―¡Vamos Dereck déjame ver!―Insistía la niña mientras tiraba del cuello de la camisa del hombre, intentando dejar al completo descubierto su pecho.
Dereck Moore era el chofer de la familia, había trabajado para Laura Wells por unos cuantos años. Era un joven de veinticuatro años de edad, atractivo, carácter serio y actitud silenciosa y pacífica. Muy maduro y responsable para su edad no tan madura; aunque dicha madurez y conciencia adulta podían reducirse a nulo al pasar tiempo con la niña que entonces se revoloteaba activa encima suyo. Más que un empleado era considerado parte de la familia, y Alissa siempre le vio desde la perspectiva de un hermano mayor, o por lo menos eso decía ella.
―Lissa, dije que no y se acabó―culminó el hombre frunciendo el ceño, e intentando arrancar a la niña de su traje; estaba adherida casi como por energía magnética.
―Cielo, Dereck te ha dicho que no, ya es suficiente ―agregó Laura mientras le observaba divertida, bajando por las escaleras con fuerte papeleo sobre sus manos.
Dereck la tomó de la cintura y la ubicó en frente de él, luego comenzó a sacudir las marcas polvorientas de los zapatos de la pequeña que habían quedado en su elegante traje negro. La ojiazul se cruzó de brazos, frunció el ceño y llenó sus mejillas de aire, fingiendo estar disgustada porque sus caprichos no habían sido complacidos. Acostumbraba a fingir inmadurez en esas situaciones, aunque en realidad su sensatez era muchísimo más elevada de lo que a su edad debía ser.
Esa mañana, Alissa iba a por un vaso de leche de chocolate al refrigerador, como casi todos los días. Al observar hacia la puerta trasera de la casa―que se encontraba convenientemente abierta―sus ojos fueron a parar en el torso desnudo del conductor, que deambulaba por el jardín trasero. Notó en su espalda y pecho diversas cicatrices, que entonces y como producto de su curiosidad, deseaba ver, pero que el castaño no pensaba mostrar bajo ninguna circunstancia.
―Dereck ve por sus cosas por favor, se hace tarde ―suplicó la adulta pelirroja. Con tono tranquilo y haciendo un mohín tierno, mientras analizaba una documentación entre sus manos ―, y tú chiquilla ―continuó hacia su hija―, no quiero numeritos ahora ―advirtió agachándose a la altura de la pecosa y frotando su nariz junto con la de ella.
* * *
―¿Vendrá papá por mí? ―atinó a preguntar Alissa con tono aburrido, sin apartar las vista del exterior. De los árboles que forraban lado y lado de la calle y la neblina que bailaba traviesa por todo sitio visible.
―Sí, hace meses que no le ves ―contestó el atractivo chofer al volante, pasando su vista momentáneamente por el retrovisor central.
Ella resopló componiendo una mueca de fastidio. La idea no le animaba demasiado, su padre había estado unos meses fuera del país y ella se sentía bien con eso. Para ser sincera consigo misma, poco aportaba el hombre en su vida y ella no sentía remordimiento alguno de pensarlo de esa forma.
―¿No quieres verle? ―cuestionó Dereck observándole nuevamente a través del espejo, por pocos segundos, y sin desviar su atención de la carretera. Aunque él conocía la respuesta, más quería escucharla.
―Johanna ―nombró Alissa sin mucho rodeo. Tenía la cabeza recargada del cristal y no daba una sola mirada hacia su acompañante.
―Eso pensé ―contestó gracioso―, pero creí haberte escuchado decir que las cosas entre ustedes dos estaban mejor o algo parecido ―juntó sus ambas cejas pobladas.
―Preferiría comer un montón de clavos y sentir como mi garganta se desgarra lentamente, a tener que pasar un día con esa completa zorra hipócrita ―disparó con desagrado, en cambio no cambió su tono de voz ni un instante.
―¡¿Alissa?! ―exclamó el chófer, abriendo sus grandes ojos miel mas de lo normal.
―Disculpa Dereck ―dijo la niña poniendo sus ojos en blanco ―. Quise decir que preferiría ingerir un montón de pequeños objetos metálicos de construcción, no comestibles, antes que tener que pasar un día con una mujer tan fácil ¿Así suena mejor para ti? ―comentó sarcástica, con una pequeña sonrisa macabra dibujada en su pecoso y tan pálido rostro.
Una carcajada salió de los labios del conductor, en un estruendoso e incontrolable estallido. Las mejillas blanquecinas de la niña en el asiento trasero se pintaron de un suave tono rosa.
―¿Dónde se supone que aprendiste a utilizar la palabra zorra? ―indagaba extrañado.
―En la tele ―confesó abriendo la puerta del automóvil al detenerse en la entrada. Lanzó un suspiro muy largo, su chofer seguía aún tras ella, con el auto encendido. ―, ¿De verdad debo entrar este lugar de tortura? ―inquirió de pié en la acera, observando con temor fingido el edificio color salmón pálido a sus espaldas.
―Efectivamente ―afirmó el castaño con tono burlón y asintiendo de forma remarcada con la cabeza―, buena suerte ―arrancó el auto y partió del lugar con prisa. Alissa le vio marcharse con los labios apretados, resignada, no tenía muchas opciones de donde elegir.
―¡Lissa! ―una voz temblorosa la hizo girarse.
―Tom ―nombró dando una inocente sonrisa al pequeño de ojos grises, que con una tierna mirada y hombros encogidos se acercaba a ella.
Se podría decir que Tommas Wallcot era el único amigo con el que la pelirroja podía contar. El niño más callado, tímido y por lo mismo, ignorado de su clase. Por lo general ella acostumbra a ser la segunda más ignorada, o tal vez no ignorada, sino más bien, evitada, por sus no tan cotidianas actitudes, de las cuales en realidad no estaba arrepentida. Los demás estudiantes preferían solo mantenerla lejos de su círculo social, lo que no le importaba en lo más mínimo.
Editado: 19.05.2020