Alice y el Collar de Suller (saga #1)

Capítulo XVIII: El Valle de los Silencios

Habíamos caminado unas dos horas, si no me equivocaba. El Valle de los Silencios, es en donde vivan una raza de dragones, los más cercanos a las montañas del Jurian. Volveríamos antes del anochecer, si el tiempo estaba de nuestro lado. A Jack no le gustaba la idea de tener que robar un huevo de dragón, yo jamás había visto uno y me emocionaba la misión.

—Vas callada—me habla.

—Dijiste que te gustaba que fuera callada, ¿recuerdas?—le empujo el brazo.

—Sí, lo recuerdo—suspira—, solo era broma; ¿todo bien?

— ¡Claro!— digo con un ladeo de cabeza— ¿Por qué no lo estaría?

—Sólo preguntaba—musita en una pausa—. Ya estamos acercándonos al valle—me comunica. Yo asiento, los pies me matan. Deseo un baño y dormir, lo necesito. A veces extraño mi mundo, aunque me guste estar aquí. Sé que cuando todo acabe, debo volver y tendré que dar una explicación a todos sobre mi ausencia. A mi mente ha vendido una idea, tal vez mi tía sabía todo sobre el collar y no me lo dijo. ¿Por qué no lo hizo? Era lo más probable, ella siempre evitaba hablar del collar y no respondía mis preguntas. Esfumé mis pensamientos con un ladeo y continué con la vista al frente, concentrada.

Seguimos caminando un tramo más y bajamos una pendiente, hasta qué frente a nosotros, se expandía una obra de arte, un valle de color rojizo con pinceladas amarillentas. Los arboles eran frondosos; por el medio del paisaje bailaba un río brillante y transparente. Pero había algo de lo más insólito en este valle, todo estaba en silencio. No se oían las ramas de los grandes árboles chocar, el río no murmuraba, las criaturas, si es que las había; no producían sonido alguno y ni siquiera el zumbido del viento estaba presente. Los oídos me pitaban a causa de la ausencia del ruido. Jack me hizo señas de que empezáramos a caminar, le respondí con una inclinación de cabeza. Seguía sus pisadas, silencios y precisas. Ahora entendía porque se llamaba el Valle de los Silencios, todo estaba en calma. Observaba mi alrededor para ver si divisaba alguna criatura, pero no; lo único vivo éramos nosotros y el resto de la vegetación. El viento se sentía apenas, el río daba su recorrido en silencio. Esto me provocaba sueño.

—Ali...—me dice Jack, tan bajo que apenas lo oí. Giro mi cabeza para verlo y me señala un monte rocoso. Yo niego con un ceño y confusión, él se me acerca más— Ahí están los nidos—susurra.

—Entonces subamos— siseo con el mismo tono. Él asiente y empezamos a caminar hacia los nidos. Con cuidado y sigilosos. Jack va delante y yo sigo por detrás. Él observa detenidamente la montaña.

—Vamos a tener que escalar—musita y yo le echo una mirada al monte.

—De acuerdo, hagámoslo—suspiro y me acerco a las rocas. Jamás subí una montaña, por lo que me cuesta mantener la fuerza y el equilibrio. Me las arreglo para no atrasarme y sigo el paso de Jack. Miro hacia abajo y una especie de miedo me sube a la garganta, las manos me tiemblan y en un resbalón mi mano se zafa de donde me tenía prendida, estoy a punto de caerme, Jack me sostiene la mano apenas, y ahogo un grito de susto. Lo miro y su expresión es de espanto.

—Estuvo cerca...—musito muy bajo, respirando ferozmente. Vuelvo apoyar mi mano y tomo fuerza, de una vez empiezo a subir. Con dificultad, llegamos hasta arriba y nos dejamos caer con pereza. Jack me hace un gesto y damos una vuelta. Quedamos boca abajo con las manos apoyadas en el suelo, lo que vemos nos deja impresionados. Los nidos son de un tamaño gigante, están hechos de un material que a la vista parece suave.

—Espera—me dice Jack al oído, yo asiento. Él se levanta cuidadosamente y saca su espada observando su alrededor en una postura encorvada. Baja la cabeza y niega, lo que quiere decir que no hay moros en la costa. Me levanto y sacudo el césped, le hago un gesto y nos acercamos al nido más cercano.

—No hay nada aquí—le susurro.

—Veamos los otros— me señala. Caminamos hasta los nidos siguientes, pero en ningún hay huevos. Jack se masajea el mentón, pensativo.

—No hay huevos, ¿Qué hacemos ahora? —me apoyo contra uno de los nidos.

—Tiene que a ver en alguno, aún es temporada de apareamiento. Sigamos buscando—hace un gesto. Yo suspiro y continuo. Revisamos unos cuantos nidos más, pero solo hallamos cascaras rotas de diferentes colores y texturas, lo cual significaba que ya habían nacido. Vacile mirando a mi alrededor, me concentre en un nido que estaba en la punta. Podía ver que en el, si había algo. Sin dudar, me acerque silenciosa hasta allí. Me agache ya que, podía yacer un dragón pequeño adentro. Asomé mis ojos y pude apreciar que había huevos, tuve ganas de gritar de la emoción.

—¡Jack! — exclamo con un tono algo silencioso. No me escucha. Miro alrededor y tomo una piedra, la suelto de inmediato. Esta caliente, me quemo la mano. Insulto por debajo y la vuelvo a tomar, con rapidez y algo de puntería se la arrojo a Jack. Le pega el hombro y produce un sonido al chocar con la armadura. Carajo, que tonta. Él me mira y nos quedamos quietos, no pasa nada; así que se me acerca trotando.

—¿Encontraste alguno? —asiento y le señalo el nido, ambos nos asomamos. Hay cuatro, son amarillos, transparentes y brillantes. Son fascinantes, rozo mi dedo por uno; se siente áspero y frio.

—Tomemos uno y larguémonos, antes que venga su madre—le susurro a Jack. Asiente y toma uno. Miro con algo de tristeza el huevo, su destino es atroz. El Jurian se lo va comer y no podrá volar libre como los demás. Es un sacrificio algo doloroso, pero es por Jimmy.

—Oye, le quedan tres—apoya su mano en mi hombro, yo asiento sonriendo.

—Andando—le señalo y empezamos a andar.

Con dificultad atravesamos los nidos y llegamos a la orilla. Jack me da el huevo y baja primero, esta helado. Se lo paso y me uno a él, empezamos a descender y al instante un viento empieza a bailar y el sonido regresa, alejándome del pitido que ya estaba acostumbrada a oír. Mire a Jack con nervios, él me hace un gesto y lo entiendo al instante. Los dragones se dieron cuenta que le quitamos un huevo, mi corazón late con rapidez, comenzamos a bajar más rápido. Un rugido feroz se oye a la distancia. Carajo, carajo. Aún nos falta la mitad por bajar, agitadamente y con las fuerzas que me quedan me apresuro. Más rugidos se oyen, aproximándose. No me quiero imaginar una mama dragón, enojada porque le robamos a su cría. Miro hacia abajo y el suelo está a medio metro de nosotros, doy un salto y lo hago mal. El pie se me tuerce y me produce un dolor intenso, no vacilo y me levanto. Jack me arroja el huevo y salta. Empezamos a correr, yo lentamente debido al estúpido salto que hice. Jack se detiene.




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