*Ann*
Cuando recobré la conciencia, me encontré tumbada en la cama del hotel. Al intentar incorporarme, todo a mi alrededor comenzó a dar vueltas. Lo último que recuerdo es estar en la calle, esperando a los demás. No entiendo cómo terminé aquí. Dios, ya quiero que este estúpido viaje termine. Incluso estando en Salem, el pueblo que me ha obsesionado durante toda mi vida, siento que nada ha valido la pena. Todo lo que ha pasado me parece una pérdida de tiempo.
Miro mi móvil: es de madrugada. Mi cuerpo pesa, así que decido volver a tumbarme y seguir durmiendo. Mañana por la tarde tomamos el avión de regreso a casa, y ahora mismo es lo único en lo que puedo pensar.
*Cinthya*
—Entonces... ¿Me estás diciendo que Ann se despertó mientras Alexia estaba dentro de su mente, intentando reforzar un muro que encontró hace días? —pregunto mirando a Thomas, tratando de resumir la situación. Suspiro y continúo—. ¿Y qué tal si empezamos por averiguar de dónde salió ese maldito muro?
Estamos en el pasillo del hotel. Por suerte, Teresa está con nosotros. Ella tiene más experiencia que cualquiera de nosotros, siendo una de las manos derechas del Grench en la Ciudad Blanca. Todos la observamos, esperando que tenga las respuestas que necesitamos desesperadamente.
—No me miréis así —dice Teresa—. No tengo todas las respuestas. Lo que le pasa a Ann es algo que nunca antes ha sucedido. El simple hecho de que estemos aquí, en estas circunstancias, no tiene precedentes.
Miro a Alexia, que había estado en silencio hasta ahora. De repente, sonríe y señala detrás de mí.
—¿Quién mejor para ayudarnos que ella
En ese momento, la voz de Thomas resuena en nuestras mentes.
—"Aby."
Nos giramos y ahí está: Abigail Williams, la primera mestiza. La misma niña que inocentemente usó sus habilidades para intentar curar a otra niña, provocando la histeria colectiva que llevó a las cacerías de brujas en Salem. Después de siglos oculta, ahora se presenta ante nosotros.
Abigail, como yo, es una mestiza, o Nephilim, como nos llaman en los cuentos populares. Fue la primera viajera semi-humana. Nadie sabe exactamente quiénes son sus padres, pero una cosa es clara: su madre debió estar en la Tierra cuando ella nació. Su castigo es un misterio que siempre ha inquietado al círculo.
De todos los lugares del mundo, jamás pensé que la encontraríamos aquí, en Salem, el mismo lugar donde la persiguieron y mataron. Quiero pensar que no tiene nada que ver con Ann, pero en cuanto Abigail habló, mis esperanzas se derrumbaron.
—Ese muro lo puse yo —dijo sin esperar nuestras preguntas—. Si no lo hubiera hecho, sus recuerdos habrían aflorado, y los Ancianos habrían intervenido.
Me quedé en shock. Si Ann tiene esos recuerdos bloqueados, significa que algo grande está por ocurrir. Solo queda una duda en mi mente: ¿cómo podemos despertar esos recuerdos sin que Ann tenga que morir?
*Ann*
Cuando aterrizamos en Madrid, me sentí un poco mejor, aunque un zumbido persistente seguía en mi cabeza. Mis amigos no dejaban de preocuparse por mí, vigilándome como si fuera a desmayarme en cualquier momento. Todos, excepto Robert. Él estaba más esquivo que nunca, pasando el tiempo con Nicklaus y sin apenas dirigirme la palabra. Eso me puso de los nervios.
Durante el trayecto de vuelta, me senté con Cinthya y Cris. Cris se quedó dormida nada más arrancar el coche, así que hablé con Cinthya todo el tiempo. Como siempre, hablar con ella me tranquilizó. Es como si su sola presencia pudiera apaciguar mi mente.
Cuando llegué al piso que comparto con mis amigas, subí directamente a mi habitación, tiré la maleta al suelo y me desplomé en la cama. Cuando desperté, eran las tres de la mañana. Sentía fiebre y un malestar persistente. Me tomé una pastilla y volví a dormir. El zumbido en mi cabeza era cada vez más intenso, y no parecía querer marcharse.
**
Esta mañana me desperté en casa de mi madre. Decidí pasar con ella los últimos cuatro días de las vacaciones. Cuando entré en la cocina para desayunar, ella estaba hablando por teléfono mientras tomaba café. Llevaba un traje de pantalón gris y camisa blanca, con el pelo recogido en un moño tirante.
—¿Cómo te encuentras hoy? ¿Aún te duele la cabeza? —me pregunta al colgar el teléfono. Hace dos semanas me desmayé durante el viaje y, desde entonces, un zumbido persistente junto con una migraña me han acompañado. No parece que vaya a irse, lo que me tiene de muy mal humor, y ella lo nota.
—Bueno, cariño, ten paciencia, seguramente solo es un resfriado —dice, y me besa la coronilla antes de marcharse a trabajar.
Mi madre es la secretaria en un importante bufete de abogados y mi padrastro es un criminólogo de gran reputación. No ganan lo suficiente como para derrochar, pero sí lo suficiente para vivir cómodamente, como lo demuestra este adosado en el centro de Madrid.
Escucho mi móvil sonar. Es un mensaje de Becka: está a dos calles de mi casa. Aún sigue preocupada por mí, y está empeñada en venir a verme. La adoro, pero a veces me vuelve loca. Subo a la habitación para arreglarme, pero decido no maquillarme. Justo cuando termino, llaman al timbre. Bajo a abrir la puerta y veo a mis amigas.