Alma de Luna: El Linaje Ancestral.

Capítulo 2: Detrás de los ojos azules.

Iniciar la escuela parecía una tarea sencilla, al menos en teoría. No requería grandes estrategias: un saludo aquí, una sonrisa allá, y todo debía fluir de manera natural... O eso creía, claro, siempre y cuando mi impulsividad no arruinara las cosas.

Ese día, como era de esperarse, todo comenzó con el pie izquierdo. Me levanté tarde, perdí demasiado tiempo buscando algo decente para desayunar y, para colmo, olvidé cargar el teléfono la noche anterior.

—¿Es que no aprendo jamás? —refunfuñé mientras revolvía la cocina vacía en busca de algo, cualquier cosa, que pudiera llevarme al estómago.

Finalmente, tras aceptar mi derrota, salí disparado por las escaleras del edificio, saltándome los escalones de dos en dos. Fue entonces cuando escuché un estruendo en la casa vecina, seguido de una voz que reconocí de inmediato: la de la chica del día anterior.

—¡Papá! ¿Por qué no me despertaste? ¡Voy tarde otra vez!

Giré hacia la izquierda justo a tiempo para verla salir corriendo, pero no lo suficientemente rápido para esquivarla. El impacto fue inevitable.

—¡Agh! —balbuceé mientras ambos caíamos al suelo—. ¡Lo siento, lo siento mucho!

Ella me fulminó con la mirada mientras se levantaba de golpe, sacudiéndose la ropa con movimientos bruscos.

—¡Mira por dónde vas! —espetó, su tono una mezcla de irritación y cansancio.

—Perdona, no te fijé que venías corriendo también... —empecé a decir, pero me detuve al notar que me observaba con cierto interés.

—Claro, tú eres el nuevo inquilino, ¿verdad?

—Sí, soy Owen.

Un silencio incómodo se instaló entre nosotros, interrumpido solo por la aparición del señor Nowak, quien salió apurado de la casa.

—¿Kei, estás bien? Oh, hola Owen. Buenos días.

—Buenos días, señor —respondí, intentando parecer menos avergonzado.

—Veo que también vas tarde. ¿A dónde te diriges?

—A la universidad, hoy es mi primer día.

Soltando una leve carcajada, Edwin recogió la billetera que se me había caído durante el choque.

—Keira también estudia allí —dijo—. Podrías mostrarle el camino, hija.

—¡Papá! —protestó ella, cruzándose de brazos con una expresión que oscilaba entre la resignación y la molestia.

El señor Nowak me lanzó una sonrisa cómplice, como si fuera parte de algún plan secreto.

—Vamos, Kez. No te cuesta nada.

—Está bien —dijo con un suspiro pesado, señalando hacia la calle—. Pero date prisa, que no tengo todo el día.

El trayecto hacia la universidad estuvo envuelto en una incómodo sofocante. Keira caminaba unos pasos por delante, señalando y describiendo a varias direcciones con movimientos mínimos, sin mirarme. Ofrecía una vaga explicación sobre las cosas que podía encontrar en el pueblo, pero no parecía tener interés en hablar demasiado, y yo tampoco sabía cómo romper la tensión.

Finalmente, se detuvo frente a un cruce que conectaba con un sendero hacia el bosque.

—Por aquí, si sigues ese camino, llegas a la zona de la reserva —dijo, señalando hacia la floresta, para después mirar al lado opuesto—. Y por acá se llega al campus.

Su voz, aunque ligeramente más afable, no tenía la misma frialdad de antes. Me atreví a mirarla de reojo, pero ella seguía observando el sendero, como si esperara que algo más apareciera allí.

—¿Y es seguro? —pregunté, contemplando los árboles.

—Eso depende... De día, sí. De noche, mejor no intentes averiguarlo, no es la clase de sitio en el que debas entrar tú solo —respondió. Pude percibir cierto sarcasmo en su respuesta, junto a algo de certeza, aunque no estaba del todo seguro de su verdadera intención.

Antes de que pudiera decir algo más, se giró y continuó caminando.

—Gracias, supongo... —murmuré mientras la veía alejarse.

—No me lo agradezcas —respondió sin volverse—. Solo estaba cumpliendo con un favor que no pedí hacer.

Y, aunque alto hiriente su respuesta, en eso traía algo de razón. Al llegar al campus, se perdió entre la gente sin siquiera despedirse. Era bastante ágil para su físico, aunque, a decir verdad, no le había prestado demasiada atención.

Después de llegar a mi primera clase, el resto del día transcurrió con una sensación constante de intriga, como si el encuentro con Keira hubiera marcado un interesante punto de partida en mi semana. Durante el cambio de clases, la volví a ver. Esta vez, estaba parada junto a su casillero, así que decidí aprovechar el momento y acercarme an ella.

—Oye... Keira.

Ella me miró de reojo, con una expresión impenetrable, antes de volver a tomar sus libros.

—Gracias por mostrarme el camino esta mañana.

—No fue la gran cosa —respondió, cerrando el casillero con más fuerza de la necesaria.

Su tono era excesivamente distante, pero había algo en su postura, en la forma en que evitaba sostener mi mirada, que delataba un atisbo de nerviosismo.

—Bueno, aun así, lo aprecio —insistí.

Ella se encogió de hombros y comenzó a alejarse.

—Nos vemos luego, vecino.

Y así, sin darme oportunidad de responderle, se marchó. Regresé a mi propio casillero, antes de darme cuenta de que alguien distinto estaba parado a mi lado.

—Buena suerte manteniendo una conversación de más de cinco frases con ella —exclamó una chica de cabello largo y rizado color caoba—. Keira no es de las que tienen amigos, y créeme, lo sé muy bien.

Al devolverle la vista a la intrusa, me di cuenta de que era una mujer ligeramente más bajita que yo, con un porte elegante y una postura impecable.

—Gracias por la advertencia, supongo. Solo quería agradecerle un favor, eso es todo —repliqué, desviando el tema—. Por cierto, ¿quién eres tú?

—Perdona mis modales. Me llamo Heather. Soy la presidenta del consejo estudiantil. No pude evitar notar que eres nuevo por aquí, colega —saludó, extendiendo su mano. Le correspondí el saludo.

—Claro, estuvimos en la misma clase. ¿Qué puedo hacer por ti, presidenta?



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En el texto hay: romance, drama, hombreslobo

Editado: 04.02.2025

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