Alicia

ES MI PROPIA INVENCION"

La Reina blanca dio un profundo suspiro y recostó la cabeza sobre el hombro de Alicia. --
Tengo tanto sueño --gimió.
--iEstá cansada, pobrecita ella! --Se compadeció la Reina roja--. Alísale el pelo..., préstale
tu gorro de dormir..., y arríllala con una buena canción de cuna.
--No llevo gorro de dormir que prestarle --dijo Alicia intentando obedecer la primera de sus
indicaciones-- y tampoco sé ninguna buena canción de cuna con qué arrullarla.
--Lo tendré que hacer yo, entonces --dijo la Reina roja y empezó:
Duérmete mi Reina
sobre el regazo de tu Alicia.
Has que esté lista la merienda
tendremos tiempo para una siesta.
Y cuando se acabe la fiesta
nos iremos todas a bailar:
La Reina blanca, y la Reina roja,
Alicia y todas las demás.
--Y ahora que ya sabes la letra --añadió recostando la cabeza sobre el otro hombro de
Alicia-- no tienes más que cantármela a mí; que también me está entrando el sueño--. Un
momento después, ambas reinas se quedaron completamente dormidas, roncando
sonoramente.
--Y ahora, ¿qué hago? --exclamó Alicia, mirando a uno y a otro lado, llena de perplejidad a
medida que primero una redonda cabeza y luego la otra rodaban desde su hombro y caían
sobre su regazo como un pesado bulto.
--¡No creo que nunca haya sucedido antes que una tuviera que ocuparse de dos reinas
dormidas a la vez! ¡No, no, de ninguna manera, nunca en toda la historia de Inglaterra! ...
Bueno, eso ya sé que nunca ha podido ser porque nunca ha habido dos reinas a la vez. ¡A
despertar pesadas! --continuó diciendo con franca impaciencia; pero por toda respuesta no
recibió más que unos amables ronquidos.
Los ronquidos se fueron haciendo cada minuto más distintos y empezaron a sonar más bien
como una canción: por último Alicia creyó incluso que podía percibir hasta la letra y se
puso a escuchar con tanta atención que cuando las dos grandes cabezas se desvanecieron
súbitamente de su regazo apenas si se dio cuenta.Se encontró frente al arco de una puerta sobre la que estaba escrito «REINA ALICIA», en
grandes caracteres; y a cada lado del arco se veía el puño de una campanilla: bajo una de
ellas estaba escrito «Campanilla de visitas» y bajo el otro «Campanilla de servicio».
--Esperaré a que termine la canción --pensó Alicia-- y luego sonaré la campanilla de...,
de..., ¿pero cual de las dos? --continuó muy desconcertada por ambos carteles-. No soy una
visita y tampoco soy del servicio. En realidad lo que pasa es que debiera de haber otro que
dijera «Campanilla de la reina»...
Justo entonces la puerta se entreabrió un poco y una criatura con un largo pico asomó la
cabeza un instante, sólo para decir: --¡No se admite a nadie hasta la semana después de la
próxima! --y desapareció luego dando un portazo.
Durante largo rato Alicia estuvo aporreando la puerta y sonando ambas campanillas, pero
en vano. Por último, una vieja rana que estaba sentada bajo un árbol, se puso en pie y se
acercó lentamente, renqueando, hacia donde estaba. Llevaba un traje de brillante amarillo y
se habia calzado unas botas enormes.
--Y ahora, ¿qué pasa? --le preguntó la rana con voz aguardentosa.
Alicia se volvió dispuesta a quejarse de todo el mundo.
--¿Dónde está el criado que debe responder a la puerta? --empezó a rezongar enojada.
--¿Qué puerta? --preguntó lentamente la rana.
Alicia dio una patada de rabia en el suelo: le irritaba la manera en que la rana arrastraba las
palabras. --¡Esta puerta, pues claro!
La rana contempló la puerta durante un minuto con sus grandes e inexpresivos ojos; luego
se acercó y la estuvo frotando un poco con el pulgar como para ver si se le estaba
desprendiendo la pintura; entonces miró a Alicia.
--¿Re'ponder a la puerta? --dijo--. ¿Y qué e' lo que la ha estao preguntando? --Estaba tan
ronca que Alicia apenas si podía oír lo que decía.
No sé qué es lo que quiere decir --dijo.
--,Ahí va! ¿y no le e'toy halando en cri'tiano? --replicó la rana-- ¿o e' que se ha quedao
sorda? ¿Qué e' lo que la ha e'tao preguntando?
--¡Nada! --respondió Alicia impacientemente--. ¡La he estado aporreando!
--Ezo e'tá muy mal..., ezo e'tá muy mal... --masculló la rana--. Ahora se no' ha enfadao. --
Entonces se acercó a la puerta y le propinó una fuerte patada con uno de sus grandes pies-.U'té, ándele y déjela en paz --jadeó mientras cojeaba de vuelta hacia su árbol-- y ya verá
como ella la deja en paz a u'té.
En este momento, la puerta se abrió de par en par y se oyó una voz que cantaba
estridentemente:
Al mundo del espejo Alicia le decía:
¡En la mano llevo el cetro y
sobre la cabeza la corona!
¡Vengan a mí las criaturas del espejo,
sean ellas las que fueren!
¡Vengan y coman todas conmigo,
con la Reina roja y la Reina blanca!
Y cientos de voces se unieron entonces coreando:
¡llenad las copas hasta rebosar!
¡Adornad las mesas de botones y salvado!
¡Poned, gatos en el café y ratones en el té!
¡Y libemos por la Reina Alicia,
no menos de treinta veces tres!
Siguió luego un confuso barullo de «vivas» y de brindis y Alicia pensó: --Treinta veces tres
son noventa, ¿me pregunto si alguien estará contando? --Al minuto siguiente volvió a reinar
el mayor silencio y la misma estridente voz de antes empezó a cantar una estrofa más:
¡Oh criaturas del espejo,
clamó Alicia. Venid y acercaros a mí!
¡Os honro con mi presencia
y os regalo con mi voz!
¡Qué alto privilegio os concedo
de cenar y merendar conmigo,
con la Reina roja y con la Reina blanca!
Otra vez corearon las voces:
¡llenemos las copas hasta rebosar,
con melazas y con tintas,
o con cualquier otro brebaje
igualmente agradable de beber!¡Mezclad la arena con la sidra
y la lana con el vino!
iY brindemos por la Reina Alicia
no menos de noventa veces nueve!
--iNoventa veces nueve! --repitió Alicia con desesperación--. iAsí no acabarán nunca! Será
mejor que entre ahora mismo de una vez --y en efecto entró; mas en el momento en que
apareció se produjo un silencio mortal.
Alicia miró nerviosamente a uno y otro lado de la mesa mientras avanzaba andando por la
gran sala; pudo ver que habia como unos cincuenta comensales, de todas clases: algunos
eran animales, otros pájaros y hasta se podían ver algunas flores. --Me alegro de que hayan
venido sin esperar a que los hubiera invitado --pensó-- pues desde luego yo no habría
sabido nunca a qué personas había que invitar.
Tres sillas formaban la cabecera de la mesa: la Reina roja y la Reina blanca habían ocupado
ya dos de ellas, pero la del centro permanecía vacía. En esa se fue a sentar Alicia, un poco
azarada por el silencio y deseando que alguien rompiese a hablar.
Por fin empezó la Reina roja: --Te has perdido la sopa y el pescado --dijo--. ¡Qué traigan el
asado! --Y los camareros pusieron una pierna de cordero delante de Alicia, que se la quedó
mirando un tanto asustada porque nunca se habia visto en la necesidad de trinchar un asado
en su vida.
--Pareces un tanto cohibida: permíteme que te presente a la pierna de cordero --le dijo la
Reina roja--: Alicia..., Cordero; Cordero..., Alicia. --La pierna de cordero se levantó en su
fuente y se inclinó ligeramente ante Alicia; y Alicia le devolvió la reverencia no sabiendo si
debía de sentirse asustada o divertida por todo esto.
--¿Me permiten que les ofrezca una tajada? --dijo tomando el cuchillo y el tenedor y
mirando a una y a otra reina.
--¡De ningún modo! --replicó la Reina roja muy firmemente--: Sería una falta de etiqueta
trinchar a alguien que nos acaba de ser presentado. ¡Qué se lleven el asado! --Y los
camareros se lo llevaron diligentemente, poniendo en su lugar un gran budín de ciruelas.
--Por favor, que no me presenten al budín --se apresuró a indicar Alicia-- o nos quedaremos
sin cenar. ¿Querrían que les sirviese un poquito?
Pero la Reina roja frunció el entrecejo y se limitó a gruñir severamente: --Budín..., Alicia;
Alicia..., Budín. ¡Que se lleven el budín! --Y los camareros se lo llevaron con tanta rapidez
que Alicia no tuvo tiempo ni de devolverle la reverencia.De todas formas, no veía por qué tenía que ser siempre la Reina roja la única en dar
órdenes; así que, a modo de experimento, dijo en voz bien alta: --¡Camarero! ¡Que traigan
de nuevo ese budín! --y ahí reapareció al momento, como por arte de magia. Era tan
enorme que Alicia no pudo evitar el sentirse un poco cohibida, lo mismo que le pasó con la
pierna de cordero. Sin embargo, haciendo un gran esfuerzo, logró sobreponerse, cortó un
buen trozo y se lo ofreció a la Reina roja.
--¡¡Qué impertinencia!! --exclamó el budín--. Me gustaría saber, ¿cómo te gustaría a ti que
te cortaran una tajada del costado! ¡Qué bruta!
Hablaba con una voz espesa y grasienta y Alicía se quedó sin respiración, mirándolo toda
pasmada.
--Dile algo, --recomendó la Reina roja--. Es ridículo dejar toda la conversación a cargo del
budín.
--¿Sabe usted? En el día de hoy me han recitado una gran cantidad de poemas --empezó
diciendo Alicia, un poco asustada al ver que en el momento en que abría los labios se
producia un silencio de muerte y que todos los ojos se fijaban en ella-- y me parece que hay
algo muy curioso..., que todos ellos tuvieron algo que ver con pescados. ¿Puede usted
decirme por qué gustan tanto los peces a todo el mundo de por aquí?
Le decía esto a la Reina roja, cuya respuesta se alejó un tanto del tema. --Respecto al
pescado --dijo muy lenta y solemnemente, acercando mucho la boca al oído de Alicia-- Su
Blanca Majestad sabe una adivinanza..., toda en rima..., y toda sobre peces... ¿Quieres que
te la recite?
--Su Roja Majestad es muy amable de sacarlo a colación --murmuró la Reina blanca al otro
oido de Alicia, arrullando como una paloma--. Me gustaría tanto hacerlo..., ¿no te importa?
--No faltaba más --concedió Alicia, con mucha educación.
La Reina blanca sonrió alegremente de lo contenta que se puso y acarició a Alicia en la
mejilla. Empezó entonces:
Primero, hay que pescar al pez;
Cosa fácil es: hasta un niño recién nacido
sabría hacerlo.
Luego, hay que comprar al pez;
Cosa fácil es: hasta con un penique
podría lograrlo.
Ahora, cocíname a ese pez;
Cosa fácil es: no nos llevará
ni tan siquiera un minuto.
Arréglamelo bien en una fuente:
pues vaya cosa: si ya estámetido en una.
Tráemelo acá, que voy a cenar;
Nada más fácil que ponerla
sobre la mesa
¡Destápame la fuente!
¡Ay! Esto sí que es difícil:
no puedo yo con ella.
Porgue se pega como si fuera con cola,
Porque sujeta la tapa de la fuente
mientras se recuesta en ella.
¿Qué es más fácil, pues,
descubrir la fuente o destapar la adivinanza?
--Tómate un minuto para pensarlo y adivina luego --le dijo la Reina roja--. Mientras tanto,
brindaremos a tu salud. ¡Viva la Reina Alicia! --chilló a todo pulmón y todos los invitados
se pusieron inmediatamente a beber..., pero, ¡de qué manera más extraña! Unos se
colocaban las copas sobre sus cabezas, como si se tratara del cono de un apagador,
bebiendo lo que les chorreaba por la cara... Otros voltearon las jarras y se bebían el vino
que corría por los ángulos de la mesa..., y tres de ellos (que parecían más bien canguros)
saltaron sobre la fuente del cordero asado y empezaron a tomarse la salsa a lametones: --
¡Como si fueran cerdos en su pocilga! --pensó Alicia.
--Deberías dar ahora las gracias con un discursito bien arreglado --dijo la Reina roja
dirigiéndose a Alicia con el entrecejo severamente fruncido.
--A nosotras nos toca apoyarte bien, ya sabes --le aseguró muy por lo bajo la Reina blanca a
Alicia, mientras ésta se levantaba para hacerlo, muy obedientemente, pero algo asustada.
--Muchas gracias --susurró Alicia respondiéndole-- pero me las puedo arreglar muy bien
sola.
--¡Eso sí que no puede ser! --pronunció la Reina roja con mucha determinación: así que
Alicia intentó someterse a sus esfuerzos del mejor grado posible.
(--¡Y lo que me apretujaban! --diría Alicia más tarde, cuando contaba a su hermana cómo
había transcurrido la fiesta--. ¡Cualquiera hubiera dicho que querian aplanarme del todo
entre las dos!)
La verdad es que le fue bastante difícil mantenerse en su sitio mientras pronunciaba su
discurso: las dos reinas la empujaban de tal manera, una de cada lado, que casi la
levantaban en volandas con sus empellones. --Me levanto para expresaros mi
agradecimiento... --empezó a decir Alicia; y de hecho se estaba levantando en el airealgunas pulgadas, mientras hablaba. Pero se agarró bien del borde de la mesa y consiguió
volver a su sitio a fuerza de tirones.
--¡Cuidado! ¡Agárrate bien! --chilló de pronto la Reina blanca, sujetando a Alicia por el
pelo con ambas manos--. ¡Que va a suceder algo!
Y entonces (como lo describiría Alicia más tarde) toda clase de cosas empezaron a suceder
en un instante: las velas crecieron hasta llegar al techo..., parecían un banco de juncos con
fuegos de artificio en la cabeza. En cuanto a las botellas, cada una se hizo con un par de
platos que se ajustaron apresuradamente al costado, a modo de alas, y de esta guisa, con
unos tenedores haciéndoles las veces de patas, comenzaron a revolotear en todas
direcciones. --¡Si hasta parecen pájaros! --logró pensar Alicia a pesar de la increíble
confusión que empezaba a invadirlo todo.
En este momento, Alicia oyó que alguien soltaba una carcajada aguardentosa a su lado y se
volvió para ver qué le podía estar sucediendo a la Reina blanca; pero en vez de la Reina lo
que estaba sentado a su lado era la pierna de cordero. --¡Aquí estoy! --gritó una voz desde
la marmita de la sopa y Alicia se volvió justo a tiempo para ver la cara ancha y bonachona
de la Reina blanca sonriéndole por un momento antes de desaparecer del todo dentro de la
sopa.
No había ni un momento que perder. Ya varios de los comensales se habían acomodado en
platos y fuentes, y el cucharón de la sopa avanzaba amenazadoramente por encima de la
mesa, hacia donde estaba Alicia, haciéndole gestos impacientes para que se apartara de su
camino.
--¡Esto no hay quien lo aguante! --gritó Alicia poniéndose en pie de un salto y agarrando el
mantel con ambas manos: un buen tirón y platos, fuentes, velas y comensales se
derrumbaron por el suelo, cayendo con estrépito y todos juntos en montón.
--¡Y en cuanto a ti! --continuó volviéndose furiosa hacia la Reina roja, a la que consideraba
culpable de todo este enredo...
Pero la Reina ya no estaba a su lado..., había menguado súbitamente hasta convertirse en
una pequena muñeca que estaba ahora sobre la mesa, correteando alegremente y dando
vueltas y más vueltas en pos de su propio mantón que volaba a sus espaldas.
En cualquier otro momento, Alicia se habría sorprendido al ver este cambio, pero estaba
demasiado excitada para que nada le sorprendiese ahora.
--¡En cuanto a ti! --repitió agarrando a la figurilla justo cuando ésta estaba saltando por
encima de una botella que había aterrizado sobre la mesa--. ¡Te voy a sacudir hasta que te
conviertas en un gatito! ¡Vaya que si lo voy a hacer!SACUDIENDO
Mientras hablaba, Alicia la retiró de la mesa y empezó a sacudirla hacia atrás y hacia
adelante con todas sus fuerzas.
La Reina roja no ofreció la menor resistencia: tan sólo ocurrió que su cara se fue
empequeñeciendo mientras que los ojos se le agrandaban y se le iban poniendo verdes; y
mientras Alicia continuaba sacudiéndola, seguía haciéndose más pequeña..., y más gorda...,
y más suave..., y más redonda..., y ...
DESPERTANDO
..., y..., ¡en realidad era un gatito, despúes de todo!
¿QUIEN LO SOÑO?
--Su Roja Majestad no debiera de ronronear tan fuertemente --dijo Alicia, frotándose los
ojos y dirigiéndose al gatito, respetuosamente pero con alguna severidad--. Me has
despertado y, ¡ay, lo que estaba soñando era tan bonito! Y has estado conmigo, gatito, todo
este tiempo, en el mundo del espejo, ¿lo sabías, querido?
Los gatitos tienen la costumbre, muy inconveniente (había dicho Alicia en alguna ocasión)
de ponerse siempre a ronronear les digas lo que les digas. --Si tan sólo ronronearan cuando
dicen «sí» y maullaran cuando dicen «no», o cualquier otra regla por el estilo --había dicho-
- lo que sea para poder conversar. ¡Pero no! ¿Cómo puede una hablar con una persona que
se empeña en decir siempre la misma cosa?
En esta ocasión el gatito sólo ronroneó y era imposible saber si estaba diciendo que «sí» o
que «no». Así que Alicia se puso a rebuscar por entre las figuras del ajedrez hasta que
encontró a la Reina roja; entonces se arrodilló sobre la alfombra delante de la chimenea y
colocó al gatito y a la Reina uno frente a la otra:
--¡Ahora dime, minino! --exclamó batiendo palmas--. ¡Confiesa que te convertiste en ésta!(--Pero no quería ni mirar a la figurilla --decía luego Alicia cuando se lo estaba contando
todo a su hermana. --Volvía la cabeza y pretendía que no la veía; pero parecía que estaba
algo avergonzado de sí mismo, así que creo que tuvo que ser él quien se convirtió en la
Reina roja.)
--¡Siéntate un poco más derecho! --le gritó Alicia riendo alegremente--. ¡A ver si haces una
reverencia mientras piensas qué es lo que vas a..., lo que vas a ronronear! Ya sabes que así
se gana tiempo. --Y lo levantó en brazos para darle un besito. --En honor de quien ha sido
una Reina roja.
--¡Copito de nieve! ¡Mi favorito! continuó mirando por encima del hombro y viendo al
gatito blanco, que se sometía aún con paciencia al meticuloso acicalamiento de su madre--.
¿Y cuándo, me pregunto, acabará Dina con su Blanca Majestad? Por eso será que estabas
tan desgreñada en mi sueño... ¡Pero Dina! ¿Te das cuenta de que estás fregoteando nada
menos que a una Reina Blanca? ¡Francamente, qué falta de respeto!
--¿Y en qué se habrá convertido Dina, me gustaría saber? --continuó parloteando Alicia
mientras se acostaba sobre el suelo, poniéndose cómoda, con un codo apoyado sobre la
alfombra y la barbilla descansando sobre una mano, para observar a los gatitos.
--Dime, Dina: ¿te transformaste en Humpty Dumpty? Pues yo creo que sí... Sin embargo,
será mejor que no se lo digas a tus amigos por ahora porque aún no estoy segura.
--A proposito, gatito; si de verdad estuviste conmigo en mi sueño, hay algo con lo que
desde luego lo habrías pasado muy bien..., toda esa cantidad de poemas que me recitaron y,
¡todos sobre peces! Mañana por la mañana te daré algo que te guste mucho: mientras te
comes el desayuno te recitaré La morsa y el carpintero, ¡para que puedas imaginarte que te
estás zampando unas ostras! Ahora, veamos, gatito: pensemos bien quién fue el que ha
soñado todo esto. Te estoy preguntando algo muy serio, querido mío, así que no debieras de
seguir ahí lamiéndote una patita de esa manera... ¡Como si Dina no te hubiera dado ya un
buen lavado esta manana! ¿Comprendes, gatito? Tuve que ser yo o tuvo que ser el Rey rojo,
a la fuerza. ¡Pues claro que él fue parte de mi sueño!..., pero también es verdad que yo fui
parte del suyo. ¿Fue de veras el Rey rojo, gatito? Tú eras su esposa, querido, de forma que
tú debieras de saberlo... ¡Ay gatito! ¡Ayúdame a decidirlo! Estoy segura de que tu patita
puede esperar a más tarde. Pero, el exasperante minino se hizo el sordo y empezó a lamerse
la otra.
¿Quién creéis vosotros que fue?



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En el texto hay: fantasia

Editado: 21.12.2022

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