Alice

Capitulo 1

Alice de Montclair estaba acostumbrada a los escenarios, a los focos que iluminaban su figura delgada y ágil mientras bailaba con gracia y destreza. Sin embargo, detrás de la perfección que veía el público, había una vida de sombras, un corsé invisible que la mantenía encajada en un papel que nunca había elegido.

La familia de Alice, una de las más influyentes y acaudaladas de Londres, no la veía como una joven con sueños y deseos propios, sino como una inversión, un activo. Su belleza y su talento en el ballet eran las herramientas que aseguraban el linaje y el estatus de los Montclair en la alta sociedad. A los 18 años, Alice ya había recibido más cumplidos sobre su arte que caricias de afecto genuino. Su madre, Lady Margaret, la trataba como una extensión de su propio ego, siempre recordándole que el apellido Montclair solo podría mantenerse fuerte si ella continuaba con su carrera en el ballet.

Pero Alice tenía otros sueños. Sueños que nunca podría compartir en voz alta. En silencio, anhelaba escapar, encontrar un rincón del mundo donde no estuviera definida por el peso de su apellido ni por la obligación de ser la niña perfecta de la familia.

Todo cambió cuando conoció a Edward Blackwood.

Edward era un hombre alto, de ojos oscuros que parecían ocultar secretos. Tenía 26 años, una edad avanzada para un instructor de ballet, pero su técnica era impecable. A diferencia de los otros hombres que Alice había conocido, Edward no la veía como una joya que pulir ni como una pieza de un juego de ajedrez social. Lo primero que notó sobre él fue la forma en que la miraba: no con el interés superficial que sus padres solían mostrarle, sino con una mezcla de respeto y admiración por su habilidad en el escenario.

La primera clase con él fue una mezcla de tensión y energía contenida. Alice nunca había sentido que alguien entendiera tan bien sus movimientos, sus gestos. El toque de sus manos, firmes pero suaves, mientras corregía su postura, hacía que su corazón latiera más rápido de lo que le gustaría admitir. A lo largo de las semanas, Edward se convirtió en algo más que su profesor. Se convirtió en la única persona en la que Alice podía confiar, en la única persona que no la veía como una marioneta.

La primera vez que Alice y Edward cruzaron esa línea, fue sin palabras, solo con miradas y gestos que sabían lo que el otro necesitaba. La noche había sido interminable, cargada de una tensión palpable que se transformó en pasión desenfrenada cuando finalmente cedieron. En ese instante, todo lo demás desapareció: el peso de su apellido, las expectativas de su familia, el destino que le habían trazado. Solo existían ellos dos.

Alice se despertó al amanecer, los rayos de sol filtrándose por las cortinas del pequeño estudio de danza de Edward, donde habían encontrado un refugio en medio de la tormenta. Su cuerpo descansaba entrelazado al de él, el latido de su corazón resonando en sus oídos. Nunca se había sentido tan viva, tan libre. Y, a la vez, tan aterrada. Pero ahora sabía lo que tenía que hacer. No podía seguir siendo la niña perfecta, la muñeca de cristal que su familia quería que fuera.

Edward se despertó lentamente, como si también supiera que el mundo había cambiado para siempre entre ellos. Sin decir una palabra, la miró, y en sus ojos había una decisión que reflejaba la misma angustia y deseo que Alice sentía. La idea de huir juntos comenzó a formarse en sus mentes esa misma mañana, sin necesidad de hablar demasiado. Era el único escape posible.



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En el texto hay: romance prohibido, amor, romanace

Editado: 06.03.2025

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