El arduo y oscuro suelo levantaba un polvo negruzco al caminar. Estampaba mis pies cautelosamente con la espalda encorvada y la intención de no hacer el más mínimo ruido o pisar algo que lo provocara. Luchaba por no soltar mi respiración por la boca, pero se me hacía casi imposible. Estaba agitada, ansiosa y aterrada. Me detuvo cerca de la entrada dónde yacían tres criaturas con las mismas facciones y aspecto de Amín, quienes al percatarse de los dos puntos negros que venían caminando a lo lejos, se pusieron alerta. Cuanto más se acercaban, más mi corazón se aceleraba y en cualquier momento saldría por mi garganta.
Pose mis ojos en Jack, o mejor dicho yo. Era una copia de mi misma, la forma de la cara, los ojos azules y el cabello claro que se asimilaba al color del heno. Tenía la cicatriz en la frente y mejilla, simplemente cualquiera podía caer en que era yo. Lo observe a detalle, me observe. Mis muñecas eran escuálidas al igual que todo mi cuerpo, la piel blanca como una capa de nieve fría y esa expresión tan egocéntrica que tenía.
Egocéntrica.
Eso era, una maldita egocéntrica por dejar que él, arriesgara su vida fingiendo ser yo.
Esto lo debía hacer yo, enfrentarme a todos los que me querían muerta. Todos los que me querían ver en un charco de aceite, con las alas pesadas y agonizando. Muriendo. Dejando de respirar.
— ¡Deténganse!—brama uno de ellos con la voz rasposa.
Jack y Amín están a unos diez metros. Como toda una prisionera, tengo las manos atadas en una cuerda. La expresión aterrada y enfadada, definitivamente me veía horrible con esa apariencia.
— ¡Eh!—se sobresalta el tercero—Es Rosmé, ¿Dónde te metiste?—le gruñe.
— ¿Con quién estas Rosmé?—carraspea el primero llevándose una especie de pitillo a la boca.
Jack mira hacia Amín. El silencio invade la escena y aprieto los dientes por el miedo a que todo se valla al carajo.
—Eh, yo...—tartamudea Amín con su voz grave— ¡Tengo a la portadora!—brama y su voz esta vez es lastimosa y destaco que está fingiéndola.
— ¡¿A la portadora, dices?!—grita el del pitillo con los ojos bien abiertos.
— ¡En carne y hueso!—brama él y empuja a Jack, provocando que se caiga de rodillas.
Las criaturas se acercan volando hacia ellos con euforia y Jack gira su cabeza buscándome.
En ese momento, es mi entrada.
Miro hacia el lugar dónde yacían los guardias, y suspiro entrecortadamente. Me paso las manos por la cara y el cabello. Estoy temblando.
—Bien Alice—jadeo—. Tú puedes, eres una guerrera—me animo— ¿Eres una guerra?—siento esas palabras como un eco y después de un silencio corto, respondo: —Sí, eres una maldita guerrera—. Con una última bocanada de aire, me coloco la capucha y empiezo a dirigirme hacia el arco en ruinas, que daba entrada a la ciudad.
Los guardias están hablando con Amín y ruego que no se volteen, porque si me ven, todo se ira al carajo. Uno de ellos toma a Jack por los cabellos y se le acerca para observarlo. Me detengo en seco, con ganas de atravesarle mi espada. Amín me mira y sus ojos me pronuncian: No te detengas.
Les doy una última mirada y aliento. Atravieso con el corazón en la garganta el arco que amenaza con caer. Para mi sorpresa, no hay una sola alma en las calles de Oscuridad.
Todo el ambiente está apagado. Las casas están en un estado deteriorado, techo de paja quemada y piedra desgastada. Miro hacia el final de la calle y una boca de lobo se presenta. El aura es pesada, oscura y triste. El viento es mi única compañía. Y las voces que me susurran necedades. Dejo de vacilar y comienzo a caminar pegándome a las paredes para no ser notada.
No se oye nada. Ni un grito, jadeo o suspiro. Nada. Todo parece estar muerto.
Entre más avanzó por el pueblo mortecino, una niebla se expande. Lo que hace la escena mucho más tétrica. Me salgo de lado de las paredes y camino dispuesta hacia el centro. Después de todo, ni una sola alma se me ha cruzado. Aun así, no bajo la guardia, podrían estar observándome. La mandíbula me tiembla y la respiración se me dificulta.
Me detengo en seco, cuando una figura viene caminando hacia mí. Me aferro a mi capucha y le doy la espalda, fingiendo irme por otro camino. Miro sobre mi hombro y no hay nadie. Suspiro aliviadamente. Estudio mí alrededor con precaución, todo está en un silencio profundo.
—Bien, comencemos—me susurro. Saco el collar de Alied, de debajo de mi camisa y suspiro, cerrando los ojos.
Déjanos salir, déjanos salir.
Las voces me hablan al oído entre jadeos. Las ignoro y me concentro con detenimiento.
—Llévame con Jimmy, quiero ir con él, te ordeno que me guíes—le musito al collar y al instante, una figura escuálida y brillante, sale con arcadas del mismo y se coloca frente a mí. Intento descifrar quien es pero no hay rostro alguno. Está en dirección hacia mí, como si esperara algo, como si esperara que yo la siguiera. Trago grueso y comienzo a caminar hacia su posición. Esta vacila unos segundos y con zancadas se empieza a perder entre la niebla. Con dificultad logro divisar la luz que emana y la persigo. Cruzamos un callejón demasiado oscuro y que parecía no tener fin. Una verdadera boca de lobo.
A medida que lo sigo, más niebla y oscuridad se mezclan conmigo, provocando que la única luz que haya sea la que sale de la figura. Toso ligeramente con la garganta rasposa y sin ver, chocó con una columna de piedra. Apoyo mi mano sobre el hombro y alzo la vista, la figura esta quieta, esperándome. Doy un suspiro y me echo andar más rápido hasta alcanzarla. Me detengo a su lado, no se mueve, no respira, no hace nada.
— ¿A dónde ahora?—le musito con un ceño. Se gira hacia mí, vuelve al frente y mira hacia arriba. Yo entrecierro los ojos y la imito.
A lo lejos y apenas, diviso unas banderas moradas flameando en la punta de lo que parece ser una torre. Al instante me doy cuenta en frente de lo que estoy.