Alma Eterna - Primer libro: Ojos de Rubí

CAPÍTULO XI – En el corazón de la sierra cordobesa

1

 

En la oscuridad de un lúgubre edificio, escondido entre las sierras cordobesas, sólo se oían las respiraciones agitadas de Luciano y de Luís. Tras apagar el motor del Ford Fiesta, se quedaron muy quietos, contemplando la inverisimilitud de lo que veían. Frente a ellos se extendía un enorme pasillo, a cada lado del mismo había docenas de puertas, cada una con una inscripción que no supieron identificar.

Mientras que en la inmediatez de la cueva reinaba una gran oscuridad, por dentro, la flameante luz de unas antorchas iluminaba el piso de piedra pulida y las paredes de ladrillos.

—Acá es —dijo Luis Benítez.

Luciano iba a responder, cuando vio a una mujer que caminaba hacia ellos. Su paso era insinuante, su piel morena brillaba bajo la luz de las antorchas. Luís pensó en Dementia, pero de inmediato supo que no era, aún podía sentirla dentro de su cabeza. Aun así, el parecido era extraordinario.

 Bajaron del auto y cerraron de un portazo. La mujer se detuvo a unos metros de ellos y esperó. Luís levantó el cañón de su Winchester para apuntarle y todo sucedió demasiado rápido. La vampiresa levantó a Luis de los pelos y lo arrojó encima del auto como a un muñeco de trapo. La escopeta se disparó y cayó del techo varios pedazos de yeso y polvo.

Anamá se encontró cara a cara con Luciano Santos, y no le cupieron dudas: era el Elegido. Su rostro era casi idéntico y eso lo afirmaba, sin lugar a dudas.

—Vení conmigo, Luciano Santos. Nuestro Amans Dux nos espera.

Luciano la miró receloso:

—¿Dónde está Elizabeth?

—Está con nosotros y está bien —La vampiresa le dedicó su sonrisa más seductora—. Ella desea que vengas con nosotros.

Luciano supo que mentía, Elizabeth nunca diría eso. Extendió la mano, tomó la de ella, la trajo hacia sí y con la otra mano le agarró el cuello.

—¡Decime dónde está!

En lugar de resistirse, Anamá apoyó la palma de su otra mano en el pecho del muchacho.

—Nene malo —le dijo con dificultad, y liberó su poder.

Una descarga eléctrica atravesó el pecho de Luciano, sintió ardor en cada órgano de su cuerpo y pudo oler su propia piel calcinada. Gimoteó y dejó caer sus brazos, derrotado. No podía mover los músculos de su cuerpo, sentía las extremidades flácidas, inertes.

Por el rabillo del ojo, Anamá vio venir al humano, y extendió la palma hacia él dispuesta a eliminarlo. No esperaba semejante traición.

—No puede ser cierto —murmuró.

Luís se acercaba a ella empuñando su Python 44, Anamá solo tenía ojos para lo que veía a través de los de Luis, el alma de su hija Puella.

Luis Benítez ejecutó varios disparos casi a quema ropa, el primero de ellos perforó un ojo y la mitad de la cabeza hacia atrás desapareció en un amasijo de carne. Los otros disparos destrozaron el cuerpo de la vampiresa que se mantuvo un segundo de píe y luego cayó hacia atrás. Luís se acercó al cuerpo moribundo y utilizó la última bala en el ojo que le quedaba.

—Muy bien, mi amor —dijo Demencia.

—¿Dónde estabas?

 —Te vigilaba —repuso la voz, divertida—. Siempre vigilo al policía malo.

Luciano se incorporó y miró el cuerpo destrozado de la vampiresa. Sin mediar palabra, apartó a Luis y cruzó el salón a toda prisa. Llegó al final y vio una puerta. La abrió, y se encontró con otro pasillo muy estrecho y más oscuro. Chasqueó la lengua y continuó, corría desesperado. ¿Dónde estaba Elizabeth?

Luís corría detrás de él.

No lo pierdas —le advirtió Demencia.

 

2

 

 Luciano y Luis estaban perdidos en el laberinto de la cueva, cuando los Inquisidores se toparon con el Ford Fiesta destrozado y encontraron el cadáver de la vampiresa.

Carlos Manserv se acercó a inspeccionar el cuerpo:

—Anamá, alias Mater.

Roberto Howater se agachó a su lado.

—Estas heridas —murmuró— son de un arma de gran calibre.  

—No puede ser, ¿Quién más vino? —preguntó Manserv desconcertado

Howater tragó saliva y se incorporó. No le gustaban nada las ideas que circulaban por su mente. Entrecerró los ojos y se frotó la sien, comenzaba a dolerle la cabeza.

—Creo saber quién es. No pensé que volverían a encontrarse, puede ser una gran casualidad, o no. No importa —dijo finalmente—. Probablemente ya esté muerto. Y si no, no creo que aguante contra Jerónimo del Vivar.

 

3

 

—¡Luciano! —llamaba Luis a los gritos—. ¡Pará un poco culiao! —No podía verlo, pero oía las patadas contra las puertas.

Luciano entraba en una y otra habitación, y sólo encontraba mazmorras y algunos individuos. Mujeres y hombres escuálidos y desnutridos. Cuando les preguntaba por Elizabeth, no hacían más que pedir auxilio. Entonces, él soltaba un insulto exasperado y salía hacia la próxima habitación, no tenía tiempo para ellos.



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En el texto hay: vampiros, licantropos, iglesia

Editado: 21.03.2020

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