, auriculares puestos… y en la pantalla un título tan ridículo que hasta mis neuronas se sintieron insultadas.

“Cómo prepararte emocionalmente para tu primera vez”.

Instantáneamente sentí que mi alma hizo las maletas y se tiró por un barranco.

No por el video.

Por la razón detrás del video.

Simón.

Su novio hacía seis meses. Seis meses. Un récord mundial para Laura, porque ella tenía el don de detectar idioteces masculinas en tiempo récord y mandar a los chicos a terapia existencial sin siquiera proponérselo.

Yo nunca había entendido qué veía en Simón. Era amable, sí. Educado, sí. Un caballero, supongo. Pero también era… simple. Correcto. Predecible. Un pan sin mantequilla. Un libro sin conflicto. Una taza de agua tibia.

Me obligué a estornudar para no asustarla.

Laura dio un salto, se sacó los auriculares y se atragantó con su propio aire.

—¡Xa–Xavier! —balbuceó—. ¿Qué haces aquí?

—Vine a molestarte —me encogí de hombros—. Pero parece que estás ocupada en… formación profesional.

Le señalé su computador.

La cara le quedó tan roja que pensé que iba a incendiarse.

—No estabas viendo lo que creo que estabas viendo, ¿verdad? —me acerqué.

Ella cerró el computador y lo guardo en el cajón se su escritorio como si hubiera metido allí un cadáver.

—No es lo que parece —susurró.

—¿Ah, no? —Me senté frente a ella en la cama, como si fuera un interrogador profesional—. ¿Entonces no estabas estudiando cómo…?

—Xavier —advirtió ella, con las mejillas arreboladas.

—… tener tu primera vez con Simón?

El silencio fue tan contundente que casi pude escucharlo rebotar en las paredes.

Laura cerró los ojos con fuerza. Yo sonreí. No porque fuera gracioso. Sino porque la conocía, y verla tan avergonzada por algo tan humano me hizo querer abrazarla… y al mismo tiempo querer buscar a Simón y darle clases intensivas de conciencia emocional.

—Quiero morirme —murmuró Laura.

—No te vas a morir —me reí—. Si no te moriste cuando la profesora de arte te descubrió calcando un dibujo de internet, esto no es nada.

Se incorporó lentamente, aún roja.

—¡No lo calcaba! Era una referencia visual.

—Sí, claro. Y yo no invado tu privacidad; solo hago visitas espontáneas a tu cuarto a cualquier hora.

Ella soltó una risa involuntaria.

Y algo dentro de mí se aflojó. Siempre pasaba. Una sola risa suya bastaba para arreglarme el día, para justificar toda mi existencia, para convencerme de que la vida no estaba tan mal, incluso si era una broma cósmica a mi costa.

—Entonces… ¿Simón? —pregunté.

Laura bajó la mirada. Sus dedos empezaron a enredarse entre sí, una de sus señales clásicas de nervios.

—Creo que quiero dar el siguiente paso —admitió.

Me presioné la lengua contra los dientes para mantener la compostura.

—¿Estás segura? —pregunté más suave.

—Eso intento averiguar. Es que… es mi primera vez, y no quiero hacerlo mal. No quiero que… no sé… él piense que no sé nada.

“Laura, eres demasiado para él.”

“Él debería agradecerte solo por existir.”

“Si ese idiota llega a hacerte sentir insegura, yo…”

Pero no dije nada de eso.

—Laura —poniéndome serio—, nadie nace sabiendo. Y mucho menos para algo así. Además, ¿por qué deberías impresionar a Simón?

Ella levantó la vista lentamente.

—Porque… es mi novio.

—Sí, pero no es un semidiós bajado del Olimpo.

—No seas dramático.

—Soy realista.

Negó con la cabeza, pero sus labios se curvaron. Sin embargo, la sonrisa se extinguió pronto. La ansiedad volvió, flotando en el aire como un fantasma terco.

—No sé si esté lista —susurró.

Sentí un tirón en el pecho. Quise que confiara en mí como siempre lo hacía, que no se sintiera sola ni perdida.

—A ver —dije, señalando la almohada—. Muéstrame qué estabas viendo.

—¡No! ¡Es vergonzoso!

—Laura… por favor.

Me miró varios segundos, con esa mezcla suya de resistencia y rendición inevitable. Finalmente suspiró y me pasó el teléfono.

Cuando vi el video casi sufro un paro cardiaco.

—¿Qué demonios es esto? —bufé—. ¿Este tipo también hace tutoriales para cambiar llantas? Tiene la misma energía.




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