XXVII
Ese día había terminado en un completo caos, toda la prensa había asistido, y no era para menos, un hombre de los medios había fallecido de una forma brutal. Riven Mikmaelsson era un hombre que estaba acostumbrado a tener las cosas bajo control, al menos casi siempre, pero parece que esta vez se le habían ido un poquito de las manos. Debido al escándalo que se había producido salieron a la luz todas esas cositas de su vida privada que por tanto tiempo había decidió ocultar hasta con su vida, entre ellas la existencia de su amante y la de su hija "anormal". La mujer había sido esposada y la niña había sido llevada en otra patrulla a la comisaria.
Alissa añoraba saber la versión de la historia, pero para su mala suerte y como una desagradable coincidencia había recibido un citatorio para un interrogatorio que supuestamente tenía pendiente hacía ya casi un mes, tal vez mas, tal vez menos, ya hacía tiempo que había perdido la noción del tiempo y casi ni le importaba.
. . .
Un cuarto no demasiado amplio con el aire acondicionado a temperatura muy baja, una mesita y una silla metálica, más un cristal oscuro por donde ella sabía que había personas mirándole con atención y vigilando cada uno de sus movimientos. Balanceaba los pies tranquila, más que interesada por lo que ocurría a su alrededor estaba ansiosa por regresar al centro psiquiátrico y descubrir que era lo que había pasado con Raven; aquella imagen no lograba salir de su cabeza, se repetía una y otra vez, recordándole muchas cosas de sí misma que creía se habían ido, pero que al verle allí con esa determinación y con esa sonrisa eufórica supo que seguían allí, y que Raven era como el reflejo de sí misma. Entonces empezó a creer que los monstruos también podían tener a sus almas gemelas.
—Buenos días —saludó cortésmente un hombre luego de empujar la puerta. Mason Frost había sido el policía que estuvo a cargo del caso de Alissa desde que empezaron a pasar las cosas extrañas la primera vez, pero había llegado a un punto en el que se había obsesionado con el asunto, rozando ligeramente con la línea que separaba lo profesional de lo personal.
—Buenos días —contestó ella con toda normalidad; el uniformado ubicó unas cuantas cosas delante de ella. Rápidamente se incorporó en el asiento frente a la infante y se acomodó arrastrando la silla un poco más hacia delante.
—¿Has estado aquí antes verdad que si? —inquirió él con una especie de sensación de persecución puesto que miraba disimuladamente hacia todos lados, como si alguien estuviera tras suyo.
—¿Eso que tiene que ver? —preguntó ella con una mirada aburrida, haciendo que el hombre le visualizara fijamente y con algo de sombro.
—Esto —disparó él, deslizando sobre la mesa unas cuantas fotografías, la primera le hizo enarcar una ceja y sonreír para sus adentros, orgullosa del trabajo que había logrado. —, ¿Qué es esto? —inquirió señalando la primera foto.
—No lo sé, está algo deforme —mintió ella, sabiendo perfectamente que eso a lo que había llamado "deforme" era la condición en la que había quedado Lina Greaves luego de que alguien le hubiera hecho el favor de eliminarla de la faz de la tierra.
Él apretó los labios, al ver la sonrisita mentirosa que se asomó en los pequeños y rosados labios de la pelirroja—Está bien, te la dejaré pasar—mantuvo la calma y arrastró el dedo hacia la siguiente foto. —¿Que es esto? —volvió a preguntar esta vez apoyándose del filo de la mesa.
Alissa entornó la mirada poniéndola fijamente sobre la fotografía y soltando un soplido gracioso—Veo mierda hecho mierda —aclaró con un tono de inocencia para después cruzarse de brazos; el adulto empezaba a enfurecer, y no era para menos, Alissa había adoptado nuevamente esa personalidad insoportablemente sarcástica y desinteresada que molestaba a más de uno, y saber que a alguien le fastidiaba era como el mejor de los premios para ella.
—¿Fuiste tú verdad? Sé que fuiste tú, no tengo idea de cómo, pero estoy más que seguro de que has sido tú — alegó clavando su mirada en ella y bajando la voz, pero de alguna manera herrada intentaba intimidarla a toda costa. —, esta es la prueba —dijo empujando una pequeña bolsa transparente donde figuraba una rojiza hebra de cabello.
—Eso es...
—Una hebra de cabello, que encontré curiosamente en la escena del crimen del maestro Lombardo —contestó él con expresión victoriosa.
—¿Y? —continuó ella con desinterés
—Es tuyo —culminó dejando caer la bolsa sobre la mesa y poniendo una media sonrisa, como su hubiese cerrado el caso más exitoso de toda su carrera.
—Oh, vaya, encontró uno de mis cabellos, en un lugar donde cogí clases de gimnasia cientos de veces —opinó la pálida, con un tono burlón.
—¿Cómo sabes que fue en el gimnasio? —indagó en un grito declarándose a sí mismo como el completo ganador.
—Quizás porque salió en todos los jodidos reportajes de noticias y periódicos del maldito país—interrumpió una voz ronca, estampando la puerta de la pared, abriéndola de par en par. Un moreno enfurecido apareció en el cuarto de pronto— ¿Frost que coño haces? —inquirió autoritario y le indicó la salida.
Editado: 19.05.2020