Aliados por Tres Años

7.- 11 Años, 4 Meses y 29 Días Antes de la Boda -.

El amanecer entró por las cortinas abiertas como una línea dorada que cortó la habitación en dos. Me encontró sentado en la silla junto a la cama, con la espalda rígida y la mente demasiado despierta para haber dormido siquiera un minuto.

Laura respiraba profundamente, con el rostro tranquilo, como si la noche anterior no hubiese quebrado todo lo que creíamos estable.

Yo sí lo recordaba. Todo.

Su llanto. Su temblor. Su confesión.

Su cuerpo intentando encontrar refugio en el mío de la forma equivocada.

Y mi voz diciéndole que no.

No porque no la deseara… sino precisamente porque sí.

Porque la quería demasiado.

Movió los dedos primero, luego el brazo, y después se volteó dentro de las sábanas. Cuando abrió los ojos, parecía una niña perdida por un segundo. Desorientada. Vulnerable.

Y luego me vio.

—…Xavier.

Se incorporó lentamente, cubriéndose un hombro con la sábana—. ¿Qué… qué haces ahí?

No supe qué expresión tenía, pero debió ser una mezcla extraña entre alivio y culpa.

—Me quedé acompañandote —respondí, sin moverme—. Te dormiste llorando.

Ella cerró los ojos un momento, como si esas palabras le dolieran.

Luego inhaló hondo, tratando de ordenar sus pensamientos.

—¿Cuánto… recuerdas? —preguntó con la voz ronca de despertar.

—Todo —admití.

Hubo un silencio.

Largo.

Cargado.

Y en ese silencio, la vi reconstruirse. Como si su mente volviera, paso por paso, a la noche anterior. Sus mejillas se sonrojaron primero. Luego su respiración se volvió más rápida. Finalmente, se tapó la cara con las manos.

—Oh, Dios… —murmuró, casi ahogada—. Dime que no hice lo que creo que hice.

—Depende —respondí con honestidad—. ¿Qué crees que hiciste?

Ella me miró por entre sus dedos.

—Intenté… quitarme la ropa.

Sus ojos se abrieron con terror al escucharse—. Quise que tú… Xavier, yo…

Asentí apenas.

—Sí. Lo intentaste.

Se hundió en la almohada, completamente avergonzada.

—No puedo creerlo. No puedo creer que hice eso.

Y luego, con un hilo de voz:

—No puedo creer que te puse en esa posición…

Me levanté de la silla. No podía verla castigarse de esa manera.

Me senté en el borde de la cama, manteniendo una distancia prudente.

—No tienes que avergonzarte —le dije—. Estabas borracha, Laura. No sabías lo que estabas haciendo.

—Pero tú sí —susurró.

Una acusación suave, triste, pero real.

Asentí. No tenía sentido negarlo.

—Sí. Yo sí sabía.

Se mordió el labio inferior, y ese pequeño gesto me atravesó.

—Gracias —dijo de repente.

—¿Por qué?

—Por no hacerlo.

Sus ojos buscaron los míos, firmes ahora.

—Por no aprovecharte. Por detenerme aunque fuese lo que… aunque fuese lo que una parte de ti… quería.

No dije nada.

Porque decir “Sí, lo quería” habría sido traicionar demasiado.

Pero ella lo leyó en mi silencio.

En la rigidez de mis manos.

En la forma en que no podía dejar de mirarla.

Respiró hondo otra vez, como si reuniera valor.

—Xavier… necesito decirte algo.

Se sentó erguida, abrazando sus piernas bajo la sábana.

—Lo que te dije anoche…

Su voz tembló apenas.

—Lo dije en serio.

Mi corazón se detuvo por un instante.

—Laura, estabas borracha —recordé.

—Pero ahora no lo estoy —interrumpió ella, sin apartar la mirada—. Y sigo sintiéndolo.

Tragó saliva.

—Sigo queriéndote. No es despecho, no es miedo, no es lo que pasó con Simón.

Hizo una pausa, y su voz se volvió más baja.

—Es… algo que llevo guardando desde hace tiempo.

Mi respiración se volvió pesada.

No sabía qué hacer con esas palabras.

O con el hecho de que una parte de mí había esperado oírlas por años.

—Laura…

—Déjame terminar —pidió con suavidad.

Reacomodó la sábana sobre sus piernas, nerviosa.

—Lo que pasó con Simón… sí, me afectó. Pero no cambió lo que siento. Solo… me mostró que estaba intentando vivir algo que no era mío. Algo que no encajaba conmigo.

Sus ojos se humedecieron, aunque no lloraba.

—Nunca me sentí segura, Xavi. Nunca. Ni siquiera cuando él era dulce. Siempre había una presión, un deber.

Me miró fijamente.

—Contigo nunca siento eso. Contigo no me da miedo.

Su voz bajó hasta casi un susurro.

—Contigo siento que puedo respirar.

Me quedé en silencio, no porque no quisiera responder, sino porque cualquier palabra que dijera tendría consecuencias irreversibles.

Ella estiró una mano y me tocó la muñeca.

Muy suave.

Muy real.

—Anoche te pedí… algo que no debí pedirte en ese estado.

Se acercó un poco más.

—Pero ahora estoy sobria.

Otra respiración profunda.

—Y quiero pedirlo de nuevo.

Mi mundo entero se tensó.

—Laura…

—Quiero que seas tú.

Su voz era firme esta vez, sin alcohol, sin temblor.

—No porque esté herida. No por Simón. No por una noche mala.

Negó con la cabeza.

—Quiero que seas tú porque eres la persona en quien confío.

Me tocó el pecho con la punta de los dedos.

—La persona que… quiero.

Mi corazón dejó de latir por un segundo.

O latió tan fuerte que dolió.

—No quiero seguir con dudas —continuó—. No quiero hacerlo por miedo ni por obligación. Quiero hacerlo porque lo elijo.

Un paso mental. Un abismo.

—Y te elijo a ti.

Me aparté un instante, no porque no la quisiera, sino porque la quería demasiado.

Era abrumador. Ella soberbia, consciente, mirándome como si yo fuera algo más que un amigo, más que un vecino.

Algo irremplazable.

—Laura… esto es serio —dije despacio—. Muy serio.

—Lo sé.

—No quiero ser un escape.

—No lo eres.

—No quiero ser tu segundo intento solo porque alguien más te hizo daño.

—Tú nunca has sido mi segundo intento —respondió sin dudar—. Siempre has sido…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.