Aliados por Tres Años

6 .- 11 Años y Cinco Meses Antes de la Boda -.

No sé en qué momento la noche empezó a salirse de control. Supongo que fue como sucede siempre con las cosas importantes: sin aviso, sin un punto exacto donde uno pueda decir aquí cambió todo.

Solo sé que llegamos a la playa para celebrar el cumpleaños número dieciocho de Laura, y yo había decidido que podía con todo esto. Con verla feliz. Con verla con Simón. Con fingir que no me importaba.

El hotel estaba a unos metros de la arena, un edificio blanco con balcones diminutos que daban directo al mar. La fiesta había comenzado temprano, con faroles clavados en la arena y música suave que se volvió fuerte a medida que avanzaba la noche. Todos estaban de buen humor. Laura más que nadie. Y yo… yo pretendía estarlo.

La vi bailar con unos amigos, correr por la arena con los pies descalzos, reír con la cabeza hacia atrás. Tenía la piel brillante por el sol del día y esa energía que siempre ha tenido, como si el mundo fuera demasiado pequeño para ella. Simón estaba detrás suyo cada vez que podía. Acariciándole la cintura. Susurrándole al oído. Marcando territorio sin pudor alguno.

Me repetí a mí mismo que era normal. Que eran pareja. Que yo no tenía derecho a sentir nada.

Pero cada vez que él la tocaba, algo en mi pecho se tensaba como una cuerda.

Aun así, estaba decidido a portarme bien.

Hasta que los perdí de vista.

Fue un detalle pequeño. Un cambio en el ruido. El tipo de silencio extraño que queda cuando falta una risa, un timbre particular, una presencia. Ella había estado cerca del fuego unos minutos antes, hablando con dos chicas que no conocía. Luego, de pronto, ya no estaba. Busqué a Simón y tampoco lo vi.

Me dije que no debía preocuparme. Que seguramente se habían ido a caminar. Que eran novios.

Pero no pude evitarlo. Era como si algo dentro de mí me empujara a buscarlos, aun cuando sabía que no tenía ningún derecho de hacerlo.

Al no encontrarlos, decidí beber. Mucho. Tal vez demasiado rápido. Tal vez con demasiada intención.

La arena se volvió más suave bajo mis pies, las luces parecieron moverse un poco, y una parte de mí agradeció esa torpeza. Porque me daba una excusa para no pensar. Para no sentir.

El problema fue que, cuando volví a verla, todo lo que había tratado de ignorar se hizo más visible.

Laura estaba parada cerca de la barra improvisada, rodeándose los brazos como si tuviera frío, aunque la brisa era cálida. Sus ojos se movían nerviosos, y Simón… no estaba.

—¿Laura? —me acerqué, intentando que mi voz sonara normal.

Ella pegó un pequeño salto, como si no me hubiera visto llegar.

—Xavi… —su voz estaba áspera, y en seguida alcancé a oler el alcohol en su respiración—. Hola.

Tenía los ojos brillantes, pero no de alegría. Algo en ella estaba tenso, como si todo su cuerpo estuviera sosteniendo algo al borde del derrumbe.

—¿Dónde está Simón? —pregunté.

Ella desvió la mirada.

Esa sola reacción me dijo más de lo que habría querido saber.

—No sé. Se fue.

Tragó saliva.

—Da igual.

No, no daba igual. Pero tampoco era momento para presionarla.

—¿Quieres que te consiga agua?

—Quiero otra copa —respondió sin pensarlo.

—Laura…

—No me digas qué hacer en mi cumpleaños —disparó, pero sin fuerza. Era más dolor que enojo.

Luego suspiró, bajó la cabeza y agregó:

—Perdón. Solo… quédate conmigo un momento, ¿sí?

Lo hice. Me quedé con ella, aunque algo dentro de mí rugía sin palabras.

Me quedé aun cuando la vi tomar dos, tres, cuatro tragos más.

Me quedé porque no sabía hacer otra cosa cuando se trataba de ella.

Hasta que, después de un rato, se volvió hacia mí con los ojos húmedos.

—Xavi… tengo que contarte algo —murmuró.

La rodeaba un aura temblorosa, como si estuviera sostenida por un hilo.

—Pero prométeme que no te vas a enojar.

—Dímelo.

Respiró hondo, y las palabras salieron atropelladas, como si necesitaran escapar.

—Simón y yo… nos perdimos porque… porque empezamos a besarnos. Y a tocarnos .

Se llevó las manos al rostro un instante, avergonzada.

—Y cuando… cuando él quiso más… yo no quise. Y se molestó. Mucho. No me gritó, pero… se fue. Justo así. Como si yo fuera una decepción.

Sus pupilas estaban dilatadas por el alcohol y por algo más: miedo, tal vez. O vergüenza. O dolor.

Me dolió verla así. Me incendió.

—Laura… él no debió reaccionar así.

Ella negó con la cabeza de inmediato, como si defendiera a Simón por costumbre.

—No, no… está bien. Es normal. Yo lo provoqué. Yo… yo quise probar hasta dónde podía llegar.

Rió, pero era una risa rota.

—Pero no pude. Me dio miedo. No sé por qué. Me bloqueé. Y él se fue.

Quise tomarla de los hombros y obligarla a mirarme, a entender que no tenía nada de malo.

Pero solo pude decir:

—Él no tenía derecho a hacerte sentir culpable.

Ella lo ignoró.

Como si las palabras no le alcanzaran.

Como si ya hubiese decidido que la culpa era suya.

Y entonces, antes de que pudiera agregar algo más, me tomó del brazo.

No de forma tímida. No de forma suave.

Me tomó con urgencia.

—Xavier —susurró—. Ven.

Tiró de mí, guiándome entre la gente, subiendo los escalones del hotel, avanzando por los pasillos alfombrados con paso torpe. Yo apenas podía seguir el ritmo entre el alcohol y la sorpresa. La gente nos miraba, algunos reían, algunos estaban demasiado borrachos para notar nada.

—Laura, espera. ¿A dónde vamos?

—A mi habitación —respondió sin siquiera voltear.

Mi corazón dio un golpe seco.

Esto no estaba bien. Nada de esto estaba bien.

Pero tampoco podía simplemente soltarla, no cuando estaba así.

Cuando llegamos a la puerta, abrió con la tarjeta y entró de inmediato, sin prender la luz. La habitación era pequeña, con dos camas individuales y un ventanal enorme hacia el mar. Las cortinas estaban abiertas, dejando entrar la luz azulada de la luna.




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