Alma Eterna - Primer libro: Ojos de Rubí

CAPÍTULO X – CAÍN

1

 

Luciano Santos guardó silencio, una parte de él había atado los cabos sueltos a medida que le contaban la historia. Pero, aun así, se negaba a creerlo. Era imposible.

¿Caín? ¡¡¡Caín!!!

—Imposible —dijo—. Yo no soy Caín y ustedes están todos locos.  Lo único que me importa a mí es rescatar a Elizabeth. Lo demás me chupa un huevo.

Los hombres se miraron, Carlos resopló impaciente.

—Tenés que entender que es importante, nene —le dijo Roberto Howater con voz autoritaria— no tenés opciones, te venís con nosotros.

—¡Me importa una mierda! ¡Quiero ir con mi mujer! ¡Si ustedes no pueden ayudarme, me bajo acá!

—Calmate, Luciano —terció Marco—Sin nuestra ayuda no sabrías ni por dónde empezar. Mejor tranquilizate y escuchá.

Luciano se masajeó las sienes, quería romper todo, estaba furioso. Le querían dar órdenes, y había muchas cosas que le estaban ocultando, se notaba. Para colmo el tiempo pasaba y no sabía nada de Elizabeth.  

—Lo que no entiendo, es por qué se llevó a Elizabeth. Si me quería a mí

—Anda a saber—replicó Carlos Manserv—Tal vez pensaba que, si la secuestraba, irías a rescatarla.

—Y tiene mucha razón, porque pienso ir por ella.

—Ahora no podemos darle el gusto Luciano —le dijo Howater— no vas a ir hacia él.

 Luciano no daba crédito a lo que oía.

—Pará. ¿Cómo me lo vas a impedir? ¿esto es un secuestro?

—No —respondió rápidamente Roberto, apaciguador— Primero te vamos a conducir a un lugar seguro. Después vamos a buscar nosotros mismos a Jerónimo del Vivar y lo hacemos boleta. Luego de eso, vos y tu novia se van para Roma.

Luciano no creía en nada de lo que le estaban diciendo, estaba seguro que Elizabeth no les importaba. Si quería rescatarla, tendría que ir el mismo.

—Este chabón es un caso perdido —dijo Manserv, exasperado—, te lo digo yo.

—Este chabón tiene nombre —repuso Luciano, mordaz.

Luciano miró por la ventanilla, a las luces de ruta, quería salir. Se dijo que tal vez podría abrir la puerta y saltar. Pero necesitaba esperar el momento adecuado, que estuvieran distraídos. Por lo que había visto, al menos dos de ellos podían convertirse en poderosos animales, y los tres tenían alrededor de su cuello un crucifijo con la capacidad de doblegarlo.

Miró la ruta, y después miró a Manserv. Deslizó la mano cuidadosamente a la manija de la puerta. Alzó la vista adelante y se encontró con los ojos de Howater clavados en él.

Un sonoro clic: el policía había activado las trabas.

Luciano le dio una patada a la puerta con ambas piernas y esta se combó hacia afuera, Carlos Manserv atinó a agarrarlo de un brazo. Con una segunda patada la puerta se abrió y el auto comenzó a descarrilar.

Goleó a Manserv en la cara y este aflojó la presión sobre su brazo. Antes de tirarse del auto en movimiento, oyó el grito del padre Marco:

—¡Nooo!

Y, aunque Carlos Manserv intentó tirársele encima, él alcanzó a caer.

Todavía rodaba por el pavimento, cuando oyó la frenada del auto.

Se levantó dolorido y huyó a través del pastizal. Todavía llovía fuerte, pero a quién le importaba la lluvia. Comenzaba a estar sediento, muy sediento, tal vez fuese su preocupación hacia Elizabeth o la adrenalina del momento, pero la sed comenzaba a invadirlo, a borrar todo lo demás en su mente. Escapó a través de un campo de trigo, esquivando animales y mimetizándose con la lluvia.

 

2

La voz de la niña morena le hablaba desde el fondo de su mente. Luis Benítez manejaba por una ruta bajo la oscuridad de la tormenta y el fuerte aguacero. La voz le dijo que esperase y el decidió obedecer. Paró el auto en la banquina y dejó puestas las intermitentes. Era consciente de que estaba perdido el juicio, de que esa voz no podía venir sino del interior de su propia cabeza. La oía como al susurro de una niña, y casi podía sentir el roce de unos labios contra el lóbulo de su oreja. Le puso nombre a la voz: Demencia, porque tenía que llamarla de alguna manera.

Pese a todo no se quejaba, gracias a ella había escapado de Carlos Paz, le recomendó qué camino seguir y parecía saber de antemano cuando se acercaba alguna patrulla. En unas pocas horas estaba conduciendo un auto robado por la ruta, hacia no sabía dónde, pero confiaba en las indicaciones de la niña.

¡Quiero a Howater!, pensó Luis. ¡y también quiero al cura culiao de mierda!

—¿Estás ahí? —le susurró Luis al parabrisas y a la lluvia que en ese momento caía como un aguacero.

—Siempre con vos—respondió una voz dulce.

—¿A dónde vamos?

Hacia donde me pediste, yo cumplo mis promesas

—¿y qué estamos esperando acá?

Paciencia amor, paciencia.

 



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En el texto hay: vampiros, licantropos, iglesia

Editado: 21.03.2020

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