*Alexia*
Solo teníamos una oportunidad. Una sola, pues en cuanto actuásemos, seríamos descubiertos por los Ancianos. Sabíamos que, al intervenir, todo lo que habíamos planeado y escondido durante siglos estaría en riesgo. Y lo que es peor, perderíamos lo poco que nos quedaba de nuestra humanidad.
Tomamos las elecciones equivocadas, ahora lo sé.
Puedo ver cómo las llamas de la hoguera suben hacia el cielo con furia, como si quisieran rasguñar las estrellas que nos iluminan desde lo alto. El fuego crepita con una violencia que parece no tener fin, pero en realidad, es el principio del final. El juicio de Salem fue solo un reflejo de lo que ya habíamos predicho. Pero lo que ninguno de nosotros pudo prever fue la magnitud de la destrucción.
Sentí como algo nuevo nacía entre las sombras, algo oscuro y visceral. Lo percibí como una energía, una vibración en el aire que se expandía, casi como una advertencia. Pero decidí ignorarla. Me convencí a mí misma de que no era más que una consecuencia de nuestra magia desbordada, una reverberación de los hechizos y las fuerzas que habíamos invocado. Me concentré en los gritos de mis compañeros, del círculo, que intentaban contener lo inevitable.
Miré a todos, solo para observar impotente cómo caían muertos alrededor del fuego, como si hubieran sido reclamados por las llamas que ahora nos iluminaban, casi extintas. Cada uno de los miembros del círculo parecía haber sido derribado por una fuerza invisible, como si el mismo aire los sofocara, robándoles la vida de golpe.
El primero en caer fue Hernán, su cuerpo derrumbándose como si el peso del mundo lo hubiera aplastado. Luego Gabriel, seguido por Carmen. Alonso cayó después, sin emitir sonido alguno, su cuerpo rígido. Ruth y George cayeron casi simultáneamente, sus cuerpos inertes, vacíos. Pero lo más inquietante fue lo que ocurrió justo después: mientras el alma de George se desvanecía en el aire, como polvo barrido por el viento, una nueva presencia surgió de la nada.
Cinthya apareció, ocupando el lugar de George, con una rapidez que apenas pude comprender. Su llegada fue tan súbita que el desvanecimiento de la esencia de George no fue detectada por los Ancianos. La magia lo había ocultado, al menos por el momento.
Ella miró a su alrededor, su rostro lleno de pánico y confusión. En su mirada vi el reflejo de nuestra desesperación. Observó los cuerpos, la sangre, las cenizas que quedaban de nuestros compañeros. La misma energía caótica que yo había sentido antes, ahora era palpable para todos. Pero cuando sus ojos se encontraron con los míos, vi algo completamente diferente. Algo que no esperaba.
Ella miró a su alrededor con pánico, analizando la escena. Al imitarla me doy cuenta de que aquellos que quedaban en pie ya no gritaban sintiendo ese dolor agónico que nos inundó a todos, terminando con la vida de la mitad del círculo.
Los verdes ojos de Cinthya se fijaron en mí. Me lanzó una mirada tan fría, tan helada, que sentí cómo mi corazón se detenía por un instante. Nunca había visto ese fuego en ella, ese resentimiento oculto que ahora me dirigía sin piedad. Su mirada atravesaba mi alma, y en ese momento supe que algo había cambiado irrevocablemente.
Alzó un dedo acusador hacia mí, y su voz resonó entre las ruinas de nuestro círculo.
—No te haces una idea de lo que acabas de desatar, Alexia —dijo, su tono lleno de amargura—. Ahora van a intervenir.
Sus palabras fueron como un golpe. No fue tanto lo que dijo, sino cómo lo dijo. Sabía que tenía razón, pero su voz... Su voz reflejaba una verdad que me había negado a aceptar. Yo había sido la responsable, mi decisión había desatado el caos que ahora nos destruía.
Cinthya entonces giró la cabeza, su expresión tornándose aún más triste cuando vio a Thomas y Ann correr hacia ella. El dolor en sus ojos era inconfundible, pero ella ya había tomado una decisión. Con un movimiento rápido, usó la compresión del alma para marcharse, desvaneciéndose en el aire antes de que cualquiera de los dos pudiera alcanzarla.
Thomas y Ann quedaron solos, desconcertados. Las lágrimas corrían por las mejillas de Ann mientras Thomas intentaba consolarla, su rostro desmoronándose con el peso de la pérdida. Quedaron solos en medio de las cenizas de nuestro círculo roto.
En ese instante, la vi. Una brillante mariposa azul, etérea, que ascendía hacia el cielo nocturno, alejándose de nosotros. Era Cinthya. Se había ido, y con su partida, la última chispa de esperanza se apagaba.
Me permití un segundo para mirar lo que me rodeaba, para calcular las consecuencias de nuestros actos. Abigail y Tituba estaban de rodillas, intentando reanimar a los caídos, como si se negaran a aceptar la realidad. Su magia, por poderosa que fuera, no traería de vuelta a los muertos. No ahora.
Entonces lo sentí. Una humedad en mis mejillas. Lloraba, pero no eran lágrimas. Me llevé las manos al rostro, y para mi horror, estaban manchadas de sangre.
De pronto, me di cuenta de que algo más estaba mal. Mi cuerpo comenzó a tambalearse, el dolor de lo que había ocurrido se manifestaba físicamente. Miré hacia arriba y vi a Javier, zarandeándome por los hombros, gritando mi nombre. Pero su voz sonaba distante, como si estuviera bajo el agua.
El mundo se desvanecía a mi alrededor, las luces y las sombras se fundían en un torbellino. Las últimas cuatro personas que quedaban de pie corrían hacia mí, sus gritos se convertían en ecos, irreconocibles.