Las clases de gimnasia no eran precisamente las favoritas de Alissa, principalmente por el horrible uniforme de polo blanco y licra negra que ella aseguraba le causaba picazón en la entrepierna y el sudor, no había una sensación más asquerosa e incómoda para ella que encontrarse sudorosa. El profesor Lombardo era un hombre de estatura fuera de lo normal, muy alto para ser más claros, fortachón y un tanto siniestro, hablaba muy lentamente y eso era algo que a Alissa le daba dolor de cabeza. Como todas las clases de esa asignatura Alissa fingió un estado de dolencia para escapar del lugar y decir que iría a la enfermería, todos sabían que solo se trataba de un engaño hacia el profesor, pero a nadie le interesaba en realidad si la niña se quedaba en el patio del colegio o no, los demás infantes rezaban porque no lo hiciera.
El maestro Lombardo no le permitió ir a la enfermería esa mañana, en cambio le dio el privilegio de mantenerse sentada en las gradas mirando a sus demás compañeros ejercitarse, la pelirroja se tomó la molestia de estudiar al hombre de arriba hacia abajo, como lo hacía siempre que tenía la oportunidad.
"Asqueroso" fue la primera palabra que le vino a la mente luego de unos siete minutos de estudio visual sobre el hombre, no era la primera vez que le veía lamerse el labio inferior cuando las chiquillas jugueteaban entretenidas delante de él, y tampoco era la primera vez que alguna de ellas tenía que irse del instituto repentinamente luego de que hayan tenido una charla con el hombre en privado, no era un secreto para nadie, pero las pruebas de que él tuviera algo que ver en esas cosas que se murmuraban por los pasillos hacia la cancha, las únicas evidencias eran las cosas que Alissa había visto con sus ojos, y ni sacándolos de sus cavidades podrían extraer la información que ella tenía. Para todos sus compañeros parecía un día de lo más normal, el sol brillaba con todas sus fuerzas y el viento movía los arboles a su antojo, murmullos de infantes por todos lados y unas cuantas risitas que se escapaban, como todos los días; pero esa ocasión era especial, al menos para Alissa.
Ese hombre perturbaba su tranquilidad, por el simple hecho de estar pisando el mismo suelo que ella pisaba, por respirar el mismo aire y por vivir en el mismo mundo, pero sabía disimularlo muy bien, como muchas otras cosas. Hacia un par de días la niña había escuchado mencionar la palabra "pederasta" entre el pasillo que conectaba la oficina del director con las escaleras del segundo piso, para sorpresa de su madre la niña no sabía lo que aquello quería decir, entonces y sin ningún pesar la mujer se sentó junto a su chiquilla delante del computador de su estudio, para luego de quiclear unas cuantas cosas y dejar a la niña leer en voz alta su definición. "La descripción exacta del profesor Lombardo" pensó ella.
Muchas ideas divertidas titilaban dentro de su cabecita, y se tardó unos varios días en lograr llegar a tomar una decisión, pero aun no era el momento, al menos no a esa hora de la mañana.
—Profesor, ¿Puedo ir al baño? —resultaba de lo mas inusual aquel comportamiento, la pelirroja no solía preguntar si podía hacer algo o no, solo lo hacía y listo, sin remordimientos ni culpas. Tambaleaba divertida su cabello rojizo rozándolo "accidentalmente" unas cuantas veces sobre el brazo del hombre, su pielcita pecosa de porcelana, sus grandes y azulados ojos y su sonrisita alegre hacían que al profesor de educación física le sudaran las manos y se le aguara la boca. Asintió mostrando poco interés, pero la ojiazul sabía leer miradas, al menos la mayor parte del tiempo.
Corrió inocente e indefensa de regreso a los confines del colegio y se sentó en un banquillo que decoraba fuera de la enfermería esperando el momento perfecto para llevar a cabo su excitante plan.
—¡¿Y qué van a hacer?! ¡¿Solo a dejarlo así?! ¿Cómo si mi hija no hubiera valido la pena? —se escuchaban los gritos femeninos venir desde la esquina de ese corredor, la pálida se levantó con tranquilidad y se aproximó a lo que escuchaba en la distancia.
—Señora por favor, no podemos hacer nada, no tenemos pruebas, ni evidencias, ni una pista, nada absolutamente, es como si se hubiera tratado de un fantasma —explicaba el hombre intentando contener a la señora Greaves quien lanzaba puñetazos al uniformado.
La mujer se dejó caer de rodillas al suelo y entre sollozos nombraba el nombre de su amada y única hija, el oficial no pudo hacer otra cosa que ayudarla a sentarse en uno de los bancos del pasillo y continuar su camino.
—¿Qué le pasa señora? —inquirió Alissa acercándose luego de que el policía desapareció de los alrededores.
La mujer levantó su rostro húmedo y rojizo para dar una mirada poco amigable a la chiquilla que con una sonrisa le observaba.
—Vete a otro lado niña —soltó la mujer de pelo rubio volviendo su cara hacia sus manos para intentar calmar sus lloriqueos.
—"Como si mi hija no hubiera valido la pena" —agregó la pecosa aun de pie frente a la mujer.
—¿Qué es lo que dices niña? —cuestionó con las cejas juntas, interesándose un poco en lo que la infante tenia para decir.
—Es lo que usted dijo antes —soltó
—¿Y qué? —la mujer parecía empezar a incomodarse por el hostigamiento de la chiquilla
—Que tiene razón, ella no valía la pena, mejor alíviese de que la basura está donde debe —la naturalidad con la que manifestó aquello fue casi aterradora.
La mujer se mantuvo en completo silencio, tratando de explicarse a sí misma lo que acababa de escuchar, en un abrir y cerrar de ojos se abalanzó sobre la infante y la jaloneó unas cuantas veces para terminar sobre ella en el suelo, sosteniendo de su frágil cuello e intentando cortar del todo su respiración.
Editado: 19.05.2020