—Papá, ¿crees que algún día vuele alto como los pájaros?—extendí mis brazos.
—Tú volaras más alto que los pájaros, Ali—me sonrío.
— ¡Tan alto hasta tocar las estrellas!—grite.
En ese momento, en el que estas sufriendo y sólo quieres que termine. Me sentía pesada. Mi cuerpo temblaba. Aunque me acostumbre al dolor, la agonía era horrible, profunda.
Alice.
Alice.
Alice. Despierta.
Las voces me zumbaban en la cabeza, pero yo no podía volver, no lo conseguía. El sufrimiento al que me había sometido era inimaginable.
Ella te va matar...
Tú no le debes nada a este mundo.
Eres demasiado débil...
Tienes un corazón demasiado vulnerable.
Eres una niña.
Mis ojos sólo veían oscuridad. No podía moverme. Estaba quieta, tirada en ese charco de sangre. Con el brazo partido a la mitad, ahogándome en el dolor.
Alice. Por favor, Alice.
Volvió a sisearme la voz.
Los susurros me cantaban en el oído. Esas voces a las que temía una gran parte de mí.
Alice.
Alice...
— ¡Alice!
Lissard.
Su cara cubierta de sangre, con el labio roto y un rasguño atravesando su nariz.
—Liss... ard—susurre.
Ella miro a su derecha y luego hacia mí.
—Mátame, por favor—le suplique.
—No, no—trago saliva.
—Por favor, Lissard, no aguanto—mi voz estaba ronca.
—No puedo matarte, porque tú eres la Princesa de la Paz—acaricio mi cabeza.
—Estoy...—el llanto me dificultaba hablar—sufriendo, mátame.
—Eso se va acabar—me susurro y miro con rapidez a su derecha para sacar de entre sus manos una piedra.
Una piedra amarilla, azul, morada y roja.
Alice. Alice. Alice.
Me cantaban.
— ¡Lissard!—grito como un demonio.
—Lo siento, Alice, por todo—susurro y al mismo tiempo, me incrusto la piedra de colores en la frente.
El dolor que vino a continuación fue peor que el anterior. Sentí mi piel desgarrarse, abrirse agudamente para dejar entrar la piedra que se ató a mi frente.
Había luz, oscuridad, frío y calor.
Grite.
Y grite.
Una punzada me atravesó cuando ella me quito la espada atravesada en el brazo.
Me gire para ver. La sangre salía como una corriente que fluía hacia un acantilado. La materia que emanaba la piedra se transformó en una cinta brillante, detalles que treparon a través de mi brazo y lo sentí. El momento exacto en el que mi hueso se unió al otro, formando mi brazo otra vez. Como la carne se me unió, pero no sentí dolor sino paz. Ese vacío que yo había tenido se fue, dejando paz.
Ahí, en ese instante. Volví. Estaba muriendo y volví a vivir.
Levante la vista despacio pensando que podía sentir algún dolor con los movimientos bruscos pero no. Moví mi brazo despacio y este no dolió.
Ella estaba ahí. Mirándome con los labios manchados de sangre, el pelo en la cara una expresión endemoniada. Me levante en un tambaleo.
Lissard. Estaba tirada en el suelo, agonizando de la misma forma en la que yo lo había hecho. Pero la espada estaba atravesando su pecho.
Las voces me hablaban y cantaban. Todas al mismo tiempo.
—Yo no te tengo miedo—le brame—. Ya no.
Comencé a caminar hacia ella, levante la espada del suelo. El sol brillaba en lo alto pero apenas visible debido a lo nublado que se había vuelto el día.
Me detuve a un metro.
—Tú...
No la deje hablar, no le deje decirme lo que tenía.
Le atravesé la espada por el cuello. Sus ojos se volvieron negros al igual que su cuerpo entero. No grito. Tembló y yo supe, supe que ella sabía que la mataría. Pero en gran parte, lo hizo porque sabía que siempre estaría conmigo, porque la piedra que tenía clavada en la frente eran los collares. Y ella estaba allí.
Cuando su cuerpo se volvió cenizas, una ondeada de poder surco Blidder y todas las criaturas que flotaban en el aire o caminaban por la tierra se desvanecieron, desaparecieron. La espada cayó a mis pies.
Escuche una risa, su risa.
Desde ese momento supe que siempre estaría conmigo, atormentándome pero eso sólo pasaría, sí yo me aferraba a ella.
Me gire hacia Lissard, estaba viva, sufriendo, muriendo.
—Lissard—corrí hasta arrodillarme ante ella.
—Alice—de su boca salía sangre.
—Tranquila, todo va estar bien—le sonreí.
—Perdón...—lloró—Lo siento mucho... por todo lo que hice—miro hacia arriba.
—Está bien—acaricie su mejilla—. Todo va estar bien, lo prometo.
—Yo...
—No, no hables—le siseé—. Mira el cielo—alcé mi vista—, ¿sabes lo que son los pájaros?
—Pájaros—pronuncio.
—Son grandes animales con alas llenas de plumas—susurre—. Surcan el cielo, lo atraviesan volando—sonreí.
—Cómo dragones...—suspiro.
—Sí, como dragones que vuelan libres...—la mire.
Sus ojos estaban abiertos al igual que su boca. Con la vista hacia arriba.
Suspire tragando las lágrimas.
—Lo siento, Lissard—me acurruque sobre su mano entre los sollozos—. Perdón.
Pasaron unos minutos y una oleada de viento cálido me acarició. Me separe de su mano que estaba fría. Cerré sus ojos y entre jadeos le quite la espada del pecho.
Levante la vista. A mi alrededor, los soldados. Todos los soldados que habían estado entre las jaulas.
Jimmy.
Amín.
Jack.
Onur, su fantasma.
Al verme, todos se inclinaron.
Todo Blidder se inclinó ante mí.
Y por primera vez no me sentí como una extraña, sino que me sentí en casa. Dónde pertenecía, dónde yo elegía estar.
Mire a Jack, Amín y Jimmy y con lágrimas corrí hacía ellos.
Mis amigos. Mi familia. Mi hogar.