Alissa

Capítulo XIV

 

 

        A Arthur le angustiaba demasiado la idea descabellada de dejarle sola en la casa, aunque solo sean unas pocas horas, a Alissa también le preocupaba esa idea; sus "amigos" habían estado demasiado inquietos últimamente, le preocupaba lo que pudiesen hacerle cometer; ella no tenía ninguna clase de control sobre ellos, en cambio ella era su marioneta preferida. Lo último que la niña escuchó en la casa fue el sonido del juego de llaves al cerrarse la puerta; oficialmente estaba sola en el departamento.

       Soltó todos los crayones de colores en el suelo y corrió para asomarse al balcón, Arthur le miraba desde la acera aun indeciso de si debería realmente ir y dejar a su "pequeño monstruo" en casa. Bajó la mirada preocupado mientras que Johanna Parks insistía en emprender la partida del lugar. Dio un enorme suspiro y se propuso a si mismo volver lo más pronto posible, tal vez la pelinegra tenía razón, tal vez no era demasiado grave dejarla sola unas cuantas horas, ya no era tan pequeña, y a todos sabia mostrar que era muy inteligente, tal vez demasiado; subió al automóvil, mientras más temprano comenzara todo, mas rápido regresaría a casa.

       La ojiazul comenzó a reflexionar un poco sobre su soledad, si antes estaba aburrida ahora lo estaba aún más, todo estaba en completo silencio, en cambio se podía escuchar de vez en cuando uno que otro auto pasar por allí y el sonido constante de las gotas que se acumulaban en el lavado de la cocina.

       Buscó en su pequeña maleta la caja que se había llevado de su casa, no paraba de mirarla, la abrió y disfrutó hacerlo. El sueño comenzó a apoderarse de ella poco a poco sus parpados se hacían pesados y su vista se empañaba, su respiración era cada vez más lenta, bostezó una cuantas veces hasta que se acomodó en el suelo y se quedó dormida, no sabía que estaba ocurriendo exactamente, por qué había sentido ese sueño tan profundo de pronto pero tampoco tenía como averiguarlo, no era la primera vez que le ocurría.

. . .

       ―¿Podrías dejar de hacer eso? ―inquirió molesta Johanna en forma de susurro. Arthur no dejaba de mirar su reloj cada tantos minutos, su corazón latía velozmente y mientras eso pasaba él meneaba su pierna de una forma casi inquietante.

       ―No tendría que hacerlo si la hubiésemos traído ―contestó furioso, susurrando igualmente.

       La celebración era más grande de lo esperado, toda la familia Parks se encontraba allí, o al menos gran parte de ella, Tessa jugaba con sus primos mientras que sus padres platicaban con el Sr & Sra Parks, habían vivido gran parte de su vida en Rusia por lo que desde que Johanna se había ido de casa no sabían sobre su vida personal. Planearon la cena para poder compartir con la familia luego de tantos años.

       ―Entonces... ¿Arthur, verdad? ―dijo el Sr. Ronald Parks integrando al castaño a la conversación.

       ―Si señor ―afirmó volviendo a la realidad en la que se encontraba, pero su angustia no desaparecía.

       ―Johanna me estuvo comentando que tienes una hija, de otro matrimonio ― el hombre no mayor de unos sesenta y cinco abrió una copa de champaña que decoraba dentro de un baldecito con hielos.

       ―Si, Alissa ―sacó su teléfono celular para mostrar algunas fotografías

       ―¡Dios mío! Pero si es una preciosidad de niña ―agregó la Sra. Parks introduciéndose en la plática. ― ¿Por qué no la has traído contigo? Me encantaría conocer a esa hermosura ―manifestó. Arthur lanzó una mirada a la pelinegra preguntándose lo mismo.

       ―Ella es un poco particular, decidió quedarse en casa ― contestó Johanna, antes de que el adulto pudiese decir algo.

       ―Pero en casa de su madre me imagino...

       ―Ehhh, sí, sí ―mintió la mujer a su madre; inmediatamente se puso de pie ―, Arthur ¿Por qué no vamos un rato a ver qué está haciendo Tess? ―propuso muy nerviosa, el hombre se puso de pie y ambos se dirigieron a la terraza.

       ―Johanna vámonos ya ―suplicó, la noche estaba por caer y mientras más oscuro era su alrededor mas temor crecía dentro de él. Empezaba a sentirme idiota por haber accedido al berrinche de su mujer, incluso sabiendo que la relación entre ambas era pésima y que Johanna podía llegar a comportarse como una miserable mocosa berrinchuda cuando la infante aparecía.

       ―Arthur, tu hija es inteligente, lo peor que puede pasar es que meta una lata al microondas, no tiene a quien lastimar si no estamos allí así que verá la televisión, comerá algo y eso es todo, para cuando lleguemos tal vez haya desorden pero no más que eso ―fingió creerse lo que ella misma decía, trató de que sonara lo más razonable posible para así calmar al adulto, pero ella también estaba asustada de lo que podía encontrar cuando volviese a su casa, aunque le relajaba saber que no podría hacerles daño a ninguno de ellos, y le importaba un comino que se hiciera daño a sí misma.

. . .

          Ya eran las diez treinta de la noche, la cena aún no terminaba pero Arthur estaba al límite, escapó del gentío por un momento para llamar a su departamento, pero aquel aparato ni siquiera emitió un solo sonido, lo que le hizo explotar. Ya era suficiente, ya no más, saldría de ese lugar a toda costa.

       ―Johanna es hora de irnos ―murmuró, la mujer se encontraba ahogada en risas justo a sus hermanos, le lanzó una mirada de muerte y se levantó, despidiéndose de todos antes de casi correr a la puerta.

       Rezaba, una plegaria tras otra, rogaba porque no haya pasado nada de importancia. En media hora ya se encontraban en la acera del edificio, el castaño salió sin siquiera cerrar la puerta del auto, subió deprisa las escaleras, la puerta se encontraba media abierta por lo que decidió entrar con lentitud al lugar, observando a todos lados.

       ―¡¿Y bueno?! ¿Vas a entrar o no? ―comentó la pelinegra enojada por lo anterior ocurrido; el hombre hizo señales para que ambas guardaran silencio. Todas las luces estaban apagadas la luz de la luna era lo único que brindaba al de iluminación en el salón.



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En el texto hay: detective, secretos, paranormal

Editado: 19.05.2020

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