XXIX
El timbre de los trenes le traía muchos recuerdos, y él era de las personas adictas a la nostalgia, pues le daban una sensación placentera en el estomago, y en el corazón. Ver a las masas llegar era emocionante y un poco triste en el caso de los que partían de casa hacia algún otro destino lejano, y se sentía un poco extraño por pensar en esa clase de cosas cuando ya tenía un fuerte retraso de media hora o tal vez más. no iba a saberlo ni de broma porque su móvil estaba muerto y su reloj se había quedado en quien sabe donde la noche anterior.
Despertó del mar de ideas en el que estaba sumergido y se dio cuenta que aquel timbre que había retumbado más de una vez en sus oídos era del tren que él debía abordar. Se apresuró a coger sus bolsas y sosteniendo un papel en la mano corrió dentro justo cuando la máquina había empezado a transitar sobre los rieles.
Sin muchos rodeos se encaminó a algún asiento libre y se sentó junto a la ventanilla; aquella carta le había caído como anillo al dedo, y aunque no pudo compartir la noticia con su padre —que hubiese sido quien más se alegrase— se sintió aliviado de saber que en cualquier parte que estuviera su padre le vería triunfar.
Jayden Mitman tendría unos doce años cuando su padre le llevó por primera vez a la comisaría, en la ciudad a donde se dirigía justo en ese momento. Recordaba con exactitud todo lo que conformaba el lugar, incluso la engrapadora atascada de la recepción, que hizo maldecir a la secretaria más de una vez. Los uniformes, los sonidos de los teléfonos, el ajetreo y la concentración que se sentía en el aire, desde entonces sintió una gran familiaridad y atracción por el oficio de aplicar la ley y resolver dilemas para el bien de la ciudadanía.
Pero, también sentía un fuerte interés por la medicina y fue por ello que decidió estudiar patología forense, lo que le mantendría cara a cara con la actividad policiaca y al mismo tiempo permitiría desarrollar y aprovechar sus capacidades médicas.
A pesar de no tener los recursos económicos que a su familia le hubiese gustado, se logró graduar muy joven, tal vez demasiado, ya que en la región donde vivía no era usual que los habitantes estudiaran, eso se lo dejaban a los hijos de familias adineradas y con conexiones en el gobierno, cosa que no tenia, ni de una ni de la otra.
Los demás que se las arreglasen como pudieran, pero Jayden siempre tuvo madera de estudiante e inmediatamente cumplió los quince años entró a la universidad, consiguió un trabajo, que aunque incómodo, le dejaba lo suficiente para pagar algunos de sus libros y se desenvolvió hasta graduarse. Y ahora, comenzaría a trabajar por segunda vez. Como su padre hubiese querido, en lo que le gusta y en lo que sabía hacer, cosa que no cualquier ser humano tenía la dicha de vivir, debía sentirse afortunado y agradecido, y lo hacía.
. . .
—¿Te has vuelto loco? —cuestionaba el hombre señalándose a sí mismo la cabeza, mientras que Mason daba vueltas en la oficina, sacando conclusiones en la forma viva de un conspiranoico.
—Señor, estoy seguro de que fue ella —soltó él, con toda la fe en sus palabras—, ¿No ve la forma en la que habla? No siente empatía por nadie.
—Frost —nombró el superior, intentando calmarse.
—Ella no está bien ¿Entiende? Hay algo en ella, está poseída o algo así...—empezaba a hablar como un completo desquiciado, y las fachas que traía esa mañana apoyaban esa suposición.
—Frost
—Dígame señor —contestó al llamado, volviendo su atención a lo que su superior tenía para decir.
—¿Recuerdas cuando estabas entrenando para ser policía? —inquirió el moreno.
—Sí señor —afirmó.
—Una de las normativas que están en el reglamento es no aferrarse a ningún caso, mucho menos a unos que ya fue dado de baja, y me parece que la has roto, es por eso que tomé una decisión.
—¿De qué habla? —se quedó paralizado mirandolo fijamente.
—Mason, te voy a transferir —soltó luego de unos segundos de reflexión, y con un tono de pesadez en la voz.
Frost guardó silencio por un rato y no hizo un solo movimiento hasta que volvieron a aparecer pestañeos en sus ojos—¿Cómo? —inquirió en un soplido de voz.
—Que te voy a transferir —repitió—, a la comisaria de otro estado, esto se te ha salido de control de una forma espeluznante —explicaba con voz ronca, mientras unas cuantas venas se le marcaban en la frente. El sargento Duch no era muy conocido por su paciencia, y Mason se estaba encargando de agotar la poca que existía.
—No, es que usted no me está entendiendo, le digo que hay que hacer algo, porque he unido puntos, y encajan, y ella...
Duch resopló mientras se cubría la frente con una mano—Puntos tendrás tú en el rostro, puntos de sutura si no te dejas de tonterías y sales de mi oficina ahora mismo —manifestó exhausto—. La decisión está tomada —finalizó.
...
Mientras aquella discusión ocurría, a Jayden se le iluminaban los ojos justo luego de empujar la puerta de cristal que lo separaba del interior del edificio. El aire acondicionado le acarició el cabello de inmediato y se sintió como la primera vez que fue allí tomado de la mano con su padre. Sonrió para sus adentros y caminó con una caja en manos hasta la recepción, para que una chica muy distinta a la que recordara le sonriera de forma fugaz.
Editado: 19.05.2020