Alma Eterna - Primer libro: Ojos de Rubí

CAPÍTULO I - ¿Vampiro?

CAPÍTULO I - ¿Vampiro?

 

1

 

Un cambio en el volumen de la música lo despertó de golpe, suerte que llevaba puesto el cinturón de seguridad, el auto derrapó unos metros, el motor se caló y quedó quieto. Las luces de posición, intermitentes, se reflejaban en el asfalto de la calle. Aturdido por el solo de guitarra de Walter Giardino, Sergio bajó la radio y observó que el semáforo cambiaba del verde al amarillo.

 

  • Me duermo y no se dónde estoy – maldijo el hombre.

 

Bajó un poco la ventanilla para tirar las cenizas del cigarrillo y agradeció el viento frio que le pegó en plena cara, despabilándolo un poco. Cambió la sintonía en busca de otra canción copada que lo mantuviese despierto, pero sólo encontró estática, qué raro. Cuando el semáforo se puso en verde, prendió el motor y aceleró. Miró las calles que iba pasando sin reconocer ninguna, el GPS no funcionaba.  

Con un suspiro, sacó el celular de la guantera y pensó en llamar a Lucía. Pero no podía llamar a la mina porque se había perdido, quedaría como un tarado. El auto se balanceó un poco a la derecha mientras se distraía con la pantalla del celular y corrigió el rumbo con el volante, lo único que le faltaba era chocar con los pocos autos estacionados. Estaba seguro de que dobló en García; o no, tal vez se confundió y no iba por Los Tamarindos.

 Arrojó el cigarrillo casi consumido por la ventanilla y miró la pantalla del celular, no tenía señal. Tendría que salir del auto, aunque la idea no le gustara. Lo podían punguear. No se cruzó con ningún policía en todo el camino. Puso balizas y paró antes de llegar a la senda peatonal. Miró por la ventanilla y desconfiado, oteó la calle desierta. En ese momento, la radio volvió a cobrar vida. Pensando en que había vuelto la señal, metió medio cuerpo dentro para observar el GPS. No vio a la mujer que chocó contra la puerta del auto, esta se cerró y él se vio impulsado hacia adentro mientras se clavaba el freno de mano en el costado. Al mirar hacia adelante, alcanzó a divisar dos siluetas que corrían hasta desvanecerse entre la niebla, parecían un hombre y una mujer. Intentó salir rápido para putearlos, el corazón se le iba a salir del pecho por el susto. Luchó contra la manija de la puerta hasta que se dio cuenta de que había puesto la traba. Salió del auto, cerró de un portazo y dio unos pasos largos hacia donde estaban parados.

 

  • ¡La puta que te pario!, ¡la puta que te pariooo! – les gritó, pero estos no se inmutaron, miraban hacia el fondo de la calle.

Si le tocaron el auto los iba a matar. Encendió la pantalla del celular e iluminó la puerta del auto mientras tanteaba en busca de algún rayón. Sintió un tacto viscoso entre sus dedos, algo mojado y espeso que le dio asco. Ante la tenue luz que se iba apagando, descubrió una mancha roja con la forma de una mano. Sangre, pensó y un escalofrió le recorrió la espalda. Retrocedió, el celular se cayó de entre sus manos y se desarmó contra el piso. Se agachó apresurado y tanteó el suelo neblinoso en busca de las partes, le faltaba la batería. “no, no, no, ¿dónde está?, ¿dónde está?, a la mierda me compro otro”, pensó e intentó meterse de nuevo en el auto. La puerta no sé abría, nervioso tiró de la manija con fuerza, pero ésta no cedió. Otra vez había trabado las puertas al bajarse, no podía ser tan pelotudo. Buscó entre los bolsillos y su mano se cerró sobre el llavero en forma de pelota.

Con una mano sobre la frente, respiró hondo para intentar calmarse. No era para tanto, quiso pensar, pero luego recordó la mano estampada con sangre sobre el costado del auto y el pulso volvió a acelerarse. Escuchó el sonido de una exhalación y le pareció ver que algo se escabullía a su derecha. Se dio vuelta mientras retrocedía hasta chocar su espalda contra la puerta. No había nadie. Con las llaves aún en el bolsillo, accionó la alarma. El sonido rompió el silencio de la noche. Miró inquieto hacia la calle, la pareja ya no estaba, se dio vuelta y distinguió algo que se acercaba, una silueta negra que se difuminaba. Sin apartar la mirada de la calle oscura, tanteó la manija de la puerta y abrió con prisa. Cuando estuvo dentro del auto trabó todas las puertas. Necesitó tres intentos para meter las llaves en el contacto, pero el auto se negaba a arrancar. Miró por el vidrio, la silueta parecía acercarse, era un hombre. Golpeó el volante con desesperación y sonó la bocina, eso le dio una idea. Sergio apretó con ambas manos sobre el volante mientras la bocina cortaba el silencio de la calle. Alguien tenía que escucharla o tal vez eso lo asustaba y se marchaba. Al volver a mirar hacia la noche, el hombre había desaparecido

Respiró varias veces hasta sentirse un poco mejor. No podía ser tan pelotudo, tenía que calmarse. Empujó el embriague y tiró de las llaves, y esta vez el motor arrancó con un ronroneo. Observó sus manos aferrando el volante y las manchas rojas que dejaba sobre la funda de cuero negra. Un gemido monótono nació de su garganta y comenzó a restregarse asqueado los dedos manchados en el pantalón. En ese momento, la radio cobró vida y algo se precipitó sobre el capot de su auto. El parabrisas estalló y Sergio solo atinó a gritar mientras ponía las manos por delante para protegerse la cara. Los pedazos de vidrio cruzaron el auto y se clavaron feroces en su rostro. Al instante, sintió el líquido caliente y espeso. Quiso llevarse los dedos a su rostro, pero se paralizó al ver las esquirlas que cruzaban su carne de un extremo al otro. El dedo anular y meñique de la mano derecha habían desaparecido, los muñones no cesaban de escupir sangre como un volcán encolerizado. Sergio pidió ayuda a gritos mientras sus manos temblorosas salpicaban todo de rojo. En ese momento, un brazo envuelto en tela de seda ingreso por el parabrisas destrozado y lo arrastró del cuello de su camisa. Sergio se sintió expulsado del auto y aterrizó sobre el pavimento frio y duro. Rodó hasta detenerse a metros del automóvil.



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En el texto hay: vampiros, licantropos, iglesia

Editado: 21.03.2020

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