Me desperté con el ruido de los pájaros en mi ventana. Había un pequeño nido en la rama del árbol, cercano a mi balcón. Tocaron la puerta dos veces y se abrió.
—Buenos días, señorita Alice— era Emily, mi dama de compañía, aunque más que eso, era mi amiga. Ella abrió las cortinas de par en par y luego; abrió mi armario.
— ¡Buenos días Emily! — exclame, baje de mi cama emocionada y me dirigí a su lado, me ayudo a quitarme mi pijama, que era suave y cálido— ¿Sabes qué día es mañana? — Era una pregunta capciosa, me ajusto un poco el corsé, no mucho pues no me gustaba usarlo –ni siquiera usar vestidos— y me ayudo con el vestido color cielo con blanco, que había elegido. Era mi favorito.
—Bueno, veamos... ¿Es día de tartas de manzanas?— pregunto acercándose al tocador, yo la seguí.
—No, no es ese día— me senté y ella empezó a peinar mi cabello.
— ¿Día de montar?— la miraba a través del espejo.
—Vamos Em, sé que sabes qué día es— ella me miro por el reflejo y yo levante ambas cejas.
—Está bien, ya sé que día es— bajo el peine tomo unos broches—. Es tu cumpleaños— sonrió.
—Si eso también, ¿pero no recuerdas?— ella expreso duda en su rostro.
— ¿Recordar que Alice?— volvió a tomar el peine. Me di vuelta hacia ella y dejo de peinarme.
—Podre abrir el regalo que me dejo papa— sonreí y ella; lo recordó.
— ¡Es cierto! Lo había olvidado.
Termino de peinarme, baje hacia la sala principal, donde solíamos junto con la tía Dorothy desayunar. Ella estaba ahí; sentada junto con su periódico.
—Buenos días, tía— me senté junto a ella.
—Buenos días, querida— sin sacar su vista de su lectura. Desayunamos, ninguna hablaba, eso era raro. Mi tía siempre acostumbraba hablar conmigo, preguntar cómo había dormido, y lo que se me ocurrió fue que estaba rara por el misterioso regalo, que me había dejado mi padre.
—Y bien... ya dilo— ella me miro pícaramente.
— ¿Decirte que?— pregunto, dejando su periódico de lado.
—Tú sabes que— levante ambas cejas hacia arriba, varias veces. Ella rio y tomo su té, casi al minuto y medio me dijo:
—Ni de broma, deberás esperar hasta mañana— yo me deje caer hacia tras—. ¿Creíste que te lo diría?
—Pero, tú sabes que es...— me reincorpore— ¿No es cierto?— ella solo me hizo señas de que no diría nada, yo me reí. Luego del desayuno salí hacia el jardín principal. No lo mencione pero, vivimos en una gran casa, bastante alejada de la ciudad. "Así nos mantendremos alejados de los chismes", aseguraba mi tía. Baje las escaleras y me dirigí al establo, ahí me encontré a Gilbert. Él era hijo del señor Diego, el encargado de los caballos. Teníamos casi la misma edad, él era un año menor.
—Buenos días, Gilbert— salude y él hizo un gesto igual.
—Buenos días— estaba alimentando los caballos— ¿Qué tal has amanecido hoy?
—De maravilla, ¿y tú?
—También de maravilla— él siguió con lo suyo y yo me dirigí al campo corriendo. El olor a tulipanes y césped me relajaban, me gustaba pasar horas y horas en el campo. Algunas veces con Gilbert, ambos hacíamos carreras cuesta abajo, rodando. La señorita Anna; que de señorita no tenía nada pues era una mujer cincuentona, mi institutriz, siempre alardeaba: "Eso no es de señoritas", "¿Acaso eres hombre?", "Mira tu vestido, una señorita no debe comportarse así". Mi tía siempre reía y la imitaba. Me recosté en el césped y cerré los ojos, sentí la brisa y el olor a naturaleza. Estaba emocionada, mañana descubriría que había dejado mi padre para esta fecha en particular.
— ¿Qué es eso?— recordé, en ese entonces tenía ocho años.
—Un objeto especial, mágico— respondió él, con la caja en manos, era una caja forrado de un color ocre, con un moño dorado y una etiqueta, donde se podía ver mi nombre: "ALICE".
— ¿Mágico?— repetí yo pensativo y él asintió. La caja, la tenía mi tía en un lugar secreto.
—Algún día, lo entenderás— afirmo él, mi padre siempre había sido un misterio. Mañana descubrirá que ocultaba la caja y porque mi padre lo consideraba mágico y especial. Mañana seria mi cumpleaños.
Me levante y me dirigí a la casa, eran las tres y media aproximadamente; por la posición del sol, un pequeño truco que mi padre me había enseñado, calcular la hora por la posición de sol. Baje la colina corriendo, el viento y el olor me pegaban en la cara.
Me hice camino hacia la casa, pensando e intentando adivinar que podría contener la caja. La caja, la caja. No dejaba de pensar en ¡La caja! En ese momento no tenía idea, de que esa caja, cambiaria no solo mi vida; sino mi mundo para siempre.