—Te amo —dije acercándome a ella.
—No tanto como yo —respondió segundos antes de besarme.
Ese fue el mejor momento de mi vida, y el último que pasaríamos juntos. Ya han transcurrido más de seis meses y todos creen algo distinto. Gracias a una ola de desapariciones que ha azotado la ciudad, unos piensan que fue secuestrada y sus captores decidieron asesinarla, otros que se suicidó en el bosque y nadie pudo encontrar el cuerpo, e incluso hay quienes van más allá, y dicen que decidió escapar con alguien...
Despierto con el cuerpo adolorido, y me doy cuenta de que he vuelto soñar con ella. De hecho, desde aquel día no dejo de darle vueltas al asunto, aunque dejando eso de lado, esto no parece ser mi cuarto ni ningún otro sitio conocido. Está completamente oscuro, no hay ventanas, y por lo que puedo ver, la única forma de llegar a la salida es subiendo unas largas e interminables escaleras. Intento ponerme de pie, pero al apoyar las manos en el suelo, caigo de bruces y todo se desvanece...
Siento cómo alguien me observa y, asustado, abro los ojos. Logro ponerme boca arriba para barrer todo el recinto con la mirada, y según lo poco que puedo ver, estoy completamente solo. Dejo salir un pesado suspiro, y trato de recordar cómo demonios llegué hasta acá.
—¿Estás bien? Creí que nunca te volvería a ver —su voz aterciopelada interrumpe mis pensamientos y, al girarme, simplemente no lo puedo creer.
—¿Alice, eres tú? —pregunto incrédulo, y como siempre, ella se limita a sonreír.
Recorro todo su cuerpo con la mirada, y una vez más puedo apreciar su larga cabellera castaña, sus expresiones faciales, sus brillantes ojos verdes...
De repente, me hace una seña para que guarde silencio, y antes de que pueda preguntarle el motivo, escucho los pasos de alguien en las escaleras. Me quedo callado, y después de varios segundos, veo cómo una silueta camina hacia mí. A medida que se va acercando, noto que se trataba de un hombre. Este es alto y delgado, con marcados rasgos asiáticos y su lacia cabellera le cubre la mitad del rostro. Viste con un mono de trabajo verde que, a simple vista, se nota que está manchado de sangre.
—Vaya, ya despertaste.
—¿Quién es usted? —pregunto, mirándolo de arriba abajo.
—Lo sabrás cuando llegue tu turno —responde mientras se lamía los dedos—. Por ahora limítate a disfrutar de la soledad, pronto no podrás hacerlo.
—Un segundo, ¿a qué se refiere?
—Veo que no lo entiendes, chiquillo —niega con la cabeza—. Olvídalo, no vale la pena desperdiciar mi valioso tiempo en ti —agrega, y acto seguido, se va por dónde vino.
Despierto con el estómago rugiendo y un fuerte dolor de cabeza. No sé cuánto tiempo llevo aquí, pero parece ser una eternidad. Mi captor no ha vuelto a aparecer desde aquella vez, así que supongo que me dejará morir de hambre... Pensando en esto, escucho cómo se abre la puerta del lugar y, acto seguido, veo al asiático acercándose a mí. Esta vez viste un mono de trabajo blanco, y advierto que en su mano izquierda trae un enorme cuchillo. Comienza a acortar la distancia entre nosotros, e inmediatamente puedo ver lo que está tramando.
—Ha llegado tu turno —una sonrisa cínica se manifiesta en su rostro, y siento cómo se me forma un nudo en el estómago.
—Por favor, debe haber algún malentendido... —retrocedo varios pasos.
—No tengas miedo, será un solo golpe —se lame los labios—. Después no sentirás absolutamente nada.
—¿Qué demonios...? —intento dar otro paso hacia atrás, pero una pared me lo impide. Estoy acorralado.
El sujeto suelta una carcajada y levanta su cuchillo para acabar conmigo. Tan rápido como puedo, le conecto un puñetazo en la nariz, e intento quitarle el arma. Sin embargo, antes de que pueda hacer algo, el asiático logra derribarme con una llave de Judo y coloca su pie sobre mi garganta.
—Buen intento —limpia la sangre que brota de su nariz—. Lástima que no haya servido para nada.
Vuelve a levantar el cuchillo, y esta vez sé que no tengo ningún escape. Cierro los ojos con fuerza y, resignado, espero el final...
—¡Corre! —me ordena la voz de Alice—. ¡Voy detrás de ti!
Reacciono y veo que mi captor está tendido en el suelo. Inmediatamente, me pongo de pie, corro hacia la salida del sótano, y cierro la puerta detrás de nosotros.
—¿Tienes alguna idea de cómo podemos salir de aquí? —pregunto dándole un vistazo rápido a todo el lugar.
—¡Por allá! —señala una puerta blanca con aspecto desgastado.
Sin pensarlo, corremos hacia ella, y somos conducidos a lo que parece ser el depósito de una carnicería. Varios ganchos cuelgan desde el techo y, a su vez, estos sostienen distintas piezas de carne. A los lados, puedo ver enormes congeladores que, a simple vista, se nota que están llenos a tope. Toda la cerámica tiene manchones de sangre, tanto seca, como reciente, así que tal vez haya habido acción por aquí...