XXII
Deprimente, deprimente era la palabra exacta con la que Alissa pudo describir inmediatamente el lugar que la rodeaba. Siempre sospechó que tarde o temprano terminaría en un lugar como ese, encerrada con la esperanza de que "pronto volvería a casa" pero sabiendo que no saldría de ahí nunca. No era un secreto para nadie que Arthur algún día se iba a deshacer de ella, pero sabía, o al menos tenía fe, de que su madre no iba a permitir que se quedara por mucho tiempo, jamás lo aceptaría, y era por eso que no había entrado en pánico ni un solo momento.
Aquel primer día en el centro psiquiátrico Whondervod no estaba muy lejos de de parecerse a su primer día en el jardín de niños; era normal que los pequeños entre cuatro a seis años gritaran desconsolados al ser dejados en ese lugar por sus progenitores, como si de una carnicería se tratara, y sí que era una carnicería, donde pasarían unos cuantos años de felicidad siendo alimentados con mentiras, sueños y metas que serían cortadas a sangre fría justo cuando pasaran al grado donde los niños empiezan a ser abusados, discriminados, clasificados y donde tendrían que aceptar el hecho de que no serían ni bailarinas, ni astronautas ni bomberos, sino unos asalariados mal pagados en una que otra empresa tercermundista. Donde las niñas aprenderían que no son "princesas" ni que son "las más bonitas de todas" y los niños aprenderían a que el más fuerte es el que manda y que el más pequeño está destinado a ser el almuerzo de los depredadores.
Pero ese día, varios años atrás, Alissa no se inmutó en lo absoluto. Recibió un beso de su madre y una caricia de su padre, para luego bajar del auto como si nada, dando saltitos y meneando una melena rojiza y muy ondulada que no pasaba mas allá de sus hombros, abrazada de una de sus muñecas y con una mochilita rosa colgándole en la espalda, pero lo único distinto era que esta vez no había beso mucho menos caricia, pero la sensación de soledad era la única que seguía vigente; Solo quedaba una cosa por comprobar, había probado más de mil veces que no encajaba en los normales, ahora debía averiguar si su lugar estaba entre los perdidos.
—Ay nena, perdóname —se disculpó una chica sin siquiera haber terminado de llegar a la puerta, no era muy alta, tenía una piel bronceada y los ojos verdes, su cabellera era negra y algo rizada, se recargó de la pared mientras recuperaba el aliento, a leguas se notaba que era de personalidad algo torpe , sus mejillas estaban coloradas, pero eso no quitaba el dulce lunar que decoraba junto a un hoyuelo que se componía cuando sonreía—, ¿Alissa verdad? —preguntó entre jadeos, la pelirroja la miró de arriba hacia abajo poco crítica y asintió—, que bien—sonrió—, yo soy Elise, Elise Upton, ¿Nuestros nombres no están muy lejos verdad? Eso significa que seremos buenas amigas —la niña se mantuvo en silencio antes los intentos herrados de sacarle alguna palabra de simpatía.
Elise suspiró mirándola con empatía—Bueno, vamos, ya te adaptarás —la pelinegra cerró la puerta con delicadeza y se encaminó a mostrarle todo a la chiquita que desinteresada le seguía; no veía la necesidad de aprender el recorrido, no se quedaría el tiempo suficiente para conocerlo todo, así que no importaba, lo mismo se repetía una y otra vez dentro de su cabeza.
El sitio era inmenso, al caminar por el paisillo se apreciaban desde los ventanales las demás partes del lugar, un enorme jardín y casi kilómetros de extensión con respecto al edificio. Cada construcción tenía una conexión interior con el otro edificio y con el otro y con el otro, dando paso así a todo un viaje de perdición entre paredes viejas y pasillos oscuros.
. . .
—Sí, estoy buscando a Laura Wells—un apretado nudo estaba casi cortando la respiración de Dereck Moore, unos varios mensajes de voz adornaban su teléfono de casa al llegar a su departamento, todos del hospital central donde le anunciaban que Laura Wells había sufrido un trágico accidente, no sabía si para su suerte i si para su desgracia.
La chica al otro lado del mostrador revisó el sistema frente al computador, asintió y le dio un papel con el número C-338, sin pensárselo mucho subió al ascensor y esperó llegar al tercer piso.
—Hey, disculpe, ¿Es la habitación de Laura Wells? —preguntó sudoroso a la joven enfermera que justo iba saliendo de la recamara marcada en el segmento de papel que le dieron en la recepción.
La chica se giró con rapidez y asintió.
—¿Cómo está ella? —preguntó preocupado el castaño.
—Actualmente se encuentra estable, gracias a la bolsa de aire no sufrió daños graves, más que unos rasguños, por otro lado el impacto complicó lo que es la gestación de su embarazo y se le tuvo que realizar una cesárea de emergencias —explicaba ella leyendo el papelerío que llevaba en las manos.
—¿Y la bebé? —abrió los ojos sorprendido
—Aun se encuentra con los doctores, por el momento no tengo información sobre ese caso —torció la comisura de sus labios.
—Entiendo —musitó él—, ¿Y puedo verla?
—Ahora mismo acabo de anestesiarla, estaba muy inquieta —explicaba—, posiblemente ya se encuentre dormida pero igualmente puede ver en qué estado se encuentra si así lo desea—dijo la joven
—Perfecto, entraré
Editado: 19.05.2020