Alissa

Capitulo XLIII

XLIII

        —Mitman recuerdo haberte dicho que no quería ver tu trasero por los alrededores hasta nuevo aviso —dijo inmediatamente se dio la vuelta y vio al pelinegro tras él.

        El rostro dulce de Jayden había cambiado, tenía la frente arrugada, y su brazo descasaba cubierto de ventas a un extremos, no contestó a los reclamos de su superior, ya poco le interesaban; sin preocuparse deslizó sobre la mesa un sobre anaranjado; Duch notó el cambio de actitud así que prefirió guardar silencio y prestar la seriedad al asunto, por primera vez, al menos con respecto al muchacho.

        —¿Qué es esto? —inquirió tomando el sobre entre sus manos y examinándolo.

        —Hay que abrir de nuevo el caso de Alissa Wells —musitó autoritario, sin titubear ni una sola vez, pero sin alzar la voz.

        —Mitman, ya te lo he dicho un millón de veces, olvida eso, quien ocupaba tu puesto antes enloqueció por la misma razón pero tú...

        Se detuvo en seco al ver quien decoraba dentro del auto confiscado de Dereck Moore y al ver la hora y fecha a un extremo de la imagen.

        —¿Entiende ahora lo que le digo? —preguntó, sin bajar su actitud fuerte.

        —¿Dónde conseguiste estas fotos?

        —Yo las tomé, soy investigador, este es mi trabajo

        —Escucha Mitman, no reabriremos el caso, pero si haré que este hombre pague por sus delitos, y espero que sepas que aunque los cargos por lo de la niña desaparezcan del expediente de Moore el asesinato sigue sin aclararse —dijo comprensivo, tenía toda la razón, pero para Jayden era suficiente con que esos cargos fueran retirados de la ficha criminal que perseguiría al castaño para siempre.

        Las palabras de Arthur Rowling lo habían enojado más de lo que se esperaba, él no conocía a fondo a Dereck Moore pero si algo sabia era que se trataba de una buena persona, que no haría daño a una pequeña jamás y mucho menos a esa, alguien dispuesto a pasar el resto de su vida en prisión solo por no verla sufrir no podía ser alguien malo en lo absoluto, pero el castaño que le proporcionó el disparo quiso manchar esa pureza y lealtad con tal de ocultar sus propios errores.

        Salió de la oficina sin manifestar ninguna otra palabra, sin inmutarse, sin siquiera cambiar la expresión de su rostro. Se encaminó hacia el segundo piso, pasó la tarjea por el identificador y se adentró al cuarto. La bodega de evidencia estaba tan fría como de costumbre, el aire acondicionado se encontraba al máximo y soltaba una especie de nube de vapor congelante que el pelinegro atravesó decidido.

        El área de casos cerrados o inconclusos se encontraba al fondo, se desinfectó su única mano eficiente por el momento y dificultosamente agarró la caja que había visto antes, sin importarle ordenes ni permiso de ningún superior que se cruzara en su camino. Su suspensión seguía vigente así que solo le quedaba una cosa por hacer, aprovechar su tiempo en su propia investigación personal, y estaba más que dispuesto a ello.

. . .

         Había sido un día devastador, el simple hecho de haber recibido un disparo era suficiente para pensarlo de esa forma, pero para suerte de Jayden Mitman, ya había terminado. A pesar de estar extenuado no podía conciliar el sueño de ninguna forma, eran las dos treinta de la madrugada y daba vueltas de un lado a otro en la cama, pasaba sus dedos entre su cabellera con frustración y resoplaba, al mismo tiempo que su herida le carcomía el brazo, recordándole una y otra vez las cuestionantes sin respuesta que pululaban dentro de su cabeza. Dirigió su vista hacia su reloj despertador que con intermitentes números rojos marcaba las dos treinta y ocho. Desde muy niño tuvo esa clase de problemas para dormir, siempre se sentía responsable de cualquier cosa que pasara a su alrededor, y por ello no podía pegar un ojos, como si tuviese que cuidar de algo.

        Se levantó como pudo, sin la ayuda de su brazo lastimado era difícil hacer la mayoría de cosas, y eso le reprimía. Introdujo sus pies en sus zapatillas de andar en casa y comenzó a recorrer los pasillos de su hogar para llegar a la cocina, arrastrando los pies con pesadez. Fue suficiente con el sonido de la puerta trasera al abrirse para que el feroz pitbull de pelaje negro y ojos grises entrara eufórico al lugar, lamiendo y resonando sus pesuñas por toda la pijama del muchacho; se sentó en el comedor y levantó la pantalla de su computadora portátil, en busca de entretenimiento, pero por más de cinco largos minutos solo observó con detenimiento la rayita que titilaba en la barra del buscador.

        Ladeó la cabeza con los ojos cerrados, suspirando con serenidad, abrió sus faroles y con lo primero que se encontró fue con la caja de cartón sobre su escritorio en el estudio. La miró, dudoso, para luego ir a por ella. Se había tomado la molestia, desde que fue admitido en la comisaria, de leer cada una de las notas que el antiguo propietario de su oficina había escrito por todas partes, por ello cuando abrió el paquete que adornaba frente a él sabía con exactitud que era cada cosa y para que habían sido usadas.

        Una cajita dura, forrada de cuero rojo, y dentro tijeras e hilo, en conjunto se trataba de un equipo de costura básico, pero la sangre seca y apestosa en ambos objetos parecía decir otra cosa. Según sabia, con eso comenzó casi todo, una noche familiar, un paseo en el parque, y un hombre sin lengua, gracias a una tijera filosa, y a las manos pálidas de una pequeña de diez anos. Ambos artefactos daban arcadas y repeluco, dejó caer ambas cosas sobre la mesa, la peste era insoportable hasta para él, que estaba más que acostumbrado a esas cosas.



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En el texto hay: detective, secretos, paranormal

Editado: 19.05.2020

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