XXXVIII
La bolsa de aire se había disparado, su cabeza descansaba sobre ella, un estado de inconsciencia se había presentado, pero no tardó más de unos pocos segundos. Levantó la cabeza como pudo, se ladeaba de un lado a otro, la agitó deprisa intentando reorganizarse; presionó el botón y el bulto de aire se desinfló poco a poco mientras el pelinegro intentaba reincorporarse en sus ideas; se desabrochó el cinturón de seguridad y comenzó a palpar bajo sus propios pies, para sentir allí lo que antes obstaculizaba el freno, lo sintió justo entre sus dedos, los trozos filosos de sus anteojos hechos pedazos; maldijo entre dientes, rendido, sin saber que iba a hacer entonces, perdido en quien sabía dónde y con la visibilidad casi o completamente nula.
Cubrió su rostro con ambas palmas, resopló entre ellas y luego abrió los ojos sorprendido, recordando aquella silueta rojiza que se había situado delante suyo antes de perder la conciencia, sabía que estaba un poco siego, pero aquello que había divisado dificultosamente se trataba en definitiva de un ser humano, a menos que su cansancio le haya jugado alguna mala broma.
Abrió la puerta, recostándose de ella para empujarla del todo, sus piernas se sentían torpes, falseaban brevemente para recomponerse de inmediato, se encaminó hacia la parte delantera del vehículo, toqueteando hasta llegar al parachoques, que se encontraba tras una enorme nube de humo que salía directamente debajo del capó. Su angustia aumentaba, junto con la idea de que tal vez se trataba simplemente de una paranoia. Sin soltarse del coche se puso de cuclillas como pudo y lanzó una mirada minuciosa bajo el guardalodos. A pesar de su poca visibilidad pudo apreciar que al menos no había nada entre el auto y el árbol donde se había estrellado, ni debajo de él, lo que le produjo un alivio más placentero de lo que puso haber imaginado.
―¿Estás herido? ―aquella dichosa voz dulce apareció por sorpresa tras suyo, se ladeó velozmente, aun de cuclillas sobre las hojas secas y exasperado cayó sobre su posterior, para visualizar delante suyo la bermeja y borrosa silueta situada en frente suyo. Comprendió de inmediato que había sido real lo que había divisado antes de su accidente, y pudo percibir rápidamente que se trataba de una niña pequeña.
Agarró aire―No cariño, estoy bien ―aseguró tratando de volverse a poner de pie y a la vez esforzando su propia vista, en el intento de enfocarla―, pero necesito un poco de ayuda ¿Dónde están tus padres? ―inquirió localizando nuevamente la compuerta del automóvil.
―Estoy sola ―soltó la niña, sin moverse del lugar.
―¿Estás perdida?
―Porque quiero ―disparó tranquila
―Mmm, comprendo ―no supo que mas decir―, joder ―maldijo buscando entre el suelo del coche su teléfono móvil, pero parecía haber agarrado patitas y salido de allí. Los pasos de la niña resonaron, por las ramas que se rompían bajo ellos, un toque lo sorprendió por la espalda, el de una superficie solida y fría.
―¿No puedes ver? ―indagaba la niña, entonces Jayde Mitman pudo entender que lo que le presionada el hombro era la niña, entregándole su propio teléfono móvil, que al parecer había caído fuera.
―No sin mis anteojos ―confesó, componiendo una vaga sonrisa
―¿Y donde están?
―Han decidido decirme adiós par siempre el día de hoy ―contestó el pelinegro, intentando ser lo más simpático que la situación permitía.
―Antes usaba anteojos ―dijo la niña, sin moverse
―¿Ya no?
―No
―Pues deberías, o terminarás como yo... ¡Eso es! ―expresó por ultimo, al lograr exitosamente y sin ayuda alguna marcar el número de emergencias en su teléfono.
. . .
―¿Cómo es posible qué no hayas leído el envase? ―cuestionó el castaño masajeando sus sienes, pero de poco servía esa acción.
―¿Cómo querías que imaginara algo así? La pregunta correcta es ¿Por qué dejas eso tan libremente por la ducha? ―la pelinegra había comenzado a sollozar con más fuerza, y aumentaba sus llantos cada que su reflejo se mostraba en el cristal de la alacena junto a ella.
El hombre daba mil vueltas a su cabeza, y también sobre sus propios pies, pensando en el error que había cometido y considerándolo de las equivocaciones más torpes de toda su vida. No dudó un segundo para apretar los puños y recoger el llavero de sobre la meseta.
―¿A dónde se supone que vas?¿Pretendes solo dejarme aquí? ―preguntó la chica abriendo un poco más de lo normal sus ojos empapados de lágrimas.
―Saldré a buscar a Lissa, esto ha sido un error imperdonable ―contestó serio, buscando sus zapatos por debajo de los muebles en la sala.
―Deryck, ella es una niña inteligente, en un rato se le pasará el enojo y volverá con "el rabo entre las patas" ―musitó persuasiva.
―Tú no lo entiendes ―aseguró el castaño.
―, Al fin y al cabo es solo una pequeña, ya que oscurezca le dará miedo la noche y volverá, es solo cuestión de tiempo ―expuso, pero en realidad su interés por el asunto era casi inexistente―, no pasa nada.
Editado: 19.05.2020